La vuelta a una normalidad atípica y el reintegro a clases trae consigo muchos desafíos y temas que abordar. Gran parte de la preocupación está puesta -con gran razón-, en el claro retroceso de la calidad de los aprendizajes producto de la pandemia.
Sin embargo, si bien es muy importante la nivelación pronta de los saberes rezagados, también lo es contener al alumnado luego de un período inédito y complejo a nivel mundial que transversalmente caló hondo en nuestra estructura social, económica, educativa y familiar.
Dos años de crisis sanitaria demostraron que un papel en blanco y distintos materiales pueden cambiarnos la vida y hacer que el tiempo varíe la forma de como lo percibimos. Puso en nuestras manos la posibilidad de hacer, crear y conectar ese hacer de las emociones ineludibles que desbordaron a tantas y tantos.
Es en este pequeño acto espontáneo y casi primitivo -considerando la presencia de la expresión artística desde que el hombre pudo comunicarse-, es en donde palpamos el valor de las artes y su práctica en nuestras vidas.
Es lógico pensar entonces que la educación artística puede ofrecer este espacio necesario y valioso capaz de interpretar las vivencias del alumnado en medio de la pandemia.
Las artes son expresión y comunicación no verbal. Muchos autores mencionan su importancia para el desarrollo humano, así como su relación con el despliegue emocional, porque arte y emoción se vinculan con procesos psicológicos superiores como la imaginación y la creatividad.
Es común pensar que la práctica artística consiste en crear imágenes “bellas”. Sin embargo, hacer arte implica también considerar todo lo que ocurre en el proceso: la información que llega desde el cuerpo, el contexto, los factores internos, los ambientales y una larga lista que depende de cada ser humano. De este modo, cualquier símbolo expresado es en sí valioso al aportar gran significado a un proceso de búsqueda personal.
Con todo lo anterior, es pertinente pensar que las problemáticas actuales evidenciadas con el retorno a clases que intervienen directamente en las dinámicas de comunicación de toda la comunidad educativa, deben ser abordadas desde múltiples frentes, uno de ellos el artístico.
Es necesario pensar la escuela como un espacio abierto no solo al aprendizaje, sino al auto conocimiento y al trabajo sobre las propias emociones involucrando la contención, tan necesaria en la vida de cada estudiante en formación. En esta dirección, la educación artística debe facilitar un proceso emocional que implica palpar realmente aquello que acontece para hacer germinar las emociones escondidas y sus procesos de interpretación.
Jessica Castillo, académica Carrera de Educación Parvularia Universidad de Las Américas, sede Concepción.