Los resultados de una reciente encuesta CADEM reflejaron una triste realidad: la educación en Chile es evaluada negativamente por los propios habitantes del país. En concreto, el 37% considera que es mala o muy mala y apenas el 13% cree que es buena.

En cuanto a los problemas que presenta, un 28% asegura que los jóvenes no la valoran y el 26% opina que los planes educativos son de mala calidad. Estas cifras son lamentables, sin embargo, no debieran sorprendernos.

Hace algunos meses una encuesta global de IPSOS arrojó que Chile ocupa el puesto 27 de un total de 29 países, si se trata de la percepción de la calidad educativa.

Esto, dado que sólo uno de cada diez chilenos la califica como buena y seis de cada diez como mediocre.

Estos datos sobre la percepción de la calidad educativa son desfavorables, no hay duda, y debemos tomarlos como una señal de alerta, pero también como una invitación a activarnos y buscar caminos para revertirlos, dado que hablamos de la reputación de un tema clave para el desarrollo del país.

A ratos la discusión se ha centrado principalmente en el financiamiento y el acceso a la educación, dejando en segundo plano la percepción de calidad de sus contenidos y los mecanismos que utilizamos día a día para impartir el conocimiento que define el futuro de Chile.

Todos los actores involucrados, a nivel público y privado, debemos atender este llamado.

Lo importante ahora es mirar al futuro y elaborar, de manera colaborativa, nuevas estrategias que logren forjar una mejor imagen de la educación en Chile. De todos depende de que en algunos años estos números hayan cambiado y generen esperanza en lugar de desilusión.

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