El Premiado dramaturgo, actor y director argentino, Rafael Spregelburd, nos presenta: La obra estará en la cartelera del Teatro de la Universidad Católica, sólo por 3 funciones, los días 23, 24 y 25 de julio, en el marco del Congreso Mundial de Investigación Teatral.

La puesta en escena nos relata la pugna entre el artista Eduardo Schiaffino y el crítico español, radicado en Argentina, Eugenio Auzón. Donde Spregelburd es el único actor haciendo alternativamente el papel de ambos personajes

Luego de exitosas presentaciones por Argentina y Brasil, el trabajo ha logrado numerosos premios como: mejor montaje, mejor música y mejor dramaturgia.

Biobiochile.cl conversó con Spregelburd, para saber más sobre “Apátrida, Doscientos Años y Unos Meses” y, por cierto, para conocer, cómo el autor tras el estudio de cartas, llegó a la conclusión de que el Bicentenario de la Independencia debe ser re interpretado.

La obra nace por el asunto del Bicentenario en tu país ¿pero como surge la idea de llevar a las tablas la pugna de estos dos personajes?

Lo del Bicentenario fue una casualidad, en realidad no hizo nada más que detonar algo que estaba de antes. Cuando fue toda esta fiebre del Bicentenario una institución Suiza, en conjunto  con el Instituto Goethe de Buenos Aires, decidieron como parte de estos festejos, coproducir obras entre artistas argentinos, suizos y alemanes. Me propusieron que escribiera una obra sobre aspectos de la historia Argentina, pudiendo elegir cualquiera de los episodios, para de alguna manera, encuadrar una obra que tuviera que ver con el tema de estas celebraciones.

Yo no sé como lo han vivido ustedes en Chile pero para nosotros ha sido una especie de sorpresiva invasión de lugares comunes y repeticiones un poco asfixiante de cierto deseo de autoafirmar una identidad. Esto me ha perecido muy jugoso, por que el teatro siempre mete el dedo en llaga y es el lugar donde se desacraliza todo este tipo de discurso.

Yo tenía las cartas de este pintor, Eduardo Schiaffino y de este crítico español, Eugenio Auzón, que habían comenzado a debatir en los periódicos de 1891 y que terminaron batiéndose a duelo en la navidad del mismo año por no ponerse de acuerdo. Y me pareció sorprendente, que en medio de toda esta fiebre bicentenaria, estos textos sonaran de manera tan patéticamente proféticos y me pareció la música adecuada  para estos festejos que no son tales.

¿Entonces este Bicentenario provocó una relectura de la historia de tu país?

Fue sorprendente, porque de alguna forma toda la historia de Argentina esta siendo revisitada a partir de una escusa absurda que es una fecha, entonces ha habido un muy buen replanteamiento de quienes son los verdaderos próceres, y de pronto la historia comenzó a ser muy moderna, se puso de moda que los jóvenes leyeran historia, que discutieran sobre estos acontecimientos. Existe incluso un movimiento enorme encabezado por Osvaldo Bayer, filósofo y escritor argentino, para tirar abajo todos los monumentos de Julio Argentino Roca, el gran genocida de los indios de la Patagonia, quiere en un principio quitar el nombre en las avenidas y bajar los monumentos.

Volviendo sobre tu obra, te divides en dos personajes  ¿Cuéntame sobre esa experiencia y la magia de entender cual de estos personajes es el que está más cercano a una “verdad”  en esta discusión?

Se trata de teatro, y este arte siempre se caracteriza por descentralizar toda discusión, lo más mágico de esta profesión es que uno puede, momentáneamente mientras dure esa extraña ilusión, pensar como uno no piensa, de lo contrario, uno no encarnaría a los villanos porque sería moralmente condenable.

