Piñera no ha sido deshonesto intelectualmente. ¿Pero ha sido deshonesto políticamente? Sí. El punto de fondo es que el ex Presidente no tiene razón para ser honesto intelectualmente, no es su tarea. Pero los intelectuales de la derecha sí tienen esa obligación.

No sé cuántas veces me ha tocado vivir la escena en que alguien me pregunta, en un debate supuestamente intelectual, “¿pero tú condenas el estallido?” Normalmente me quedo estupefacto. ¿Cómo reaccionaría usted si le pregunto “condena usted el infarto al miocardio?” La pregunta es tan absurda (ni tonta, ni estúpida, sino absurda) que carece de respuesta posible.

Si contesto que no lo condeno, parecería que estoy de acuerdo con el infarto. Si contesto que estoy de acuerdo afirmo que mi voluntad tiene alguna relación posible con la ocurrencia o no del infarto. Y la pregunta vuelve cada cierto tiempo.

Le pregunto entonces: ¿Está de acuerdo usted con la Revolución Francesa?
La pregunta es pertinente porque fue muy violenta. Tanto, que fue un debate histórico por larguísimo tiempo en todo el mundo. Nadie puede dejar de reconocer que esa fecha, la revolución francesa, marca el origen de las repúblicas modernas, del sistema político moderno (izquierda y derecha como estructura), inaugura la noción de sociedades cambiantes por proyecto y obra humana, al tiempo que procura la discusión sobre los derechos sociales y humanos que hoy se considera un bastión civilizatorio.

Pero claro, podemos discutir si condenaremos la violencia entonces acaecida. ¿Y luego de condenarla qué? Me voy a mi partido político fundado en los principios de la Revolución Francesa, vivo bajo los derechos de la Revolución Francesa y busco la Presidencia de una República, como derivó de la Revolución Francesa.

Los trabajadores obtuvieron, con muchas dificultades, el beneficio de ocho horas diarias de trabajo como la legislación regulatoria básica para el empleo. Y eso ocurrió de grandes protestas, violentas muchas de ellas, entre fines del siglo XIX y comienzos del XX. ¿Condenamos la violencia de estas manifestaciones? De acuerdo. Y ¿luego qué?

El golpe del 11 de septiembre de 1973 era inevitable. Eso dice la UDI. Inevitable significa que los días anteriores era inevitable conspirar, tomarse Valparaíso, bombardear La Moneda y reemplazar a Allende. Era inevitable. El golpe ya estaba hecho y resuelto cuando varias horas después se bombardeó el palacio de gobierno y la casa personal del Presidente en funciones.

Luego fue tomado el palacio de gobierno y rompieron bienes al interior del palacio como en los allanamientos. De paso rompieron el Acta de Independencia de Chile. ¿Condenaremos esa violencia inútil y absurda del golpe de Estado? ¿Condenaremos toda la violencia del golpe de Estado? ¿Se puede condenar el uso de la violencia y al mismo tiempo decir que era inevitable? ¿Se puede decir que el golpe estuvo bien y la violencia no? ¿Debemos condenar la independencia de Chile por no haber intentado una ruta dialogante con España?

Lo que reside más allá del lenguaje preciso, es absurdo. Eso dijo Wittgenstein. Y es evidente que esta discusión es absurda.

La sociedad es un ámbito de acontecimientos que son de difícil comprensión porque en ellos media la voluntad. Y entonces creemos que una realidad que conviene a ciertas personas y sus voluntades tiene que haber sido procurada por ellos. Personalizamos los hechos: el estallido es de izquierda, dijo la derecha. El estallido es de izquierda, dijo la izquierda. Ambos estaban de acuerdo. Y ambos estaban equivocados.

Fue un estallido, un episodio de acumulación de energía que explota, un bloqueo del flujo social que rompe los tejidos, un infarto, un hecho, un fenómeno, algo por investigar. ¿Hay un genio capaz de planificar que saltar torniquetes del Metro puede conducir a la caída de un gobierno? Está difícil. El señor Piñera nos plantea un asunto intelectual de dudosa valía y de difícil resolución sin tener que salir de los límites del lenguaje.
Examinemos más.

