El paso de Michelle Bachelet por nuestro país no pasó desapercibido, tanto por su reunión en La Moneda con el presidente Sebastián Piñera, como por su protagonismo en la encuesta CERC correspondiente a diciembre.

Según este sondeo, la ex mandataria se mantiene al tope del listado de políticos con más futuro, con un con 35% de apoyo. Sin embargo la cifra que llamó más la atención, fue el 59% de respaldo que alcanza ante una eventual elección presidencial.

Al respecto, la actual Secretaria General de la ONU Mujeres ha sido reiterativa en señalar que no viene a Chile “con traje de candidata”, aunque el silencio que se autoimpuso frente a temas contingentes la delatan. Ella sabe que es carta segura en las elecciones del 2013.

En ese sentido, el hecho de ser la candidata casi por descarte de la Concertación, es un mal síntoma de nuestra democracia. Refleja que, pese a todo, la política sigue siendo terreno de unos pocos y en donde es difícil atisbar rostros nuevos que desafíen a las dinastías y compadrazgos del mundo político.

Creo que las altas cifras de apoyo que alcanza, se deben a tres razones principales: silencio, olvido y asistencialismo.

Desde que asumió su nuevo rol político internacional, dejó de hablar del acontecer en Chile, como una forma de no repetir el error que en su minuto cometió el actual Secretario General de la OEA José Miguel Inzulza.

Aunque ese silencio tiene más que ver con la intención de blindarse ante la arremetida de quienes fueron víctimas de las promesas incumplidas de su mandato, donde los estudiantes aparecen como actores principales.

A mi juicio, Bachelet debe dar explicaciones de las razones para aprobar 42 termoelectricas y el proyecto minero en Pascua Lama. Pero también debe acarar su desidia ante el clamor de los secundarios, a los que calmó con cambio de ministro y un par de “píldoras” cuando se planteó el cambio de la LOCE.

Junto con lo anterior, se conjuga otro de los factores: el olvido. En Chile tenemos mala memoria sobre todo con lo que sucede en provincia, empujado por ese centralismo que atenta contra la percepción de que Santiago NO es Chile.

Aún recuerdo esos aciagos días tras el terremoto, con el vandalismo, el saqueo de locales comerciales, los incendios y el pillaje. Y aún recuerdo el helicóptero sobrevolando con la mandataria a bordo, mientras en tierra los damnificados esperábamos acciones rápidas y concretas.

Esa ocasión era propicia para mostrar su altura como estadista, pero no lo hizo. Agobiada por opiniones de su círculo de hierro que temían decretar estado de sitio por el estigma de la dictadura, demoró la decisión con los costos por todos conocidos en Concepción.

Por último, asoma el “asistencialismo” como factor que marcó la política gubernamental de la señora Bachelet en La Moneda. Y claramente su lugar en las encuestas no es otra cosa que el sentir de un grupo de ciudadanos que extrañan los beneficios que recibieron en su mandato.

No son más que “viudos” de un Gobienro asistencialista, que se apoyaba en el carisma de una mujer cercana, que dejó su mandato con deudas impagas, de esas que se olvidan con el paso de los años.

Tal como lo reconoció Carlos Huneeus, claramente sus porcentajes de apoyo bajarán una vez que entre a la lucha presidencial directamente, aunque por mientras permanecerá arropada y sentada en su palco en Nueva York, a la espera de unas presidenciales que, dicho de paso, asoman como el gran examen a la política chilena por el sistema de voto voluntario.

Mientras, en Chile sus “viudos” seguirán añorando un pasado que no volverá.