Dejemos al pasado ser lo que es: una reserva de experiencias y aprendizajes, imprescindible para iluminar la sociedad actual, pero no un lugar al que volver. Para caminar al desarrollo hay que mirar de frente al futuro.

Todo pueblo y, dentro de él, toda generación, tiene su época dorada, un tiempo perdido en donde (se dice) todo fue mejor. El tiempo avanza y hay quienes miran el mundo siempre con un ojo melancólico apuntando al pasado, añorando lo que fue, la vida que se vivió, lo que tuvimos y que se perdió.

Pero el tiempo es implacable y la historia de las sociedades humanas se despliega a tumbos, abriendo y cerrando ciclos. Frente a eso, para algunos su existencia en el presente está marcada por la pérdida de ese pasado y el intento constante, a ratos irrefrenable, por recuperar ese tiempo perdido. Otros, peor aún, viven reñidos con la actualidad, permanentemente enfadados e incómodos con el presente, con su gente, con sus modas, sus prácticas y formas de hablar: ¡qué tranquilo era todo antes de que fuera como es hoy, antes de que se degradara lo construido y se arruinara el curso de las cosas!

Clara Ramas, filósofa española que se ha dedicado a estudiar esta idea del tiempo perdido, pone un punto central. Este enfado con el mundo actual tiene una consecuencia que, para la política, se trata de una dificultad mayor: impide resolver el enigma, saber de qué va esta sociedad. En una palabra: entenderla.

Y es que parece obvio, pero, por un lado, lo cierto es que aquella “época de oro” nunca fue lo que hoy se dice de ella (de hecho, lo más probable, es que en ese momento haya habido otro grupo de melancólicos ¡añorando una edad dorada previa!).

Pero, por otro lado, y más importante, incluso si ese tiempo perdido fuera todo lo bueno que se dice de él, aunque lo deseemos con todas nuestras fuerzas, aunque hagamos todo lo que esté a nuestro alcance, simplemente no volverá. O sea: aun cuando se hiciera todo lo que se hizo entonces, ciertas políticas económicas, cierto sistema político, el resultado va a ser distinto porque sencillamente la sociedad es otra.

La nostalgia como trampa política de la izquierda

Durante los años del actual gobierno, este discurso melancólico ha estado muy presente en sectores del progresismo nacional, que vieron en la irrupción de una generación política una crítica a la obra alcanzada en las décadas previas, como si fuera un puñado de liderazgos críticos los que hubiesen movilizado a la sociedad contra esa obra —y no al revés, que es como efectivamente fue—, ya que ese grupo de liderazgos emergió producto de una sociedad en crisis y del agotamiento del período previo, la llamada transición.

En el marco de la campaña presidencial actual la referencia a este tiempo perdido aparece una y otra vez: aparece en la tesis del supuesto “salvataje” que habría realizado la centro izquierda a este gobierno, en la insistencia de que por el hecho de gobernar con pragmatismo (¿se puede gobernar de otra forma?), la nueva izquierda habría renunciado a sus principios para abrazar la política de la transición.

Emerge, también, en la idea ya majadera sobre la necesidad de “moderar” el proceso de reformas, con el fin de convocar a un supuesto centro político, que algunos partidos llevan buscando elección tras elección sin que sus resultados muestren que este centro exista en algún lado, como antaño existió.

Y es que como ya hemos dicho, ese centro no existe, y no por razones “políticas”, sino que por razones “sociales”: la sociedad ya no se estructura como antes y, por tanto, la ciudadanía no organiza sus preferencias como se organizan los partidos, ni los partidos representan hoy a clases o fragmento de clases específicas como antes lo hacían.

¿Cómo podría ser de otro modo si en realidad la sociedad chilena se estructura a partir de un 1% que concentra el 49% de la riqueza y el 90% de la población hoy vive en condiciones dificultosas, pero relativamente similares?

Aquí volvemos al punto que políticamente me parece central: la nostalgia de la época dorada y el enfado con el presente, impiden conocer adecuadamente la sociedad actual y ajustar la política a nuestros tiempos.

Política del presente, no del pasado

En la proclamación del candidato Gonzalo Winter, colgaba en la sede del Frente Amplio un lienzo con una sola frase: De frente al futuro.

Parece simple, pero condensa lo planteado acá y es elocuente de la vocación con la que hoy nos volcamos a la campaña presidencial: el convencimiento de que no vamos a avanzar pasando el pie del acelerador al freno, ni simplemente replicando las recetas del pasado, ni mucho menos haciendo como la derecha, que sin importar qué problema económico tenga al frente responde siempre de la misma manera: menos impuestos y más desregulación.

Esta postura anti-melancólica no niega los aprendizajes del pasado. En ese sentido y en un contexto global de avance de la ultraderecha y crisis del neoliberalismo, podemos pensar el futuro y reconocernos al mismo tiempo en el proyecto del Frente Popular de construir un proceso nacional de desarrollo, en la sindicalización campesina y la incorporación del campesinado a la vida social, en la gesta patriótica de Allende con la nacionalización del cobre y la disputa por la soberanía nacional, así como también, por supuesto, en la amplia unidad construida por la Concertación para darle el golpe final a la dictadura.

Estamos orgullosos de este gobierno

Del mismo modo, no podemos pensar el futuro, sino a partir de lo hecho por este gobierno, del que, como lo ha dicho Gonzalo Winter en todos lados, estamos profundamente orgullosos. Y lo estamos porque lejos de haber trastocado sus principios, ha sabido ser pragmático sin soltar el timón ni cambiar de brújula. Sin mayorías parlamentarias y a pesar de una oposición obstruccionista, se abrió un proceso de cambios que ha mejorado directamente la vida de las personas en este país. El resultado de esto es innegable: en Chile se vivirá mejor al terminar este gobierno de lo que se vivía cuando empezó.

Chile tiene una nueva posibilidad para saltar al desarrollo y caminar por la senda de la producción, la innovación, el crecimiento y la redistribución de la riqueza y el poder. Y en ese sentido, un gobierno que reúna nuevamente a la izquierda y el progresismo no puede sino darle continuidad y profundidad al proceso de cambios iniciado por este gobierno.

Para este camino, la nostalgia por el pasado es una camisa de fuerza de la que debemos liberarnos. Dejemos al pasado ser lo que es: una reserva de experiencias y aprendizajes, imprescindible para iluminar la sociedad actual, pero no un lugar al que volver. Para caminar al desarrollo hay que mirar de frente al futuro.