La dificultad para elegir a la nueva persona que deberá presidir la Defensoría de la Niñez deja en manifiesto que hoy los niños no están siendo prioridad para el mundo político, a pesar de que los datos en materia de deserción escolar, violencia, salud mental, delincuencia y drogadicción son por decir lo menos alarmantes.

La discusión en torno al nombre de quien ocupará este cargo en la Comisión de Derechos Humanos pareciera, más que un debate en torno a las competencias, una disputa por los respaldos políticos en el marco de futuras negociaciones.

Las urgencias en materia de niños, niñas y adolescentes que enfrentamos como país y que nos acompañaran durante generaciones, si no las atacamos con firmeza y convicción política hoy, no pueden seguir esperando.

El panorama, como ya muchos han alertado, es complicado y urgente. Existen 50 mil niños en exclusión escolar y una crisis educacional agudizada por la Pandemia. Además, niñas y niños en situación de calle, así como 14 mil niños en listas de espera en salud mental y miles de otros esperando atención en protección de derechos.

La niñez no puede ser objeto de intercambio de ninguna naturaleza y debemos como sociedad poner el foco y urgencia que necesita. Como ha planteado Marcelo Sanchez y varios expertos que llevan años trabajando en este tema, lo que se requiere para el cargo son capacidades, conocimiento del marco normativo nacional e internacional, como también gestión y liderazgo desde la solidez técnica para poder ejercer su acción ejecutiva como garante.

Por el contrario, esta trifulca en el Congreso solo evidencia que el mundo político ha olvidado a los niños. En efecto, Chile enfrenta una crisis educativa de proporciones, que a pesar de las alarmas y toda la evidencia levantada, sigue sin conmover a la clase política, el poder legislativo y la sociedad en general.

Esperamos que se logre llegar a acuerdo en este caso y que éste se sustente en las capacidades y trayectorias, con un nombramiento en la Defensoría de la Niñez que diseñe y ejecute medidas concretas para enfrentar, de manera colaborativa y con el sector privado, no sólo las pérdidas de aprendizajes, sino que todos los demás desafíos que dejó la pandemia.

En efecto, los costos no sólo son académicos, sino que también aprendizajes socioemocionales, vínculos con la comunidad educativa, pérdida de valoración de la educación, deserción y ausentismo escolar, entre otros grandes temas y urgencias que viven hoy los niños y adolescentes de nuestro país.

Pese a que la agenda política se la han tomado otros temas y la infancia no ha sido prioridad, es hora de entender que estamos frente a una crisis en materia educacional en el amplio sentido de la palabra, donde a las consecuencias académicas le seguirán las económicas -como ya ha alertado el Banco Mundial y otros organismos- sino también morales y sociales; sacrificando en los hechos a una generación de niños y niñas, pudiendo haber tenido la posibilidad de corregir y evitarlo.

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