Por Antonio Díaz, Cristóbal Huneeus y Marta Lagos
DecideChile

Las primeras elecciones parlamentarias sin elección simultánea de Presidente desde el retorno a la democracia en 1990, se realizaron en 1997 en la mitad del período presidencial de Eduardo Frei Ruiz-Tagle.

El país crecía a un 7%, el desempleo estaba bajo el 6%, y la aprobación al gobierno según la encuesta CERC en septiembre de ese año era de un 59%. 1997 fue un buen año económica y socialmente, sin grandes acontecimientos. Poco hacía prever un cambio en el comportamiento político como el que ese manifestó en las elecciones parlamentarias de ese año. La elección acusó la primera baja significativa de participación electoral desde la reinauguración de la democracia.

Disminuyeron en 943.000 los votantes respecto de la elección presidencial. Casi la totalidad de la disminución fue el castigo a la coalición de gobierno que perdió 800.000 votos. Es así como en las elecciones presidenciales de 1993, un total de 3,7 millones de personas votaron por los candidatos de la Concertación de Partidos por la Democracia, bajando a 2.9 millones en las parlamentarias de 1997.

Del total de los 800.000 votos que perdió la Concertación, el mayor castigo se lo llevó el partido del presidente de la República, el PDC, que perdió medio millón de votos. En efecto, pasó de obtener 1,8 millones de votos en las elecciones de 1993 a 1,3 millones de votos en las de 1997. A pesar de haber perdido medio millón de votos, la Democracia Cristiana eligió un diputado más en esa elección que en la anterior, por las ventajas del sistema binominal, favorecido por doblajes que fueron posible por el compañero de lista del PS/PPD.

Había inscripción voluntaria pero voto obligatorio, y a pesar de eso casi un millón de personas manifestó su rechazo al acto electoral quedándose en la casa, más que cambiándose de partido o de coalición.

Podemos comprobar que la gente no se cambia de posición política sino simplemente deja de votar comparando por mesa los votos obtenidos por candidatos. Si miramos el distrito D26 La Florida, vemos que en 1993 se eligieron ambos candidatos de gobierno, Carlos Montes y Mariana Aylwin. En 1997 ambos iban a la reelección, el diputado Carlos Montes mantuvo los votos que había obtenido en la elección de 1993, mientras Mariana Aylwin perdió votos en todas las mesas.

En el primer gráfico vemos la votación de Mariana Aylwin por mesas en 1997, la línea roja corresponde a los puntos donde la votación de 1997 habría sido igual a la de 1993. Es decir en 1997 obtuvo en cada una de esas mesas menos votos que en 1993.

Votación Mariana Aylwin

En el segundo gráfico vemos la votación de Carlos Montes por mesa en 1997 y sus mesas están muchas por encima de la diagonal que muestra la votación 1993, es decir, obtuvo en la muchas mesas más votos en 1997 que en 1993 y alguno de las mesas están por debajo de la línea roja con el efecto contrario.

Votación Carlos Montes

La pérdida de votos de la Concertación en las elecciones de 1997 no fue revertida en las elecciones sucesivas. Tampoco lo logró la Democracia Cristiana. Se puede decir que esos electores empezaron a desilusionarse de la política a partir de esa elección. El número de votantes que elige presidente ha venido bajando desde la elección de Frei Ruiz-Tagle, y por ende el número de votantes que elige el parlamento también, ya que esa fue la única elección parlamentaria que no fue simultánea. En ese entonces se creía que acoplándolas con las presidenciales se podría evitar la merma de votos.

Hoy tenemos una ley electoral nueva que intenta revertir la pérdida de votos, 16 años después que se manifestara el fenómeno masivamente por primera vez. La experiencia internacional muestra que el voto voluntario produce un debilitamiento de la participación electoral. Chile lo confirmó el 2012 con los comicios municipales. Está por verse si Chile rompe esta tendencia y la caída constante de la participación sobre la población en edad de votar, desde las elecciones de 1997, se detendrá o hasta se puede logra revertir. Para la calidad de la democracia, el último escenario es el deseado.

Por Antonio Díaz, Cristóbal Huneeus y Marta Lagos
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