Este tipo de propuestas no solo desvían la atención de las verdaderas soluciones, sino que también revelan una desconexión preocupante con la realidad de quienes más sufren en esta crisis.

La reciente presentación del informe Tinsa-Universidad San Sebastián, el 29 de agosto de 2024, dejó una estela de preocupación insoslayable. Si ya es difícil lidiar con los inalcanzables precios de la vivienda, en el contexto de una crisis habitacional que ha alcanzado proporciones inéditas en Chile, con miles de nuevos hogares forzados a encontrar refugio en campamentos y nuevos modos de cohabitar, ahora parte del gremio inmobiliario propone la tokenización de la vivienda como una solución innovadora y supuestamente adecuada a esta crisis.

¿De qué se trata esto de la tokenización de la vivienda?

Para ir entendiendo, la tokenización de la economía implica convertir activos en tokens digitales intercambiables. Luego, la tokenización de la vivienda, que en teoría permitiría se basa principalmente en fragmentar propiedades en pequeñas partes vendidas como tokens en un sistema blockchain, para generar una supuesta herramienta de democratización del acceso a la vivienda. Una especie de ‘tiempo compartido’ con Bitcoin.

Me permito dudar de su pertinencia para una crisis habitacional tan severa como la que enfrenta Chile. Dudo, pues proponer que la solución a la falta de vivienda digna sea la creación de un mercado aún más especulativo que el existente, usando el útil disfraz de la innovación tecnológica para la concentración de las oportunidades, es de una audacia irresponsable, más si esto viene de los propios promotores inmobiliarios. ¿Acaso el sueño de la casa propia es tan irreal que ya lisa y llanamente se invita a vivirlo en la Matrix, pues en el mundo real ya no existe esa posibilidad?

Una perpetuación de la desigualdad social

Los promotores de esta idea parecen olvidar que la vivienda no es un bien cualquiera, sino un derecho humano fundamental o si prefieren, un bien sin sustitutos. Tokenizarla en un contexto donde miles de familias ni siquiera tienen acceso a créditos para pagar apenas el pie de lo que cuesta una casa es, en el mejor de los casos, una distracción peligrosa y, en el peor, una perpetuación de la desigualdad social.

Convertir ya sin pudor alguno la vivienda en un activo financiero más, sujeto a la volatilidad y especulación del mercado de criptomonedas, podría agravar aún más la precariedad habitacional. Este enfoque, lejos de resolver la crisis, corre el riesgo de consolidar un sistema donde solo aquellos con conocimientos técnicos y acceso al capital pueden beneficiarse, dejando a las poblaciones más vulnerables aún más excluidas.

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La literatura científica ha demostrado que en todos los lugares del mundo donde ha operado, la especulación inmobiliaria es una barrera hacia ciudades justas. Por contraparte, las mejores ciudades del mundo para vivir operan contra la especulación inmobiliaria y con fuertes políticas habitacionales que resguardan el bien común.

Viena, Singapur, Melbourne y Copenhague cuentan con planes habitacionales donde la asequibilidad, planificación y distribución equitativa de espacio habitacional son axiales en sus propuestas.

Ya Chile fue el conejillo de indias de ideas especulativas sobre el rol del mercado en la sociedad y no ha resultado tan bien como se intenta hacer creer en los últimos años. Este tipo de propuestas no solo desvían la atención de las verdaderas soluciones, sino que también revelan una desconexión preocupante con la realidad de quienes más sufren en esta crisis