Claramente esta semana uno de los temas más comentados fue la construcción de un gigantesco Mall en la ciudad de Castro, en la isla de Chiloé, debido a las irregularidades del proyecto que se lleva adelante, más allá del hecho de que se construya un centro comercial de tamaña envergadura en medio de la pintoresca ciudad sureña.

De acuerdo a lo que denuncian movimientos ciudadanos, la construcción se realiza a pesar de las faltas de parte de la constructora Pasmar S.A. que consisten básicamente en que se está construyendo un proyecto muy distinto al aprobado por el Municipio.

Esto último, motivó la suspensión de faenas, aunque se acusó a la empresa de continuar trabajando en un edificio que, según distintas voces relacionadas con el ámbito de la construcción -como arquitectos-, rompe con la armonía de la localidad.

Según aseguró el alcalde de la comuna, Nelson Águila, gran parte de la población está de acuerdo con la polémica construcción, pese a lo cual han cursado infracciones a la empresa, pero que como Municipio no tienen las atribuciones legales para impedir la construcción del proyecto.

¿Cómo puede ser posible que se construya tamaño centro comercial entre edificios de un valor patrimonial incalculable? ¿dónde queda el criterio? ¿De quién es la culpa en definitiva?

Queda nuevamente la sensación que en nuestro país hay una impunidad a favor de los poderosos, cuyos cómplices son quienes están a cargo de redactar normas y regulaciones lo suficientemente ambiguas para propiciar el abuso.

Pero más allá de eso, cabe preguntarse además…si no existiera realmente el interés de los habitantes de Castro por contar con un Mall ¿Esto hubiera pasado? A mi juicio, existe un problema más de fondo aún, que tiene relación con la denominada “cultura fast”.

Es tal el bombardeo a través de los medios de comunicación llamando al consumo de productos, que finalmente la gente siente la necesidad de contar con este tipo de centros comerciales, en un fenómeno que anticipó la escritora argentina Beatriz Sarlo en su libro “Cultura fast y lentitud”.

De acuerdo a su postura, la ensayista trasandina plantea que hemos logrado construir culturas homogéneas siguiendo patrones importados desde otros lugares del planeta, replicando estereotipos de sociedades en donde lo imprescindible es no quedarse atrás y lograr lo que se “necesita” lo más rápido posible.

Prueba de ello es el lamento luego del incendio en el Mall Plaza El Trébol de Talcahuano, en donde hubo gente más preocupada por no tener dónde sacar a pasear a los niños y dónde comprar ropa, que en los puestos de trabajo que se perdieron.

Como ejemplo, están los datos del Mall Plaza Antofagasta, ciudad en la que habitan 348 mil personas, y que registran un promedio de 6,1 visitas al mes. Saque su cálculo de la cantidad de visitas que recibe.

Conocida la noticia de la instalación de este centro comercial, las reacciones en las redes sociales no se hicieron esperar, con opiniones enfocadas principalmente en rechazo de dicha obra. Como suele suceder en estos caso, personas de otras partes del país repudiaron el hecho pensando en la estética de la comuna que se quiebra con esta mega construcción.

Sin embargo, los opositores al proyecto olvidan que son los propios habitantes de Castro, según señaló el alcalde de la comuna, quienes quieren un Mall. Aunque lo que a mi juicio es más digno de destacar, es el hecho que muchos de ellos son santiaguinos que critican la obra, siendo que en pleno barrio alto se replicó el fenómeno con el Costanera Center, sin que hasta ahora exista al menos un grupo en Facebook repudiando su construcción.

Al parecer es más fácil criticar situaciones que no atañen directamente desde la masa furibunda, en una inconsecuencia que se repite una y otra vez cuando se conocen irregularidades. Como ejemplo es lo que sucedió con la Termoeléctrica Pirquenes y el silencio cómplice de aquellos que rasgaron vestiduras con la de Barrancones, que motivó la intervención del propio presidente Piñera.

Eso es ser un opositor de cartón, llevado por la masa, sin una identidad que permita diferenciarse del resto, y que justamente es un síntoma de que vivimos en una sociedad con una cultura “fast”, donde la impunidad del poderoso es grotesca, vulgar y corriente.