El crecimiento sostenido de las iglesias evangélicas, sumado a su fuerte presencia en barrios populares y en sectores históricamente marginados, ha configurado un escenario en el que su influencia electoral es una opción difícil de ignorar. Así, lo que en el pasado se percibía como un fenómeno religioso cerrado sobre sí mismo, hoy se manifiesta como un actor político que, quizás, pueda inclinar la balanza en contiendas cada vez más competitivas.

La pregunta que se hacen los partidos políticos es clara: ¿cómo captar ese llamado “voto evangélico” que, aunque heterogéneo, comparte ciertos códigos culturales, identitarios y morales? Y, más aún, ¿hasta qué punto se trata de un electorado utilizable dentro del tablero del poder, o de un actor con agenda propia que puede alterar las reglas tradicionales del juego?

Para dilucidar esto, es pertinente considerar algunas de las opciones más representativas de cada apuesta política.

La derecha y el conservadurismo moral

El primer acercamiento sistemático al mundo evangélico lo realizó la derecha tradicional, partiendo de un supuesto que parecía evidente: si las iglesias evangélicas defienden posiciones conservadoras en temas de sexualidad, familia o educación, entonces su respaldo electoral estaría asegurado para sus candidaturas.

La experiencia, sin embargo, ha demostrado que esta lectura es reduccionista, pues los evangélicos, en especial los de sectores populares, no votan únicamente en función de convicciones morales, sino también de necesidades materiales.

La precariedad laboral, las deudas, la inseguridad, el acceso desigual a la educación y la salud son factores que inciden de manera directa en su decisión electoral. Por eso, no resulta extraño que un número significativo de votantes evangélicos haya estado dispuesto a respaldar proyectos políticos que prometen respuestas sociales más amplias, incluso si provienen de la izquierda.

La derecha enfrenta así un dilema: persistir en la estrategia de reducir al mundo evangélico a un nicho “valórico” que asegure fidelidad, o reformular su propuesta para integrar demandas socioeconómicas que han estado tradicionalmente ausentes de su agenda.

Lee también...

La izquierda y la encrucijada de la compatibilidad

Para la izquierda, el desafío es doble. Por un lado, existe la convicción de que muchas comunidades evangélicas comparten la sensibilidad hacia la justicia social, la defensa de los pobres y el cuestionamiento a la desigualdad, valores que son parte constitutiva de su discurso histórico. Por otro, la izquierda ha chocado con el muro del conservadurismo moral en materias como aborto, matrimonio igualitario o políticas de género, temas que en amplios sectores evangélicos generan resistencia.

Algunos sectores progresistas han optado por un enfoque pragmático: destacar lo común (redistribución, dignidad de los trabajadores, lucha contra la exclusión) y relegar las diferencias valóricas a un segundo plano. Pero esta estrategia, aunque efectiva a corto plazo, corre el riesgo de ser percibida como oportunista, porque se busca el voto evangélico sin un diálogo genuino con su cosmovisión.

En suma, la izquierda enfrenta la dificultad de integrar al electorado evangélico sin diluir su propia agenda progresista ni generar contradicciones internas que afecten su coherencia política.

El centro político: ambigüedad que no convence

La relación del mundo evangélico con el centro político de nuestro país ha sido compleja y, en buena medida, contradictoria. Durante décadas incluso se presentó como una alternativa “razonable” para algunos, al combinar el respeto por la libertad religiosa y de conciencia con la defensa de derechos universales.

No obstante, en la actualidad muchos evangélicos lo perciben como un espacio ambiguo, incapaz de asumir compromisos claros frente a sus demandas más específicas.

Lo que antaño fue considerado una opción equilibrada, hoy se percibe como un signo de debilidad ante comunidades que esperan un reconocimiento explícito y no simples gestos retóricos.

Partidos confesionales y representación directa

La evolución más reciente ha sido la apuesta de partidos confesionales o con fuerte identidad evangélica. Estas organizaciones, como el Partido Social Cristiano, expresan la aspiración de contar con una voz propia en la arena política, sin depender de mediaciones de los partidos tradicionales.

Su desafío, sin embargo, es evidente: para alcanzar viabilidad electoral deben ampliar su base de apoyo más allá del electorado evangélico, evitando encerrarse en un gueto confesional. Sobre esto, la experiencia latinoamericana ofrece una advertencia, pues en varios países los partidos evangélicos han alcanzado representación parlamentaria, pero rara vez han logrado consolidar proyectos duraderos que trasciendan la identidad religiosa inicial.

El futuro de la participación evangélica: diversificación y nuevas generaciones

En definitiva, para el sistema político chileno, el mundo evangélico aparece generalmente como un contingente de votantes “disponibles”, susceptibles de ser interpelados mediante promesas de reconocimiento o guiños identitarios. Sin embargo, reducir su presencia pública a un cálculo utilitario empobrece tanto la política como la comprensión de la experiencia religiosa.

Para valorar genuinamente su aporte a la vida democrática, se requieren al menos dos condiciones.

Primero, que los partidos políticos reconozcan al electorado evangélico no como un “voto cautivo”, sino como una comunidad plural, con valores e intereses legítimos que merecen ser integrados en la deliberación pública.

Segundo, que las propias iglesias y líderes evangélicos asuman la responsabilidad de participar en la política con un espíritu constructivo, evitando los riesgos del fundamentalismo excluyente y defendiendo sus convicciones sin menoscabar los derechos de quienes piensan distinto.

El porvenir de esta relación permanece abierto. Podría derivar en una renovación democrática que amplíe el horizonte del pluralismo, o bien cristalizar en sectarismos que erosionen el pacto republicano. Mucho dependerá de la madurez del sistema político para integrar la diversidad religiosa sin comprometer la separación entre Iglesia y Estado, y de la capacidad de las comunidades evangélicas para conjugar fe y política de manera responsable.

Nuestra sección de OPINIÓN es un espacio abierto, por lo que el contenido vertido en esta columna es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial de BioBioChile