Con las aguas más prístinas y los bosques más australes del planeta, las especies que crecen en el inhóspito Cabo de Hornos de Chile, en el extremo austral del continente americano, están actuando como centinelas del cambio climático.

En el fin del mundo, donde casi no hay intervención humana, lejos de las emisiones industriales, el paso del tiempo parece haberse detenido, permitiendo la conservación de extensas poblaciones de musgos, líquenes, insectos y pájaros.

“Esto es un Jurassic Park para el Hemisferio Norte. Eso es increíble”, dice Ricardo Rozzi, biólogo y director del programa de conservación Biocultural Subantártica, a un grupo de periodistas que lo acompañan a recorrer la Reserva de la Biósfera Cabo de Hornos, protegida por la Unesco desde 2005, en la localidad de Isla Navarino de Puerto Williams, la ciudad más austral del mundo.

Integrante del archipiélago de Tierra de Fuego, en el extremo meridional de Sudamérica, constituye un laboratorio natural único para el estudio de las interrelaciones entre las regiones subantárticas y antárticas chilenas.

Sin azufre ni plomo ni elementos químicos que se encuentran en otras regiones del planeta, se le considera “un laboratorio natural, que genera una línea de base preindustrial para estudiar lo que ha pasado en los bosques de Escocia, Canadá, Escandinavia, Siberia, previo a la lluvia ácida”, explica Rozzi.

Situada entre los océanos Atlántico y Pacífico, debe su biodiversidad única a su aislamiento y a que ha logrado escapar a la industrialización y a la presencia masiva del ser humano.

Por lo mismo, las aguas del río Róbalo, que alimentan a la ciudad de Puerto Williams y cruzan la Reserva, son las más prístinas del planeta, con cero presencia de contaminantes inorgánicos.

Centinelas del cambio climático

Pero poco a poco esta inhóspita región reacciona al aumento de las temperaturas provocado por el cambio climático en esta lluviosa zona al sur del Canal de Beagle, donde la temperatura media anual alcanza los 6º.

Los investigadores detectaron que el ciclo de vida de insectos acuáticos, como los jejenes o moscas negras, se ha adelantado, terminando antes de lo que había sido durante todo su tiempo de evolución.

Les llamamos centinelas del cambio climático porque nos están dando aviso temprano” de las transformaciones, explica a la AFP la investigadora del Programa de Conservación Biocultural Subantártica Tamara Contador.

A mayor temperatura, el metabolismo de estas especies es más rápido y por eso “las generaciones están terminando antes de lo que solían hacerlo”, explica Contador.

Y ese cambio está causando un completo desacople a nivel ecosistémico, como en algunas aves migratorias, que tradicionalmente venían a alimentarse a esta zona en la época de eclosión de algunos insectos y ahora no han encontrado alimento.

La Reserva concentra también una gran cantidad de especies de briofitas o pequeñas plantas que viven en lugares húmedos, tan chicas que la mayoría pueden apreciarse solo con lupa, explica Rozzi, profesor también de la Universidad de North Texas.

Ante el aumento de las temperaturas y en búsqueda de lugares más fríos, la pregunta que se hacen los científicos es si serán capaces de saltar a la Antártica y empezar a colonizar el continente blanco.

Y aunque el área es protegida, “¿serán capaces de resistir la invasión con especies que vienen del norte y que son competitivamente más fuertes?”, se pregunta este profesor.

Estas interrogantes aún no tienen respuesta en esta zona crítica para monitorizar el cambio climático y evaluar el impacto del calentamiento global.