Si revisamos un globo terraqueo y nos detenemos en Europa, importantes ciudades como Roma, Berlín y Londres probablemente iluminarán nuestros ojos.

Pero además de estas reconocidas urbes, existe un pequeño pueblo alemán llamado Wacken que de seguro pasará inadvertido frente a ti. No tiene imponentes monumentos ni extravagantes edificios. De hecho cuenta con sólo mil habitantes, lo que le da un ambiente apacible y tranquilo a la localidad.

Sin embargo, todo esto cambia una vez al año, cuando se convierte en la capital mundial de los metaleros. Durante la primera semana de agosto se realiza el Wacken Open Air, el festival de heavy metal más importante del mundo que congrega a más de 80 mil visitantes.

La meca del Heavy Metal

Precisamente ese es el destino al que siempre he soñado con ir. Cuando era aún muy niño, veía las publicaciones que hablaban de este verdadero acontecimiento en tierras germanas, y me imaginaba lo genial que sería ser parte del evento. Hasta que finalmente me decidí a ahorrar lo suficiente como para cumplir con mi sueño.

Reconozco que fue difícil, aunque siempre me aferré al consejo que me dio uno de mis conocidos que fue a Wacken. “Compra la entrada sin pensarlo demasiado. Si dejas que el tiempo transcurra, te pasará lo que le sucede a la mayoría: postergará ese sueño cada año hasta que finalmente no lo hacen”.

Así fue como esperé con muchas ansias a que terminara la edición del Wacken de 2016, el sábado 6 de agosto. Para los que no lo saben, apenas termina una versión del festival comienzan a vender los ticket para el del año siguiente.

Aún recuerdo estar sentado con el computador, con una cuenta regresiva en mi mente, aguardando para que llegará las 20:00 horas (00:00 en Alemania) y conseguir una entrada. Como algunos podrán suponer, estas pueden acabarse en cuestión de horas.

Hasta que llegó el momento de hacer el “click” definitivo. No me importó tener que pagar dinero extra para un seguro (hasta el día de hoy no sé específicamente qué es lo que cubre), lo importante es que ya tenía mi entrada para el Wacken.

Como podrán suponer, el envío del ticket desde Alemania hasta Chile tardó un tiempo. Cada día esperaba impacientemente que llegara esa encomienda a mi casa (te la envían a la puerta de tu hogar). Y después de un mes de “sufrimiento”, por fin pude tenerla en mis manos.

Oficialmente, ya estaba dentro de Wacken. O así lo sentía yo al menos. No tenía pasaje pero al lado de ese ticket, era sólo un detalle. Como buen tesoro, lo guardé de la manera más celosa que pude, para que no se me perdiera en el año que aún restaba para el viaje.

Como buen chileno…

El problema fue que la guardé, probablemente, demasiado bien, ya que sólo un par de semanas después de que me llegara la entrada, descubrí que se me había perdido.

Difícilmente podría definir en unas líneas la sensación que me invadió… una mezcle de culpa, rabia, vergüenza y tristeza. Era fines de septiembre, y ya se me había perdido mi entrada al paraíso.

A pesar de que la busqué incansablemente, no la encontré. Sólo me quedaba una opción: escribir a la organización del festival, contándoles la estupidez que había hecho, para que por favor me enviaran otra, todo esto considerando la barrera idiomática: tenía que hacerme entender en inglés con personas que hablan alemán.

Para mi fortuna, desde hace algunos años las entradas de Wacken se volvieron nominativas, por lo que tenía un código que la hacía personal e intransferible. ¿Qué sucedió? Pues el problema se solucionó de una manera muy simple: bloquearon mi entrada antigua, y me enviaron una nueva.

Así de fácil, así de sencillo. No tuve que pagar un costo extra. Ni siquiera tuve que ir a buscarla a algún lugar en especial, ya que me llegó nuevamente a la casa. ¡Si hasta se preocuparon de agregar los stickers promocionales que venían en mi primera entrada!

