En medio de su discurso en el Palacio de La Moneda, el papa Francisco pidió perdón por los casos de abusos perpetrados por miembros de la Iglesia contra niños. “Aquí no puedo dejar de manifestar el dolor y la vergüenza, vergüenza que siento ante el daño irreparable causado a niños por parte de ministros de … Continue reading "Papa pide perdón por los abusos cometidos en la Iglesia: "Siento vergüenza""

En medio de su discurso en el Palacio de La Moneda, el papa Francisco pidió perdón por los casos de abusos perpetrados por miembros de la Iglesia contra niños.

“Aquí no puedo dejar de manifestar el dolor y la vergüenza, vergüenza que siento ante el daño irreparable causado a niños por parte de ministros de la Iglesia”, dijo el pontífice.

“Me quiero unir a mis hermanos en el Episcopado, ya que es justo pedir perdón y apoyar con toda la fuerza a todas las víctimas, al mismo tiempo que hemos de empeñarnos para que no se vuelva a repetir”, añadió Francisco.

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Esta alocución del líder religioso fue aplaudida por los asistentes al evento oficial, en el cual se le rindió una bienvenida en calidad de jefe del Estado Vaticano. Presentes se encontraban la presidenta Michelle Bachelet, el presidente electo, Sebastián Piñera, y el expresidente, Ricardo Lagos, entre otros.

Cristóbal Escobar | Agencia UNO
Cristóbal Escobar | Agencia UNO

Primer discurso oficial

Francisco abrió su intervención recordando su paso por Chile durante su juventud, y las enseñanzas que aprendió, sobre todo aquellas en relación al padre Alberto Hurtado.

Además, manifestó que espera que su paso por suelo chileno pueda ser un tiempo “de gratitud por tanto bien recibido” y citó estrofas del himno nacional para hablar de nuestro país.

En esa línea, agradeció a Michelle Bachelet por la bienvenida y en su figura, dijo, quiso saludar a todos los chilenos, de norte a sur, donde destacó la “polifonía” que nos caracteriza como pueblo. Aprovechó, también, de saludar al expresidente Piñera y de destacar el progreso obtenido por nuestro país en el último tiempo.

Bergoglio también destacó la solidez y la madurez cívica que goza nuestro país, “lo que adquiere un relieve importante a 200 años de la declaración de la independencia”, sostuvo.

La cabeza de la Iglesia calificó ese momento como “importante”, el cual -a su juicio- fue “fundamentado en el derecho”, recordando que, sin embargo, durante su vida republicana, Chile ha debido enfrentar momentos turbulentos.

En esta porción de su discurso, recordó las palabras del cardenal Raúl Silva Henríquez, diciendo “nosotros –todos- somos constructores de la obra más bella: la patria. La patria terrena que prefigura y prepara la patria sin fronteras. Esa patria no comienza hoy, con nosotros; pero no puede crecer y fructiferar sin nosotros”.

Sello social

Tras el último punto, el Papa entregó un mensaje de corte social, el cual ha estado presente a lo largo de todo su pontificado. Pese a valorar el progreso y los avances de Chile, consideró que existe una deuda con quienes no han podido gozar de tales beneficios.

“No es posible conformarse con lo que se consiguió en el pasado”, sentenció. “Todavía muchos hermanos nuestros sufren de injusticias, lo que representa un reto para que la democracia sea un lugar de encuentro para todos”, agregó.

En esa línea, Francisco expresó la necesidad de escuchar a quienes no poseen una fuente laboral y a los pueblos originarios, con su cultura y derechos, a modo de proteger su historia y que ésta “no se pierda”.

También debemos escuchar, en su opinión, a los migrantes “quienes llegan al país en busca de mejoras”, dijo. También se debe escuchar a los jóvenes, a quienes -pidió- proteger del flagelo de la droga. Finalmente, Bergoglio pidió poner atención a los adultos mayores -con su sabiduría- y a los niños -con su curiosidad- quienes esperan un “futuro de dignidad”.

Tras ello, Francisco comenzó a hablar acerca de otro tema que ha sido importante dentro de su apostolado, el respeto necesario que debe existir en materias sociales y medioambientales.

