Se estima que en región de Antofagasta hay unos 53 mil extranjeros, de los cuales 16 mil son bolivianos, 15 mil 500 son colombianos y 15 mil peruanos, según cifras de la Intendencia. 

Tras el 3-3 que retrasó las esperanzas de “La Roja” para clasificar dos veces consecutivas a una Copa del Mundo, en Antofagasta se desató una pelea entre hinchas de las dos nacionalidades, sacando a colación odios xenófobos y recriminaciones hacia los extranjeros. Lo que parecía una riña futbolera, un simple “empate”, culminó en la organización de una marcha contra la actual Ley de Inmigración.

El evento, que fue planificado con ayuda de las redes sociales, causó un amplio rechazo por parte del Gobierno y de casi toda la comunidad antofagastina. Pese a ello, hubo peligrosas declaraciones por parte de personalidades regionales.

Entre ellas están las del candidato a senador Daniel Guevara, quien en televisión abierta no dudó en acusarles de traición. “Fue la gota que rebalsó el vaso el partido. Ir ganando 3-0 contentos los chilenos, íbamos a punto de clasificar. Nos meten 3 pepas en el segundo tiempo, y después te encuentras con que la gente que está en Antofagasta, que ha sido acogida por la ciudad, está celebrando como que nosotros valiéramos un peso”, indicó.

O también como las declaraciones del intendente de Antofagasta, Waldo Mora, quien culpó a las colombianas de aumentar el índice de infidelidades.

Históricamente, la extrema derecha ha tenido la habilidad de identificar un enemigo común para señalar el origen de todos los males de una comunidad, siendo el caso más emblemático la aparición de Adolf Hitler: un líder carismático, que por medio de un manejo comunicacional brillante, apuntó a los judíos como los principales culpables de la crisis económica de Alemania. Tiempo después asumiría el poder, y empezaría una de las mayores matanzas que la historia moderna recuerda.

¿Qué está pasando en Chile? ¿Por qué se culpa a los inmigrantes de cuanto flagelo acosa a Antofagasta? Nuestros dardos apuntan hacia la ignorancia.

La comunidad asegura que su expulsión es indispensable para disminuir el número de delitos en la ciudad. Sin embargo, según datos de la Defensoría Penal Pública, un 6,4% del total de causas que ingresaron a su sistema durante los dos primeros cuatrimestres del 2013, corresponden a actos delictuales cometidos por inmigrantes.

Por otra parte, se les inculpa de usufructuar de beneficios sociales en nuestro sistema de salud, argumento que no se condice con las estadísticas, que atribuyen sólo el 1% de las asistencias en salud a foráneos.

Finalmente, los puestos de trabajo, el típico “nos vienen a quitar las pegas” carece de sustento. El sentido común dice que cuando existe una oportunidad laboral, quien la ofrece debe velar por ocupar el cargo con el candidato más idóneo, por lo que todo lleva a pensar, que lo que debiéramos hacer es cuestionarnos respecto de la calificación laboral o la disponibilidad para trabajar de los chilenos.

Como si lo anterior no bastase, pareciera que los dardos no apuntan de igual forma a todos los inmigrantes, porque cuando se habla de extranjeros y se convoca a marchar para expulsarlos, se está olvidando que la alta capacidad productiva de esta región, de la cual sus autoridades suelen jactarse, se debe en un alto porcentaje a empresas extranjeras, cuyos gerentes y altos ejecutivos también son inmigrantes.

Entonces, cae de cajón preguntarse, ¿queremos expulsar a todos los extranjeros o estamos hablando sólo de aquéllos que tienen piel oscura? ¿Queremos deshacernos sólo de los inmigrantes que no tienen sueldos millonarios? ¿Qué pasa con aquellos profesores extranjeros del colegio más caro de la ciudad? ¿Dejaremos acaso que los niños dejen de hablar todo el día inglés?

El flagelo de la educación

Desde la perspectiva de la educación es válido preguntarse, ¿qué se puede hacer para superar la xenofobia? ¿Legislar? Tampoco queremos caer en lo que en Estados Unidos se conoce como los “hate crime”, donde el cometer un crimen por motivos raciales tiene importantes consecuencias sobre su autor.

La alternativa es otra, y caemos en la misma piedra de tope de siempre: educación. Urge promover un currículum multicultural en las escuelas, capaz de representar la nueva realidad de la ciudad, en el cual se valoren diferentes aportes culturales y se promueva la integración social.

¿Por qué no integrar en los actos cívicos los himnos nacionales de los alumnos matriculados? ¿Celebrar las fechas nacionales de diferentes países? ¿O resaltar en las clases de historia todos los procesos comunes que hemos vivido en Latinoamérica (Conquista, Colonialismo o Independencia)?

Este tema refleja la importancia de desarrollar una política educativa que promueva una visión democrática e integradora de la sociedad, que se promueva el aprendizaje de contenidos desde una visión colaborativa, y no desde el desarrollo de competencias individuales que promueven la segregación o el individualismo.

Antofagastinos, por favor, no hablemos de desarrollo o de una ciudad en vías de desarrollo, cuando en nuestra tierra se gestan actos primitivos como éste y se violan los derechos de quienes, quiéranlo o no, habitan hoy nuestra comuna.

Esperamos equivocarnos, pero de seguir por el actual camino, un Adolf chileno tendrá pasto seco para desatar el incendio.