El “Golpe de Estado no tradicional”

El anterior Presidente de la República, señor Sebastián Piñera, ha señalado que el estallido social de octubre de 2019 fue un Golpe de Estado no tradicional. La jugada tiene diez puntos de diez en brillantez política. Y es que en un escenario donde la izquierda vuelve a tener una crisis de definiciones y transita entre la celebración mesiánica del estallido y un desencanto por haber confundido un ataque cardíaco de la sociedad con un profeta; Sebastián Piñera hace lo que sabe: aprovechar la oportunidad de ganar posición. En eso no tiene rivales.

Aprovechando el confuso escenario entonces el ex Jefe de Estado decidió ser altisonante y convertir el estallido en un golpe de Estado en su contra. Fue en septiembre, con los 50 años del golpe encima de la mesa. Él era Allende, la víctima de un golpe; la protesta era Pinochet, los usurpadores.

Es evidente que el argumento del ex Presidente Sebastián Piñera fue una simplificación. La pregunta es si esa simplificación arroja alguna luz o es una deshonestidad intelectual.

El arte de la política supone la simplificación. El gobierno, el sistema político, la cultura política, la economía pública y privada; todos esos ámbitos son de alta complejidad y gobernar es bastante más difícil de lo que se cree. Compatibilizar el presupuesto con un diseño de políticas públicas es altamente difícil. Y ser eficaz, dialogante y legítimo a la vez suele ser un camino difícil. Es por esto que la política, que debe ser traducible en algo claro, debe simplificar.

La pregunta ética y política es simple: ¿tiene un límite esa simplificación? Por supuesto. Es natural que consideremos razonable la simplificación que reduce la disputa de proyectos de sociedad en nombres propios, porque de hecho de eso se trata parte del asunto. Pero existen límites lógicos, éticos y políticos.

No obstante ello, es decir, no obstante la ilimitada acumulación de la simplificación, no obstante la descomunal reiteración de lo simple, no obstante su abrumadora presencia ante nuestros ojos y oídos; la costumbre arraigada de convertir lo complejo en simple debe ser siempre motivo de preocupación y de aclaración si al caso viene.

El “estallido social” ha sido polisémico. Partió en el marco de un horizonte anarquista que politizó la evasión en el transporte público, pasando de la micro al Metro, es decir, del desastre operacional al ejemplo operacional. En ese gesto se situó la base de la protesta.

El contexto

Chile venía de ser declarado ‘oasis’ por el Presiente Piñera. Pero la esperanza en el futuro caía velozmente desde el segundo trimestre de 2019. La sensación de estancamiento económico era enorme. Y la discusión política era incomprensible. La disputa por las 40 horas laborales fue absurda: el gobierno declaraba que las 40 horas de la propuesta comunista eran la garantía del subdesarrollo, pero que 41 horas el camino al desarrollo.

El Presidente apostaba al prestigio: APEC y COP25 serían en Chile. Y la final de la Copa Libertadores. Su esfuerzo por un liderazgo internacional tuvo un final triste. Piñera intentó ser fundamental en la posible caída de Maduro, incluyendo el viaje a Cúcuta, un sonado fracaso respecto al cual se atrevió a increpar a Guaidó. Esto fue el mismo año del estallido, pero a principios de año.

Luego, el mismo 2019, pero solo dos meses antes, Sebastián Piñera se sumó como invitado al G7, plataforma de alto prestigio. El Presidente de Francia estaba obsesionado por reemplazar a Bolsonaro como punto de referencia en América Latina y pensó en Sebastián Piñera. Pero aunque su ambición dijo “sí”, su liderazgo no logró construirse y terminó haciendo un viaje inútil y algo humillante a Brasil donde, luego de plantear que el G7 quería tratar el tema de la desforestación del Amazonas, terminó diciendo que Bolsonaro tenía razón y que era territorio brasileño, soberano por tanto, por lo que no había causa internacional.

Su peso político en contenidos y fuerza se habían caído, pero le quedaban los eventos. Algo es algo. Ninguno se hizo luego del Estallido social.

