Destruir los monumentos a personajes históricos por la valoración que hoy se hace de algunos de sus aspectos pueden llevar al olvido, a no cuestionarnos cómo esas características que se rechazan están presentes hoy y, si somos rigurosos, a eliminar casi toda conmemoración. Incluidos lo monumentos a Bernardo O´Higgins.

Durante las últimas semanas hemos sabido de muchos monumentos derribados en diversos lugares a partir del asesinato de Georges Floyd el 25 de mayo pasado a manos de policías blancos de Minneapolis, en Estados Unidos de Norteamérica.

Antes, desde el “Estallido Social” que se produjo a partir del 18 de octubre de 2019, varios monumentos fueron derribados o intervenidos en Chile. Así, varios monumentos a Pedro de Valdivia, el del General Baquedano y un largo etcétera que incluyen uno a las profesoras normalistas o al poeta cubano José Martí se vieron afectados, incluidas varias esculturas de connotados artistas chilenos como, por ejemplo, Rebeca Matte o Samuel Román.

Esta práctica de destruir símbolos de un poder que ha caído o que se quiere destituir no es nuevo. Ya vimos en la ex-Unión Soviética cómo se derribaron grandes esculturas de Stalin y Lenin, entre otros.

Y podemos seguir y seguir haciendo historia (como la lamentable destrucción del modelo a tamaño de la escultura ecuestre realizada a Ludovico Sforza por Leonardo da Vinci).

Memoria histórica

La memoria histórica es fundamental, porque da perspectiva y contexto más allá de nuestras limitadas vidas (en lo temporal, en conocimiento y, muchas veces, en consciencia). Ésta permite entender la evolución humana en su complejidad y diversidad.

Para que esa memoria histórica sea realmente útil, enriquecedora, debe abarcar la mayor cantidad de elementos, no sólo los “buenos”, que sabemos son definidos por los vencedores o los dominantes. Es decir, por los “buenos” del momento.

Cambios de percepciones y de poderes

Cuando fueron derribados los monumentos a Lenin y Stalin (fundamental en la derrota de los nazis en la Segunda Guerra Mundial y uno de los grandes genocidas del sXX), es evidente que fue una demostración de la caída del comunismo en la ex-Unión Soviética. Fue una necesidad visceral y simbólica de marcar el fin de una era.

Sin embargo, la caída del comunismo no elimina la existencia ni el rol fundamental que jugaron estos dos personajes en la Historia de Rusia y Universal. Destruir sus monumentos no borra lo que hicieron. Eliminar sus monumentos dificulta que haya una elaboración colectiva sobre lo bueno y lo malo que hicieron cada uno de ellos.

Memoria afectiva

Los seres humanos somos seres racionales. Pero ese es sólo un aspecto de nuestro ser (y no el más preponderante). En este sentido, los monumentos no apelan sólo a criterios racionales, y muchas veces son más bien afectivos.

En el caso de los monumentos destruidos, han cristalizado o han catalizado rabias reales, que han sido canalizadas de esa forma. Pasaron a ser símbolo de muchas cosas -rabias, atropellos, vejaciones, etc.- de demandas y significados que van mucho más allá de ellos mismos.

¿Se deben eliminar los monumentos a seres “abominables”?

Creo que no, puesto que son parte de nuestras historias, y puede ser malo, hasta peligroso, eliminarlos.

Pero no debemos confundir el no eliminarlos con dejarlos en las condiciones actuales, en especial cuando las condiciones sociales, culturales y políticas han cambiado.

Sin negar las frustraciones y las rabias, y tratando de canalizarlas de buena forma, lo importante debiera ser recontextualizar a esos personajes que hoy se han transformado en foco de desprecio. Es decir, reconocer y evidenciar en ellos sus partes negativas que hoy afloran con tanta fuerza.

Pedro de Valdivis, foto de Yonatan Jara, RBB (c)
Pedro de Valdivis, foto de Yonatan Jara, RBB (c)

Por ejemplo, me parece que los monumentos a Pedro de Valdivia deben seguir, sólo que se deben incorporar en ellos diversas miradas o aspectos. Pedro de Valdivia es, por ejemplo, el fundador de Santiago (aunque haya habido asentamientos anteriores en ese lugar), y merece ser reconocido. El punto es no olvidar los otros aspectos, en especial si el ocultarlos violenta a grupos importantes del país.

