Con una digna versión de la Gran Misa para solistas, coro y orquesta de Wolfgang Amadeus Mozart, la Orquesta Sinfónica de Chile y el Coro Sinfónico de la Universidad de Chile que dirige Juan Pablo Villarroel culminó el ciclo de cuatro presentaciones de marcha blanca en el nuevo Centro de las Artes 660 de la Fundación CorpArtes. Dirigido por el maestro israelí Doron Salomon de Israel, este concierto, al igual que los anteriores, se llevó a cabo en beneficio del fondo de instrumentos de la Orquesta Sinfónica.

Los solistas que participaron en esta versión fueron Claudia Pereira (soprano primera); Carolina García-Valentín (soprano segunda); Felipe Catalán (tenor) y Patricio Sabaté (barítono). De estos, destacó la exigente labor de ambas sopranos, con muchos pasajes de coloratura. Menos relevante, pero ajustada a la partitura, fue la intervención de ambos varones, con un preciso aporte técnico del experimentado Sabaté.

Por su parte, el Coro Sinfónico tuvo un comportamiento excelente, con paisajes de mucho brillo, en especial de las voces altas femeninas. La Orquesta, bien conducida por Dorón Salomón, ofreció una versión correcta, digna y se acomodó a la conducción de su director de esta ocasión.

A la Misa N° 17, en Do Menor, La Grande de Mozart, Kv 427, por sus recursos y su dramatismo, es considerada un antecedente del célebre Requiem (compuesto 7 años más tarde) y de las grandes misas de concierto del siglo XIX, como aquellas de Beethoven y Bruckner.

La obra data del año 1782 y fue compuesta en Viena al igual que el Ave Verum Corpus y el Requiem Kv 626, época en que Mozart se dedicó al estudio de Bach y Haendel. Está pieza es catalogada como una de las grandes obras vocales sacras de todos los tiempos.

Esta Misa de 65 minutos de duración, y sin embargo inacabada, la compuso el genial músico austríaco, no como encargo como otras misas, sino al parecer por algún tipo de promesa o voto por su reciente matrimonio con Constanze Weber.

La Gran Misa en Do menor fue escrita primitivamente para dos coros y dos sopranos, un tenor y un bajo solistas, además de la orquesta y no se sabe por qué Mozart la dejó sin terminar (falta parte del Credo y todo el Agnus Dei previsto).

No obstante, en ella, Mozart muestra un renovado interés por el contrapunto y la fuga, que desarrolla con singular maestría.