Por entonces la tesis de la conspiración internacional se intentó levantar por el ex Presidente. Pero no logró tener antecedentes. El gobierno encargó encarecidamente a Carabineros de Chile que se preocupara de las conexiones extranjeras: Cuba, Venezuela y Rusia fueron pronunciados.

En el gobierno de Piñera también pensaban en China, pero no querían nombrar a un país tan poderoso. ¿Fue delirio o perspicacia? No lo sé. Pruebas no encontraron de nada. El romance del gobierno de Piñera con China había terminado pocos meses antes, pero se entendió que había sido muy claro el malestar norteamericano y sus explícitos requerimientos (incluida la visita intempestiva de Pence, Vicepresidente de Estados Unidos para alejar a Chile de China).

Lo cierto es que durante esos días el Presidente refirió a:

– Un enemigo poderoso e implacable, que no respeta nada ni a nadie.
– Un clima de agitación a la protesta, donde habrían participado terceros países y grupos políticos chilenos.
– Un grupo lumpenizado que no respeta las instituciones.
– Los grupos narcos que operan por disputa territorial en las ciudades.

Más allá de lo que dijo en esos días, habrá que reconocer que el 24 de octubre, en cadena nacional, el Presidente Piñera dijo: “es verdad que los problemas se acumulaban desde hace muchas décadas y que los distintos Gobiernos no fueron ni fuimos capaces de reconocer esta situación en toda su magnitud. Reconozco y pido perdón por esta falta de visión”.

Terminada esta disculpa, dio cuenta de las propuestas de beneficios sociales que puso sobre la mesa. Es decir, seis días después del 18 de octubre, el Presidente pide perdón y responde al “Golpe de Estado” con una oferta social de un paquete de medidas valorizado en más de mil millones de dólares.

En ese instante anunció un ingreso mínimo garantizado para quienes ganasen menos de $350.000 pesos mensuales. También señaló que habría un mecanismo de estabilización del precio de la energía eléctrica. También ofreció un plan para reducir el precio de los medicamentos. También refirió a mejoras en las pensiones.

Esta fue la respuesta al presunto golpe que entonces dio Sebastián Piñera. ¿De verdad un Presidente responde a un intento de golpe pidiendo perdón y otorgando beneficios sociales? No. Evidentemente es una respuesta a procesos de alta inestabilidad por protesta social.

Más de un año después, Luis Larraín (Libertad y Desarrollo) publicó un libro llamado “el otro golpe” donde sostiene que los hechos del 18 de octubre son como un fármaco de liberación prolongada conducente a la inestabilidad del gobierno, un golpe en cámara lenta. Esta es la versión más formulada de la tesis del golpe.

La aseveración de un golpe para referir al estallido social podría ser confusión. En ese caso estaríamos ante un error lógico en el marco de un acto honesto. La ignorancia tiene algo de excusable, aunque si te postulas a médico más te vale saber medicina. Pero ni siquiera esto es válido. Para esto tenemos que hacer el absurdo proceso de explicar lo obvio:

– El golpe de un acto de usurpación.
– Hay un grupo golpista que orienta su acción al reemplazo del gobierno.
– Los golpes son acciones directas y eficaces (habitualmente toma directa del poder cuando se requiere que caiga un gobierno)
– Los golpes blandos solo tienen diferencias con el golpe tradicional en que su primera etapa no usa fuerza militar y busca producir un escenario de inestabilidad, pero todo golpe llega al momento de la acción militar.

En cualquier caso, el concepto de “golpe no tradicional” (golpe blando, golpe suave, golpe encubierto) ha sido señalado como problemático en términos académicos, aunque es una categoría que ha tenido en los últimos años numerosos usos acusatorios en América Latina.

Ha sido denunciado desde 2009 en Honduras, Brasil, Ecuador, Nicaragua, Venezuela, Paraguay, Bolivia y ahora Chile. Como se señaló, resulta altamente problemático pensar en que la inestabilización de un gobierno por terceros actores pueda ser un golpe.