El lugar de los monumentos

Otro aspecto fundamental es dónde deben estar ubicados estos monumentos a personajes ahora considerados abominables. Es comprensible que se desee tener energías positivas en los espacios públicos más importantes.

Eso invita a repensar las ciudades, entenderlas como entes vivos que se mueven entre la memoria y lo actual (como los monumentos). En un proceso de evolución, pueden cambiar las jerarquías y valoraciones, por ejemplo dando más importancia a otros personajes. La ciudad es un ente complejo con muchos elementos construidos y no construidos que interactúan.

Los monumentos no deben entenderse como elementos aislados sino en relación al espacio en que están emplazados, a los edificios circundantes, los usos que hay vecino a ellos como su relación con otros monumentos y elementos simbólicos.

Olvidar es peligroso

Borrar es una invitación a olvidar. Olvidar que existieron genocidas, racistas, etc., etc. Y el “eliminarlos” nos puede llevar a no pensar quiénes son los genocidas, racistas, etc., hoy, en cómo actúan, cómo se camuflan.

Mantener esos monumentos nos obliga a hacer ejercicios de reflexión y educación para, así, evitar caer en simplificaciones y ver el mundo en “blanco y negro”. Nos invita a contextualizar, por ejemplo entender que la esclavitud es un fenómeno amplio que ha atravesado la historia de la Humanidad. En Inglaterra, por ejemplo, en el sXI, el 10% de los ingleses era esclavo en Inglaterra. Hasta el sXIX muchos europeos fueron secuestrados y vendidos como esclavos. O podemos mencionar que la lucha contra la esclavitud tiene unos 1.700 años, cuando al interior de la Iglesia Católica se levantaron las primeras voces contra la esclavitud de cristianos.

También puede hacernos reflexionar que el racismo, masacres (y los sacrificios humanos masivos), no son una exclusividad de “Occidente”, y ya hubo en América antes de la llegada de Colón y de los vikingos a este continente.

Borrar parte de la historia, esa que hoy consideramos mala, es a futuro olvidar también a sus víctimas. Es evitar pensar en “los malos” de hoy y, además, dejar de pensar que todo y todos tenemos aspectos positivos y negativos, y que su valoración y jerarquía varía con la evolución de las sociedades. Y estos monumentos nos muestran eso.

Por ejemplo, el ex-Regimiento Silva Renard (el criminal que dirigió la masacre de la Escuela Santa María de Iquique, entre otros crímenes) cambió su nombre pero ahora hay un Grupo de Artillería N°3 Silva Renard en el Regimiento N°6 Chacabuco de Concepción. No debiera haber un grupo con ese nombre. No sólo es un insulto por lo que hizo, también es un pésimo precedente para los jóvenes que hacen el Servicio Militar como para los uniformados de carrera. Es un pésimo ejemplo. Pero también sería malo olvidar que por años ese oscuro personaje ha inspirado o ha servido de ejemplo a miles de uniformados.

Siguiendo la lógica de derribar y eliminar monumentos, por poner un ejemplo, debieran eliminarse monumentos a Winston Churchill por sus posturas racistas e imperialistas (destacan las contra Gandhi), entre otras opiniones que hoy resultan chocantes de este líder fundamental en la historia de Inglaterra y de Occidente en el sXX.

En Roma, y otros lugares de Europa, habría que eliminar todos los monumentos a emperadores del Imperio Romano.

Y en Chile, debiéramos eliminar los monumentos al “Padre de la Patria”, por tener esclavos en Perú y por ordenar diversos asesinatos, para empezar.

Coliseo Romano, romando.org (c)
Coliseo Romano, romando.org (c)

Con esta lógica, hoy no existiría el Coliseo, en Roma. Su sistemática destrucción -reutilizando sus materiales para construcciones nuevas- fue detenida en 1749, por el Papa Benedicto XIV, al declararlo un monumento y símbolo de las víctimas. Es decir, hace 270 hubo una mirada que resignificó un lugar cargado de dolor y muerte, para rememorar en especial a las víctimas (además de salvar una maravilla de la ingeniería y la arquitectura).

Mantener esos monumentos, con todos los cambios mencionados (con una explícita nueva mirada y en una ubicación acorde a ésta), es un acto de madurez, con todas las dificultades -afectivas, emocionales- y el dolor que pueda conllevar lo que somos y lo que hemos sido.