Tal como señala la Unesco, la cultura son los valores, hábitos y comportamientos bajo los cuales funciona cualquier comunidad, la suma de rasgos distintivos espirituales, materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a un grupo social y a nivel macro, a cada país.

Y aunque hoy en Chile se habla mucho de la cultura de la colaboración, de la integración y de la confianza, no estamos realmente traspasando esos valores hacia la educación y el tejido social. Se plantean como necesarios en ciertos círculos de opinión, pero no existe una política cultural para integrarlos en la sociedad completa.

La crisis social que se activó en el país durante octubre de 2019 fue sobre todo, una crisis cultural. A pesar de que las últimas décadas en Chile han sido exitosas en cuanto a desarrollo económico, no supimos articular una narrativa que diera sentido a esta visión de progreso, que se preocupara del bienestar y la salud mental con la misma relevancia con que se medía el aumento de los ingresos materiales.

Esta debilidad quedó en evidencia con el descontento y la inexistencia de una red de contención que sirviera para enfrentar los grandes desafíos que vinieron posteriormente y se arrastran hasta hoy. Chile aún está en proceso de reconstrucción, la pandemia no ha finalizado y estando ad portas de una nueva constitución, esta también puede ser la oportunidad para pensar qué valores queremos potenciar en el país, qué tipo de sociedad queremos ser, qué queremos eliminar del pasado y qué cosas queremos incluir mirando hacia el futuro.

En esta nueva matriz, el desarrollo cultural sí o sí debe ocupar un espacio relevante. 81% de las personas considera que la cultura y las artes son una experiencia positiva y que juega un rol esencial en nuestras vidas, mientras que 4 de cada 5 personas consideran que es una experiencia necesaria en un mundo complejo, según los resultados del estudio “El arte de la vida: Comprender cómo la participación en el arte y la cultura puede afectar a nuestros valores”, realizado en Reino Unido. Estas cifras y también el sentido común nos reafirman que el arte nos hace más humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos.

¿Cómo hacemos para traspasar en la práctica estos principios a los 19 millones de habitantes del país? Lo primero es alinearnos. El sector público, privado, académico y civil deben integrar una visión ampliada dentro de sus esferas de acción. Ya no se trata sólo de obtener resultados y revisar las métricas, también hay que analizar cómo estamos consiguiéndolo y cómo se mejora el bienestar de las personas y su conexión con el ecosistema.

Políticas relacionadas con difusión, filantropía, educación y financiamiento del sector artístico y cultural, deben ser parte de la discusión de planes estratégicos dentro del Gobierno y las grandes empresas.

Para avanzar, debemos internalizar y valorar el rol que cumple la cultura en el país, cuyo aporte económico y social ha sido demostrado con creces en todo el mundo.

Quienes trabajamos en torno a la cultura, sabemos que, una vez reconocida su importancia, esta será capaz de contener, guiar y aportar de forma ampliada, efectiva y contundente al presente y futuro de todos los chilenos.

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