Y es que el acto de usurpación es sustancial al concepto del golpe de Estado. Volvemos a decir: una situación amorfa donde un grupo de personas, más o menos organizadas, destruyen y vandalizan la ciudad, incluyendo algunos sitios emblemáticos y estratégicos; puede resultar grave.

Luego del estallido social hubo cuatro informes internacionales sobre violaciones a los Derechos Humanos, y los cuatro informes confirmaron que hubo graves violaciones a los Derechos Humanos. La Corte Interamericana de Derechos Humanos, dependiente de la Organización de Estados Americanos señaló:

“Al responder (el Estado de Chile) a las manifestaciones en el marco del “estallido social” de 2019, se produjeron situaciones en las cuales el personal de las fuerzas encargadas del orden actuó de manera desproporcionada. Dicha actuación resultó en un alto número de violaciones a derechos humanos (…) De igual manera, urge a Chile a garantizar el derecho a la reparación integral de forma efectiva y oportuna a las personas que sufrieron violaciones de Derechos Humanos, así como a sus familiares. Respecto de la reparación y garantías de no repetición, la Comisión destaca la obligación del Estado en avanzar con investigaciones ex officio, sin dilación, seria, imparcial y efectiva, garantizando la debida diligencia reforzada, particularmente en los casos de violencia sexual y tortura (…) Por otra parte, si bien la mayoría de las manifestaciones se desarrollaron de forma pacífica, la CIDH destaca que también se registraron protestas encabezadas por grupos que utilizaron la violencia. Al respecto, la CIDH recibió información sobre ataques y actos que atentaron contra espacios privados, de culto e infraestructura pública, y de medios de comunicación. La CIDH reitera su rechazo a todo acto de violencia, y recuerda que la protesta social es legítima en tanto se desarrolla en forma pacífica. En ese sentido, hace un llamado especial al Estado para investigar y sancionar los actos de violencia cometidos por personas en el marco de las protestas en contra de carabineros y personas terceras anteriormente mencionadas”.

Un escenario de máxima inestabilidad, pero, ¿golpe?

No hay ningún informe serio que señale un acto golpista. ¿Hubo interés en deteriorar la estructura de poder la Presidencia de la República? Obviamente sí. ¿Hubo cuestionamiento institucional? Obviamente sí. ¿Hubo dudas respecto a si era lo mejor reemplazar al Presidente? Las hubo, más bien pensando en salvar la institucionalidad si se percibía que la figura del Presidente la ponía en cuestión.

Recordemos que Sebastián Piñera llega al 6% en la encuesta (publicada en enero de 2020) del Centro de Estudios Públicos, famosa y respetada encuesta asociada al mundo empresarial. Eso significa que había perdido toda base, no contaba siquiera con el porcentaje de la derecha misma.

Estar inestable en ese escenario es sencillo, poder caer del gobierno es sencillo en esas condiciones. Es cierto que Chile no tiene herramientas como el voto de censura para reemplazar un Presidente sin grandes traumas, pero nadie puede acusar que la reflexión de reemplazo de la máxima autoridad pueda existir si su capacidad de sostener la institucionalidad es bajísima y pone en juego la legitimidad del orden político.

La discusión sobre el posible golpe del 18 de octubre de 2019 tiene una dimensión epistemológica y metodológica a la vez. Es decir, una dimensión donde el punto es cómo se conoce el fenómeno y cómo desde aquella intervención se concluye algo. Quienes hacemos ciencia de la sociedad vivimos ante una realidad indesmentible: las ciencias sociales suscitan opiniones.

A mí no me molesta, pero es obvio que al médico sí le molesta si le señalo en una cena que los infartos son solo genéticos y que es evidente que el estilo de vida es irrelevante. El médico no solo me dará una explicación, sino que añadirá un sermón. Y luego, en masa, el resto de los comensales comentarán lo ridículo de mi postura.

