Durante siglos, muchísimos pensadores han considerado que en la Historia de la Humanidad, lo mismo que en los fenómenos de la naturaleza, los hechos se producen en ciclos. Es lo que han llamado “El Eterno retorno”.

Por supuesto, el tiempo lo percibimos en curvas cerradas. Los giros de la tierra en torno de su eje, marcan los días y las horas, y los giros de la tierra en torno del sol marcan los años y las estaciones. Pero la repetición de esos círculos no implica que los hechos de la realidad se repitan también. Más bien es como si los círculos fuesen como las ruedas de un vehículo sobre un camino. Los giros se repiten, pero el vehículo se mueve y en cada vuelta la rueda no vuelve a tocar lo mismo que había tocado antes.

O sea, aunque haya un eterno retorno, lo que retorna es un concepto abstracto.

Sin embargo, el eterno retorno se nos aparece bien claro en la sucesión de las siembras y las cosechas, en los nacimientos y las muertes, en fin, y, por supuesto, en la repetición cíclica de los errores y las estupideces de los gobernantes, que jalonan una y otra vez la Historia de la Humanidad.

Pero esas repeticiones históricas no son un “eterno retorno”. No. Simplemente se trata de que las fallas se repiten y se repetirán, una y otra vez, mientras no seamos capaces de comprender sus causas y corregirlas.

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