La construcción de naciones puede convertirse en el suplicio de Sísifo para los conductores de esa proeza. Cada amanecer, tener que contemplar la caída, ladera abajo, de la obra que la tarde de ayer, en la soledad de la llanura, jurábamos terminada.

Ha sucedido con artera frecuencia. La historia universal, camposanto de los sueños inconclusos, lo verifica cada tanto. Pese a todo, los alarifes a cargo de estas empresas de ingeniería social suelen ocultar los apuros y zozobras inherentes a tales emprendimientos mediante una proyección calculada, aparatosa e inútil de fuerza.

La imagen, fulera, del ganador, suplanta la realidad infausta. Lo real cede ante un rostro que parece haber visto y regresado desde las playas de lo imposible. Se trata, ciertamente, de un timo. La idea es proyectar una fuerza de la que en el fondo se carece. Observa Bossuet que entre todas las debilidades la más peligrosa es el temor a parecer débil. Le pasa a las instituciones, a las naciones y a las personas.

Le pasa -es mi tesis- a Evo Morales Ayma.

La movilización nacional y la retórica anti-chilena asociada a la demanda que nos plantó en la Haya no responde, creo, a mero resentimiento y odio aconchado. En esa operación cabe sospechar la presencia de una racionalidad menos explícita, enfilada a superar una fragilidad sumergida. Esa debilidad, que es la de Evo y su proyecto, se llama Bolivia. El Estado plurinacional fundado por Morales y el MAS, bien plasmado en la constitución de 2009, le desafía a dar unidad orgánica a una mapa étnico fracturado, falto de coherencia identitaria y con fuertes inclinaciones al particularismo.

Son 36 naciones indígenas y 37 lenguas oficiales, sin contar las populosas comunidades de afro-descendientes, mestizos y blancos envueltos en sus propias fricciones. A esto, se suma el reto que representan los densos bolsones de población camba del oriente boliviano, instigados por fuertes pulsiones autonómicas, y hasta secesionistas, frente al gobierno central.

La dispersión lingüística, la dislocación cultural y el fraccionalismo tribal ponen en cuestión la unidad mínima del conjunto. Ensamblar y poner en movimiento acompasado el complejo de naciones y etnicidades que lo constituyen precisa de un reactivo que precipite su encuentro solidario, así sea transitoriamente.

Un conflicto extendido con Chile en torno al mar perdido provee la causa y el enemigo foráneo a un proyecto de Estado Plurinacional amenazado, dada su naturaleza divisiva, por la insolidaridad de las partes, el déficit de dinámica cooperativa y los impulsos centrífugos.

El flanco vulnerable de Evo radica en el propio Estado partitivo que concibió y la laxitud de su componente. Creó una estructura sin comunión; un desagregado de nacionalidades que barrenan, con ironía, su acoplamiento en una asociación macro-política consistente. Intenta compensar esa flaqueza mediante lo que los peritos llaman relaciones de coexistencia hostil con el exterior y una simulación artificiosa de fortaleza.

Busca ganar con ello, lo que no posee: una genuina cohesión nacional. La propaganda chovinista y el frenesí tuitero se transforman en instrumentos al servicio de una política de ocultamiento de esta rémora.

La necesita. Entiende, y bien, que la debilidad más peligrosa es el miedo a parecer débil. Sobre todo cuando se es.

Eduardo Téllez Lúgaro
Académico e investigador
Universidad Bernardo O’Higgins

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