Fue así como, nuevamente, el Papa destacó a los pueblo originarios, cuya sabiduría “puede ser un gran aporte”, precisó. “De ellos podemos aprender que no hay verdadero desarrollo en un pueblo que dé la espalda a la tierra y a todo y a todos los que la rodean”, declaró.

“Con esta capacidad de escucha somos invitados hoy de manera especial a prestar una preferencial atención a nuestra casa común (…), fomentar una cultura que separa cuidar de la tierra y, para ello, no sólo conformarnos solamente con ofrecer respuestas puntuales a los graves problemas ecológicos y ambientales que se presentan”, sostuvo.

“En esto se requiere la audacia de ofrecer una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático, que privilegia la irrupción del poder económico en contra de los sistemas naturales y, por lo tanto, del bien común de nuestro pueblos”, detalló.

“Agradezco una vez más la invitación a poder venir a encontrarme con ustedes, a encontrarme con el alma de este pueblo, y ruego que la Virgen del Carmen, madre y reina de Chile, siga acompañando y gestando sueños en esta bendita nación”, finalizó el líder de la Iglesia Católica.

Revisa acá una selección de fotos que dejó el paso del obispo de Roma en su paso por el Palacio de La Moneda:

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Lee acá el discurso completo del Papa en el Palacio de La Moneda, su primer discurso oficial de este viaje apostólico de 4 días:

Señora Presidenta,
miembros del Gobierno de la República y del Cuerpo Diplomático, representantes de la sociedad civil,
distinguidas autoridades,
señoras y señores:

Es para mí una alegría poder estar nuevamente en suelo latinoamericano y comenzar esta visita por esta querida tierra chilena que ha sabido hospedarme y formarme en mi juventud; quisiera que este tiempo con ustedes fuera también un tiempo de gratitud por tanto bien recibido. Me viene a la memoria esa estrofa de vuestro himno nacional: «Puro, Chile, es tu cielo azulado, / puras brisas te cruzan también, / y tu campo de flores bordado/ es la copia feliz del Edén», un verdadero canto de alabanza por la tierra que habitan, llena de promesas y desafíos; pero especialmente preñada de futuro.

Gracias señora Presidenta por las palabras de bienvenida que me ha dirigido. En usted quiero saludar y abrazar al pueblo chileno desde el extremo norte de la región de Arica y Parinacota hasta el archipiélago sur «y a su desenfreno de penínsulas y canales».[1] La diversidad y riqueza geográfica que poseen nos permite vislumbrar la riqueza de esa polifonía cultural que los caracteriza.

Agradezco la presencia de los miembros del gobierno; los Presidentes del Senado, de la Cámara de Diputados y de la Corte Suprema, así como las demás autoridades del Estado y sus colaboradores. Saludo al Presidente electo aquí presente, señor Sebastián Piñera Echenique, que ha recibido recientemente el mandato del pueblo chileno de gobernar los destinos del País los próximos cuatro años.

Chile se ha destacado en las últimas décadas por el desarrollo de una democracia que le ha permitido un sostenido progreso. Las recientes elecciones políticas fueron una manifestación de la solidez y madurez cívica que han alcanzado, lo cual adquiere un relieve particular este año en el que se conmemoran los 200 años de la declaración de la independencia. Momento particularmente importante, ya que marcó su destino como pueblo, fundamentado en la libertad y en el derecho, que ha debido también enfrentar diversos períodos turbulentos pero que logró —no sin dolor— superar. De esta forma supieron ustedes consolidar y robustecer el sueño de sus padres fundadores.

En este sentido, recuerdo las emblemáticas palabras del Card. Silva Henríquez cuando en un Te Deum afirmaba: «Nosotros —todos— somos constructores de la obra más bella: la patria. La patria terrena que prefigura y prepara la patria sin fronteras. Esa patria no comienza hoy, con nosotros; pero no puede crecer y fructificar sin nosotros. Por eso la recibimos con respeto, con gratitud, como una tarea que hace muchos años comenzaba, como un legado que nos enorgullece y compromete a la vez».[2]

Cada generación ha de hacer suyas las luchas y los logros de las generaciones pasadas y llevarlas a metas más altas aún. El bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día. No es posible conformarse con lo que ya se ha conseguido en el pasado e instalarse, y disfrutarlo como si esa situación nos llevara a desconocer que todavía muchos hermanos nuestros sufren situaciones de injusticia que nos reclaman a todos.