Ésta la guardé secreta y sagradamente, y hasta el día de hoy puedo dar fe que aún está.

¿Y a mí, que me importa tu entrada?

Muchos se podrían preguntar… ¿y para qué diablos nos cuenta esto? Narro mi historia, que en condiciones normales mantendría en la lista de mis vergüenza más ocultas, porque precisamente en septiembre compré una entrada para otro evento masivo, en mi propia ciudad. Sin embargo, mi experiencia fue diametralmente opuesta.

Universidad de Chile y Universidad Católica llegaron a la final de la Supercopa 2016, y por esas cosas de la vida, el partido se fijó para el Estadio Ester Roa de Collao en Concepción, ciudad en la que vivo. Como buen hincha azul, preparé todo para ver a mi equipo en la cancha.

Las entradas las pusieron a la venta a través del sistema Puntoticket por Internet. Rápidamente, tal como para el festival en Wacken, compré la mía y de algunos amigos. El detalle, es que de todas formas tendría que ir a retirarlas a un punto de venta, el estadio de Collao en este caso.

“Será sólo entrega de entradas, no creo que me demore demasiado”, pensé. Aproveché mi horario de almuerzo en el trabajo para retirarlas, pero mi cara de felicidad pronto se transformó en decepción al ver una fila de más de mil personas. ¿Cómo iba a alcanzar a conseguir la mía en sólo una hora?

Como no sacaba nada con permanecer en una fila, que por cierto avanzaba un metro cada 10 minutos, decidí retirarme y volver después de mi jornada laboral. “Hoy salgo temprano así que podré retirarla”, pensé, manteniendo el inocente deseo de que más tarde hubiese menos gente. Pero fue peor.

Eran las 17:30 de la tarde y la fila era el doble de la que había visto en la tarde. Tuve que esperar más de tres horas, pero finalmente cerraron la boletería y no alcancé a conseguir mi entrada.

Al día siguiente me sería imposible volver, por lo que fue mi hermano (con un poder simple) a retirarlas. Tuvo que esperar nada menos que cuatro horas para lo atendieran. Como se podrán imaginar, mi malestar era evidente por el tiempo que tuvimos que “invertir” en retirar una entrada que, como recordarán, ya había comprado a través de internet.

Después de tres idas, más de 8 horas de fila (en total) y un mal rato que no se lo damos a nadie, finalmente obtuvimos nuestros tickets.

En resumidas cuentas…

Reconozco que lo mío no fue nada en comparación a otros casos que posteriormente se hicieron públicos. Aún recuerdo lo que le pasó a una familia completa, la que perdió más de 50 mil pesos, luego de decidir no retirar las entradas que compraron para ver la Supercopa.

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La mala organización y los excesivos tiempos de espera colmaron a todo el grupo y decidieron perder el dinero y ver el encuentro por televisión. “Con mi sobrino, esperamos bastante tiempo, así como muchas personas. Decidimos perder el dinero, porque ha sido demasiada la espera. Ayer no alcanzamos retirar y hoy íbamos para el mismo tema”, afirmó en aquella oportunidad Jorge Ramírez.

En conclusión, tomo estos dos casos (del Wacken y la Supercopa) para graficar lo diferente que fue mi experiencia en ambos casos. Para un festival de música, que se realizará a miles de kilómetros de mi ciudad, me di el “lujo” de perder mi entrada, que por cierto me llegó a la casa. Y me reenviaron otra, por lo que no tuve tuve ningún problema. Es más, el problema fui yo para ellos.

Por su parte, para un partido organizado por la ANFP, que se jugó precisamente en MI ciudad, fue una experiencia tan caótica que difícilmente promoverá la asistencia a los estadios en nuestro país.

Después de contar toda mi experiencia, me asalta una inevitable duda. ¿Qué hubiese pasado si la entrada para el partido se me hubiese perdido? Prefiero ni imaginármelo…

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