En estos días del histórico plebiscito de salida constitucional, vemos con fuerza el enorme poder de las imágenes en movimiento (la esencia de lo “cinematográfico”) para reflejar o crear la “realidad” en las redes sociales y medios de comunicación. Y más sorprendente aún, es ver el rol de los ciudadanos, convertidos en cineastas-documentalistas del diario acontecer. Se trata de miles de personas que, celular-cámara en mano, ejercen un rol de productores y consumidores de imágenes visuales y sonoras, las que agitan con intensidad las aguas de nuestro devenir político, social y cultural.

Una lluvia de imágenes aparecen en las múltiples pantallas: violencia política inaceptable o ternura luminosa en las calles; estallidos de creatividad popular; injusticias históricas con rostro humano; diversión y catarsis, infancia y vejez que conmueven… son miles las imágenes en movimiento registradas y compartidas a diario, y que en muchos casos darán luego vida a obras cinematográficas.

Muchos de estos registros son miradas vigilantes, de fuerte denuncia, o son valiosos y simples retratos vivos de lo que nos ocurre día a día, como fueron las denominadas “vistas” de los hermanos Lumiere, a los inicios del cine. En otros casos, a partir de estos registros, inicialmente dispersos y casuales, surgen pequeñas grandes obras de montaje, videos o cortometrajes narrativos o experimentales, todos de gran valor. El cine también se crea de modo colectivo y se comparte por doquier.

¿La democratización del Cine? Sí y más que eso.

Ocurre que, en el contexto de la cultura contemporánea, una fuerte explosión de lo audiovisual -como medio, como objeto, como mensaje o expresión viva-, se ha extendido sin control por el mundo. Lo audiovisual, lo cinematográfico (en su más amplio sentido), está presente en cada aspecto de lo profundo y lo profano de la cotidianeidad. Es más, muchas veces la constituyen.

En particular, las y los jóvenes son -en los hechos- creadores audiovisuales permanentes, vanguardistas, creativos y desafiantes, gracias a las herramientas digitales que tienen siempre a mano.

Quizás esto explica el enorme aumento de vocaciones, entre las y los jóvenes, por estudiar cine o audiovisual, particularmente en el contexto universitario. Hay en ellos un anhelo de profundizar la observación reflexiva y crítica de la sociedad, a través de las operaciones técnicas del cine, de las imágenes, de la estética visual.

Las escuelas de cine y audiovisual, el número de matrículas en estas carreras, se han multiplicado fuertemente en los últimos años. Es una buena noticia. Porque esas futuras y futuros creadores, que parten su formación académica con la potente base nativo-audiovisual, con el ejercicio callejero ciudadano, estoy convencido traerán un explosivo y enorme enriquecimiento al cine/audiovisual chileno del mañana.

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