La escena equivalente ocurre casi en todas las interacciones sociales de cualquier profesional de las ciencias sociales. Afirmaciones equivalentes a “todo infarto es de origen genético” son habituales. Normalmente se trata de afirmaciones que tienen una base lógica (es decir, derivan de alguna sentencia cierta) y son argumentos falaces a la vez: “las acciones asociadas a las protestas de 2019 deterioraron la legitimidad del Presidente Piñera”, “el deterioro en su ilegitimidad llevó al gobierno a gran inestabilidad”, “parte de las fuerzas políticas, de una u otra manera, se sumaron a esos cuestionamientos al gobierno”, “se ocuparon herramientas institucionales y no institucionales para ese cuestionamiento”, “estos hechos pusieron en riesgo al gobierno que pudo caer”. Todos estos argumentos son correctos. De aquí se deduce por Sebastián Piñera (y Luis Larraín antes) que: “las manifestaciones sociales surgieron con el interés, la planificación y el apoyo extranjero para hacer caer al gobierno de Sebastián Piñera”.

Es así como estamos en una instancia en la que, según conveniencia, confundimos los hechos con las intenciones, por un lado; y las intenciones con los hechos, por el otro.

¿Se puede acusar al señor Piñera de deshonestidad intelectual o deshonestidad política? En mi opinión no. Sus capacidades académicas están en otros ámbitos y hace muchos años que ya no ejerce la vida académica. Es un empresario y político. Y por tanto, tiene todo el derecho a decir (y pasar la vergüenza si viene al caso) que “todos los infartos son de origen genético”. No hay problema.

Por lo demás, la problemática de la violencia ha sido siempre un problema sin solución perfecta a nivel intelectual. ¿Cómo separar la violencia que cambia el escenario con los procesos históricos que derivan de ese cambio? Muchas veces un hecho que turba nuestro espíritu abre puertas a procesos que nos resultan deseables.

La izquierda dirá que no hay conquistas sociales o políticas que no hayan tenido violencia o quebrantamiento de la ley. La derecha dirá que los ataques preventivos violentos curan a la sociedad antes de una enfermedad inminente. Esta discusión está siempre presente.

La gran obra de Tolstoi “Guerra y Paz” plantea el problema, sin resolverlo, de manera brillante. La copio:

—Pero querido Monsieur Pierre—dijo Anna Pávlovna adoptando al preguntar un tono dulce— ¿cómo llama usted intrigas al modo de devolver el trono a su legítimo dueño?
—Sólo la voluntad del pueblo es legítima —respondió él—, y el pueblo expulsó a los Borbones y entregó el poder al gran Napoleón.
Miraba solemnemente por encima de las gafas a los presentes.
—¡Ah! “El contrato social” —dijo en voz baja el vizconde calmándose visiblemente al haber conocido la fuente de la que manaban los argumentos de su oponente.
—¡¿Y tras esto?!—exclamó Anna Pávlovna. Pero tras esto Pierre continuó del mismo modo descortés su discurso. —No—decía él, animándose más y más—, los Borbones y los realistas huyeron de la revolución, no pueden comprenderla. Pero este hombre (refiere a Napoleón) se erigió sobre ella, reprimió sus abusos y conservando todo lo bueno, es decir, la igualdad de los ciudadanos y la libertad de prensa, y sólo por eso ha conquistado el poder.
—Sí, si él, habiendo tomado el poder, se lo hubiera entregado al rey legítimo —dijo el vizconde irónicamente—, entonces yo le hubiera llamado gran hombre.
—No podía hacer eso. El pueblo le había dado el poder solamente para que les librara de los Borbones y porque el pueblo veía en él un gran hombre. La misma revolución ha sido una gran obra— continuó Monsieur Pierre, mostrando con estas osadas y provocativas frases su extremada juventud y su deseo de expresarse con total libertad.
—¡¿La revolución y el asesinato de los reyes, una gran obra?! Tras esto…
—Yo no hablo a favor del asesinato de los reyes. Cuando apareció Napoleón la revolución ya había cumplido su tiempo y la propia nación se la entregó en las manos. Pero él entendió las ideas de la revolución y se erigió en su representante.
—Sí, las ideas de rapiña, asesinato y regicidio— volvió a interrumpir la irónica voz.
—Ésos fueron excesos, desde luego, pero la esencia no se encuentra en ellos sino en los derechos del hombre, en la emancipación de los prejuicios, en la igualdad de los ciudadanos; y todas estas ideas las ha mantenido Napoleón con la misma fuerza.