Me atrajo muchísimo esta discusión, pues me pareció que yo podía prestarle mi cuerpo a ambos personajes y así demostrar que toda discusión es una especie de encerrona dialéctica, en la que llega un momento que ya no se sabe que se discute.  Me parece que discutimos con palabras, pero pensamos con el corazón, por lo tanto las dos cosas no se encuentran. Realmente hoy nadie se debate a duelo por una diferencia ideológica o estética, en esa época era muy común,  hoy lo vemos con cierta picardía. Me parece que el teatro es un muy buen lugar para recrearlo.

¿Cómo se crea y se acepta una musicalización no tradicional, me refiero  que no son instrumentos popularmente conocidos,  para ambientar de manera mágica este contexto?

Pasaron dos cosas, en principio yo descubro que quiero escribir esta obra cuyas cartas me había pasado una amiga investigadora Viviana Usubiaga, parecían fascinantes, siempre me di cuenta de que no se podía realizar con mi compañía. Tenía que poner a dos actores para hacer la mímica tonta, debatirse a duelo en el escenario, eso sería un teatro más infantil, un tipo de asociación que no hago. Entonces tenía que hacer una obra radial en vivo, un género que acá no se cultiva y que en Alemania es muy común, se denomina la opera hablada, es decir el criterio es musical y el texto, que no es cantado sino hablado, sigue un criterio musical. Entonces, fue en ese momento, que decidí que lo tenía que realizar con Federico  Zypce,  el músico que me acompaña y  autor de toda la música de la obra. Él trabaja con instrumentos muy anacrónicos, instrumentos industriales, yo no quería para esto un piano  y unos violines, sino que quería destruir y prestarle a este texto, tan solemne y antiguo, toda nuestra modernidad.

¿Te sientes a ratos como en un recital?

La sensación es muy extraña, la música tiene esta capacidad tan curiosa de contradecir lo que uno dice o de potenciar lo que uno dice, hay músicas que nos ponen emocionalmente más predispuesto para el golpe sin que nos demos cuenta del por qué, mientras que para las palabras tenemos una respuesta más racional, entonces esta mezcla a mi me interesa mucho. Supongo que es un poco lo que resulta en los conciertos porque vamos a ver en vivo la misma música que podríamos escuchar en casa en un CD, me parece que hay algo de la presencia emocional, del aquí  y ahora de la música en vivo muy impresionante. En este caso tenemos un set alternativo, porque gran parte delos instrumentos de Zypce no se podían transportar – tanque de gasolina de un Fiat 600 con unos resortes – algunos los hemos reemplazado, en este caso por unas cuerdas  de cortadoras de césped, nylon tensado que son tocadas con arcos de violín, es decir, es música industrial y tiene una impronta muy extraña.

Hoy te encuentras con 3 fusiones en el Teatro de la Universidad Católica ¿Piensas volver a nuestro país con una presentación mas extendida?

Espero que si, me gustaría volver a Chile ya sea con esta obra o con otra. En estos momentos estoy con otro trabajo denominado: “TODO”, que es una obra con mi compañía, la misma que me presente el año 2006 en este mismo teatro con la obra “LA ESTUPIDEZ”. Lo cierto que este espectáculo, en particular, se adapta mucho  al temario del congreso del FIRT, entonces parecía mucho más atinado. El congreso me había propuesto hacer una ponencia y la verdad que yo soy un hacedor de teatro, si bien he escrito y reflexionado sobre lo que hago y veo, yo disfruto mucho más presentando mi obra.

¿Existe el arte nacional?

La respuesta que les da Auzón es que no, que el arte no tiene patria sino que es la patria universal, el mundo. Me parece que la trampa está en el adjetivo “Nacional”. El arte siempre ha estado muy reñido con la idea de Patria, porque por un lado ruega y se somete a sus subsidios, es decir,  si no exisitiera un Estado que subsidie el arte éste estaría al servicio de una única clase social, la clase más pudiente, que puede disfrutar de los frutos artísticos. a los imperialismo y me parece que es bueno ponerla en crisis.

Acá te dejamos con un avance de la obra y te invitamos a visitar www.teuc.cl para conocer más detalles de la cartelera del Teatro de la Universidad Católica: