Lanzacohetes, explosiones, disparos. Una constante visual y auditiva, digna de una guerra, de una operación militar contra enemigos externos de la patria o de grupos subversivos enquistados en una sociedad y que van en masa contra un sistema, con armas provistas por patrocinadores. Esta vez, solo iban por Óscar Pérez.

La operación contra “los terroristas”, como el gobierno venezolano llama al grupo que encabezaba el expiloto de la policía científica venezolana, estaba dotada de toda la parafernalia contrainsurgente. Tenía las tanquetas del ejército, leal al presidente Nicolás Maduro, cercando a la localidad El Junquito en las afueras de Caracas.

Sus hombres iban en fila, formados contra el enemigo, al que acusaban de traición, de asesinar a inocentes y de disparar contra edificios gubernamentales en junio de 2017, elevando un helicóptero para tal fin. Pérez, el autor intelectual de esto.

La situación, para el 16 de enero de 2018, se volvió digna de una película de acción, con los pertrechos de todos los tamaños incluidos y contra el también actor amateur, atrincherado junto a seis de sus excompañeros. Daniel Enrique Soto Torres, Abrahan Israel Agostin Agostin, José Alejandro Díaz Pimentel, Jairo Lugo Ramos, Abraham Lugo Ramos, y una mujer por identificar.

La película de su vida

Oscar Pérez actuó en 2015 en la película Muerte Suspendida sobre el secuestro y muerte de un empresario portugués en Caracas. Encarnó su papel en la vida real, un oficial de la Brigada de Acciones Especiales y jefe de Operaciones Aéreas.

2018 le llegó como una última escena de la vida real, aplastado por una ráfaga de ataques con armamento pesado y con la fama que todo actor sueña consagrar, pero esta vez, aunque lo llamaban “El Rambo” o el “James Bond” venezolano, no hubo premio, solo la nominación a la muerte. Perdió, al imponerse y recibió “su merecido” como el gobierno de Nicolás Maduro al parecer pretende aleccionar a los que busquen rebelarse.

Sin cuerpos ni gloria

48 horas pasaron ya desde la “neutralización del grupo terrorista”. Un día después, el ministro del interior venezolano, Nestor Reverol, salió a dar explicaciones y confirmó las 7 bajas, como si se tratase del ejército o guerrilla enemiga o de uno poderoso que llevó meses abatir con saldos que llorar en el bando defendido.

Antes del informe oficial, medios internacionales ya especulaban el saldo con ayuda de las redes sociales que irónicamente se convirtieron en las cámaras y reflectores de Pérez, quien, como en 2015, montó sin saberlo su producción de mensajes de lo que sucedía y hasta con despedida para sus hijos y su país, logrando lo que no pudo en su película: salir al mundo en franca “promoción” negativa de la situación actual de un país en tiempos de hambre y censura.

Hoy, la madre de Abrahan Agostin, uno de los fallecidos en la incursión militar de Maduro, exigió el cuerpo de su hijo ante una comisión especial del parlamento venezolano, un grupo que investiga el procedimiento empleado contra Pérez y sus hombres, quienes en uno de los videos aseguraban estar dispuestos a entregarse.

Del alcance de la investigación parlamentaria se augura ya una nula aceptación del oficialismo venezolano. Es un público con crítica destructiva a este parlamento, al que ni reconocen, pues ya existe su propia “academia de artes políticas”: La Asamblea Nacional Constituyente.

En la morgue Bello Monte, mientras tanto, la otra escena rodando, con gritos en acción que van desde “devuelvan los cuerpos” o “mataron a los héroes”. El temor de los familiares, como la tía de Óscar Pérez, que cremen los cadáveres sin permitirles primero reconocerlos.

Militares resguardan el lugar; la espera hoy se limita para los dolientes y para la prensa mundial, al momento en que el gobierno haga la entrega de los “7 abatidos” sin escenas de honores y gloria a la patria, no al menos para Miraflores.