Chile vive una crisis de vivienda. Hay más de 640.000 familias que no tienen acceso a una vivienda digna y adecuada y que hoy viven allegadas, hacinadas, en edificaciones irrecuperables, en situación de calle o han tenido que irse a un campamento. Además, hay cerca de 400 mil familias que viven en fragilidad habitacional, es decir, personas de distintos contextos que pagan más del 30% de sus ingresos en el arriendo de sus hogares.

Esto significa que para ellos cualquier crisis o impacto económico, como una enfermedad, la pérdida del empleo o un aumento brusco de la inflación, podría llevarlos a ser parte del déficit habitacional. Enfrentar esta emergencia debería ser prioridad para el mundo público y privado. Debería ser la causa de todas y todos.

Ante esto, y como señaló el Presidente durante su Cuenta Pública, se han realizado importantes avances, como el apoyo a familias de clase media para que puedan acceder a un crédito hipotecario para su primera vivienda. Y, por supuesto, el Plan de Emergencia Habitacional presentado por el gobierno el año pasado. Este plan tiene una meta ambiciosa: construir 260 mil viviendas durante este periodo presidencial. Para que esto se cumpla, es deber de todos y todas apoyar con fuerza este plan, aplaudir sus logros y colaborar para que se superen las posibles dificultades que aparezcan en el camino.

Pero esto no es suficiente, la falta de acceso a la vivienda se está transformando en un problema estructural y doloroso que no podemos seguir enfrentando de la misma forma. Tan estructural como es el problema de la inseguridad, que aqueja a muchas personas y territorios en nuestro país. Muchos de los temas de seguridad que enfrentan hoy algunos barrios segregados, son consecuencia de políticas que excluyeron a las personas de la ciudad en vez de integrarlas.

No podemos cometer el mismo error. No basta con construir viviendas, necesitamos ciudades para que, quienes accedan a las nuevas viviendas puedan vivir tranquilos. Ciudades que podamos amar y que sean la prolongación del hogar -como dijo la poeta Mistral y el presidente Boric- barrios de los que podamos estar orgullosos y donde podamos caminar tranquilos con nuestras familias por sus calles.

Necesitamos que la vivienda y la ciudad sean un propósito común para el país. Dejemos de pensar que es un problema aislado que compete sólo a las familias que viven en déficit -muchas veces agrupadas en comités de vivienda- que hoy luchan por tener acceso a una vivienda digna y adecuada.

La vivienda y la ciudad dignas pueden ser un punto de encuentro en estos tiempos de desencuentro. Tenemos la oportunidad de mejorar la calidad de vida de familias que hoy viven en fragilidad habitacional, diseñar soluciones adecuadas para quienes componen la demanda por viviendas de interés público, planificar y diseñar barrios y ciudades desde las familias y los municipios, vincular al mundo privado en el financiamiento de nuevas formas de vivienda de interés público y acortar la larga espera por la vivienda, de miles de familias.

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