Termino aquí con Tolstoi.

Usted puede ver que casi noventa años después de la Revolución Francesa, en Rusia un escritor muestra la discusión en los salones de la elite rusa, zarista, que replica la inquietud que hoy nos atormenta en Chile. ¿Qué significa la violencia? ¿Cómo se la vence para sacarla de los procesos sociales? ¿Cuánta es la oportunidad que en ella habita? ¿Cuánto es el tormento? Es aquí donde el trabajo académico debe ser capaz de limpiar la escena.

Piñera no ha sido deshonesto intelectualmente. ¿Pero ha sido deshonesto políticamente?

Sebastián Piñera habló de guerra el 20 de octubre de 2019. Esa idea es compatible con la visión de un golpe, de una eventual guerra civil o externa inoculada. Pero en la semana siguiente se desdice y avanza hacia las disculpas por los treinta años y a reformas sociales que había dejado de lado en su momento. A menos de un mes del estallido abre el proceso constitucional del que había renegado completamente al comenzar su mandato. ¿Cuál era el sentido del proceso constitucional?

Hay que señalar que, aun cuando el proceso constitucional formalmente nace en el Congreso Nacional y el entonces Presidente Piñera no se compromete en la fotografía ni en firma alguna; no es menos cierto que la iniciativa proviene del Ministerio del Interior y que todos los partidos de su coalición firmaron el “Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución” de noviembre de 2019.

Allí se señala que “ante la grave crisis política y social del país, atendiendo a la reivindicación de la ciudadanía y el llamado formulado por S.E. el Presidente Sebastián Piñera, los partidos abajo firmantes han acordado una salida institucional cuyo objetivo es buscar la paz y la justicia social a través de un procedimiento inobjetablemente democrático”.

Hay una crisis y se busca una salida institucional a ella dejando caer la Constitución Política que la derecha había defendido desde el inicio de la transición. El acuerdo es claro, refiriéndose a una crisis social y político que requiere una solución que “atienda” las reivindicaciones de la ciudadanía.

¿Cuál es la voz de la ciudadanía? Hay algo distinto a las protestas que pueda ser referido al respecto. El acuerdo llega ante el temor que se sumara la crisis de octubre de 2019 y la crisis del año anterior con el asesinato de Catrillanca, lo que podría sumar las dos crisis. Es esa semana la que redunda en el proceso constituyente. El gobierno negocia. Esa es la situación. Eso es lo que hace, simplemente negocia.

¿Negocia para evitar un golpe de Estado? ¿Negocia con golpistas? No. Negocia con fuerzas políticas que buscan favorecer sus propios procesos entendiendo que el proyecto del rival ha caído en desgracia gravemente y que hay un vacío de poder. Nada distinto a lo que ocurre ahora al revés.

El Presidente Piñera sí ha sido deshonesto políticamente porque sabe que los hechos no son esos y porque él tomó decisiones en torno a una crisis política de origen social, no en torno a un golpe. ¿Mandó a investigar a Carabineros si había influencia extranjera? Sí. ¿Insistió Lopresti en Carabineros de Chile en esa tesis? Sí. El mismo señor que insistió en la tesis de hackeo al Whatsapp en Operación Huracán. El mismo señor, efectivamente. Pero no encontraron nada.

La tesis del golpe es imaginaria. Es una hipótesis. Intelectualmente no tiene mérito. Políticamente es falsa porque el entonces Presidente Piñera no operó con esa conclusión, sino con otra, en su actuar político.

Termino con el título de esta columna (disculpen la extensión). El punto de fondo es que el Presidente Piñera no tiene razón para tener que ser honesto intelectualmente, no es su tarea.

Pero los intelectuales de la derecha sí tienen esa obligación. Creo que sus más destacados pensadores deben salir a escena y pronunciarse sobre esta tesis: Mansuy, Herrera, Kaiser, Ortúzar, Verbal, Fontaine, Briones, en fin, quien se sienta convocado. Creo que es una obligación intelectual y ética.