El año pasado comentábamos que Uruguay se ha posicionado a nivel latinoamericano convirtiéndose en una atractiva oportunidad de inversión por medio de franquicias tributarias y que, por contrario, Chile se ha vuelto menos competitivo en el concierto sudamericano. Ahora se suma la amenaza del Perú.

“¡Venga a invertir sin condiciones particulares!” Ese era el llamado del ministro peruano de Economía, Álex Contreras, en una entrevista a EFE el viernes 09 de junio en París. Insistía en que su “apertura es total” y que lo que quieren es “recomponer(se) de este ciclo a la baja de la inversión minera.”

En materia económica, es decir, para atraer inversiones, los distintos países compiten por entregar las mejores condiciones ofreciendo seguridad jurídica, beneficios tributarios, etc., en un mundo globalizado donde los capitales se mueven de un lugar a otro con tan solo apretar un botón.

Con esa apertura, el Gobierno de Perú quiere atraer inversiones extranjeras para la explotación del litio, de la minería y del hidrógeno verde, lo que para ellos será “clave para la descarbonización de la economía global”. Es así como el gobierno del Perú, luego de la crisis política reciente, sabe que la primera prioridad es recuperar las confianzas y atraer nuevas inversiones.

Así como Uruguay se ha convertido en una excelente opción para el ingreso de inversiones vía el océano Atlántico, Perú lo está haciendo por la vía del Océano Pacífico. Esto con la construcción del megapuerto de Chancay, el cual será cuatro veces más grande que el del Callao. Se trata de una inversión de US$3.600 millones y una compleja obra de ingeniería con la que el Gobierno peruano busca atraer cerca del 50% de los casi US$580.000 millones que mueven cada año los negocios entre Sudamérica y China.

Las instalaciones del Puerto de Chachay, que entrará en operaciones el cuarto trimestre del próximo año, contarán con capacidad para que atraquen los buques de carga más grandes del mundo, o sea, aquellos que puedan transportar más de 18.000 contenedores. Chancay se convertirá en un “hub” regional que enlazará con los vecinos Chile, Ecuador y Colombia.

Mientras en Chile la ampliación de los puertos de San Antonio y Valparaíso está retrasada por exigencias medioambientales. De no concretarse su ampliación antes del inicio de operaciones de Chancay, hará que ésta absorba un porcentaje importante de mercancía que proviene de China, lo que sería un duro golpe para el comercio exterior, la economía local y nacional.

El 95% de las exportaciones chilenas son por vía marítima y, respecto a las importaciones, existe una posibilidad cierta de que nuestras cargas queden en terminales de otros países. Lo anterior, porque las empresas navieras están operando con buques cada vez más grandes, lo que hará que ellas decidan a qué puertos llegar y a cuáles no. Esto implicaría que, para traer mercaderías a Chile, debamos hacerlo con un traslado adicional, lo que sumará costos a la logística y finalmente significará precios más altos en varios productos que consumen los chilenos.

Adicionalmente, en política de comercio marítimo no existe una hoja de ruta de expansión. A lo anterior, se suma que el Puerto de San Antonio fue catalogado como punto neurálgico para el traslado de drogas a nivel mundial en un informe revelado por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito de la ONU.

El ministro Diego Portales, que sabía de la importancia del mar y del comercio marítimo para Chile, promovió la guerra contra la Confederación Peru-Boliviana debido a la competencia que representaba el puerto del Callao para Valparaíso y la guerra comercial que se había producido entre ambos. Hoy carecemos de políticos visionarios que dimensionen la importancia del comercio marítimo para Chile, de la conectividad con Asia y de la necesidad de invertir en los puertos para atraer inversiones.

Perú pertenece a la OPEC, ratificó el TPP11 antes que nosotros, tiene cobre, litio e hidrógeno verde y está construyendo el puerto más grande del Pacífico Sur. Esto es una pésima noticia para nuestro país.

Mientras tanto en Chile damos por sentado que los inversionistas tienen que aceptar nuestras condiciones de inversión y mayores impuestos, actuando con una soberbia digna de aquellos que fueron grandes y ya no lo son. Olvidamos lo que éramos hasta hace cuatro décadas y hoy miramos en menos a nuestros vecinos del barrio. Sin embargo, mientras nosotros consideramos políticas económicas añejas y fracasadas, ellos miran aquellas que han llevado a los países al desarrollo.

Aquella imagen de los hinchas de Colo Colo lanzando y rompiendo billetes argentinos a los hinchas de Boca Junior es una muestra de la soberbia ciega. Parecen desconocer que el ejemplo de modelo económico del actual gobierno es el peronista argentino y que, de prevalecer su ideología, nos podría esperar un destino similar al de nuestros hermanos transandinos.

El 2019, tras semanas de manifestaciones diarias multitudinarias, se decía que empezaría a aparecer la basura que Chile guardaba debajo de la alfombra. Supuestamente veríamos aquellos aspectos que se escondían detrás de la fachada del milagro económico chileno. No obstante, solo hemos visto inconformismo, soberbia e impaciencia como sociedad. Hoy, por seguir la visión mesiánica de quienes decían conocer el camino, hemos pagado con mayor pobreza, menores oportunidades, más desempleo y, estas últimas semanas, con lo que más duele: vidas humanas.

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