Tienen ustedes, por tanto, un reto grande y apasionante: seguir trabajando para que la democracia y el sueño de sus mayores, más allá de sus aspectos formales, sea de verdad lugar de encuentro para todos. Que sea un lugar en el que todos, sin excepción, se sientan convocados a construir casa, familia y nación. Un lugar, una casa, una familia, llamada Chile: generoso, acogedor, que ama su historia, que trabaja por su presente de convivencia y mira con esperanza al futuro. Nos hace bien recordar aquí las palabras de san Alberto Hurtado: «Una Nación, más que por sus fronteras, más que su tierra, sus cordilleras, sus mares, más que su lengua o sus tradiciones, es una misión a cumplir».[3] Es futuro. Y ese futuro se juega, en gran parte, en la capacidad de escuchar que tengan su pueblo y sus autoridades.

Tal capacidad de escucha adquiere gran valor en esta nación donde su pluralidad étnica, cultural e histórica exige ser custodiada de todo intento de parcialización o supremacía y que pone en juego la capacidad que tengamos para deponer dogmatismos exclusivistas en una sana apertura al bien común —que si no tiene un carácter comunitario nunca será un bien—. Es preciso escuchar: escuchar a los parados, que no pueden sustentar el presente y menos el futuro de sus familias; a los pueblos originarios, frecuentemente olvidados y cuyos derechos necesitan ser atendidos y su cultura cuidada, para que no se pierda parte de la identidad y riqueza de esta nación. Escuchar a los migrantes, que llaman a las puertas de este país en busca de mejora y, a su vez, con la fuerza y la esperanza de querer construir un futuro mejor para todos. Escuchar a los jóvenes, en su afán de tener más oportunidades, especialmente en el plano educativo y, así, sentirse protagonistas del Chile que sueñan, protegiéndolos activamente del flagelo de la droga que les cobra lo mejor de sus vidas. Escuchar a los ancianos, con su sabiduría tan necesaria y su fragilidad a cuestas. No los podemos abandonar. Escuchar a los niños, que se asoman al mundo con sus ojos llenos de asombro e inocencia y esperan de nosotros respuestas reales para un futuro de dignidad. Y aquí no puedo dejar de manifestar el dolor y la vergüenza que siento ante el daño irreparable causado a niños por parte de ministros de la Iglesia. Me quiero unir a mis hermanos en el episcopado, ya que es justo pedir perdón y apoyar con todas las fuerzas a las víctimas, al mismo tiempo que hemos de empeñarnos para que no se vuelva a repetir.

Con esta capacidad de escucha somos invitados —hoy de manera especial— a prestar una preferencial atención a nuestra casa común: fomentar una cultura que sepa cuidar la tierra y para ello no conformarnos solamente con ofrecer respuestas puntuales a los graves problemas ecológicos y ambientales que se presentan; en esto se requiere la audacia de ofrecer «una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático»[4] que privilegia la irrupción del poder económico en contra de los ecosistemas naturales y, por lo tanto, del bien común de nuestros pueblos. La sabiduría de los pueblos originarios puede ser un gran aporte. De ellos podemos aprender que no hay verdadero desarrollo en un pueblo que dé la espalda a la tierra y a todo y a todos los que la rodean. Chile tiene en sus raíces una sabiduría capaz de ayudar a trascender la concepción meramente consumista de la existencia para adquirir una actitud sapiencial frente al futuro.

El alma de la chilenía es vocación a ser, esa terca voluntad de existir.[5] Vocación a la que todos están convocados y en la que nadie puede sentirse excluido o prescindible. Vocación que reclama una opción radical por la vida, especialmente en todas las formas en la que ésta se vea amenazada.

Agradezco una vez más la invitación de poder venir a encontrarme con ustedes, con el alma de este pueblo; y ruego para que la Virgen del Carmen, Madre y Reina de Chile, siga acompañando y gestando los sueños de esta bendita nación.