Dice una frase que no podemos cambiar el mundo pero, con pequeños actos de bondad, podemos cambiar el mundo de otros. Y no sólo de personas, sino también de animales. Incluso algunos en apariencia tan esquivos como las gaviotas.

Así lo descubrió Andrea Sepúlveda quien, sin tener una relación familiar con el escritor chileno Luis Sepúlveda, dio vida una historia muy similar a la que lo llevó a la fama.

Andrea salía de su oficina en Concepción cuando vio en el estacionamiento subterráneo de su edificio, que un ave gris y desgarbada corría entre los vehículos. Era mediados de enero y es común que, por aquellas fechas, la nueva generación de gaviotas se inicie en el vuelo… claro, algunas con más éxito que otras.

“Mi idea era llevarla hasta la superficie para que pudiera irse, pero era evidente que aún no podía volar. Sabía que vagando por la calle no sobreviviría, así que la subí a mi auto y la traje a mi departamento en San Pedro de la Paz”, narra Andrea.

La gaviota, aún con su plumaje gris juvenil, pasó los primeros dos días en la cocina recuperándose, para luego ser trasladada a la terraza a fin de que emprendiera el vuelo cuando estuviera lista. Sin embargo, ello tomó bastante más de lo presupuestado inicialmente.

“Tenía 25 formas de caerse, y ninguna era con gracia”, cuenta Andrea divertida, recordando cómo la gaviota intentaba alzar el vuelo pero acababa siempre capotando sobre las plantas o la silla de su terraza. No había tenido tiempo de cobrar las fuerzas suficientes.

Bautizada muy apropiadamente como “Margot Duhalde“, pasó dos semanas junto a Andrea y su gato, Huachimingo. La alimentaron con trozos de pescado que Margot ingería con avidez…

…Y al ver que intentaba meter las patas en su pocillo de agua, Andrea lo cambió por un recipiente más grande, el que acabó siendo una piscina para su deleite.

Así Margot fue ganando peso y fuerzas. Crecía día a día bajo la mirada entre curiosa y aprensiva de Huachimingo, con quien cultivó una relación lo suficientemente cercana como para gastarle bromas en sus prácticas para despegar. “A Huachimingo le causaba mucha curiosidad, pero nunca le hizo nada”.

“No era agraciada pero sí agradecida”, dice Andrea, revelando que aunque se alimentó principalmente de pescados y algunos mariscos, también tuvo oportunidad de probar algunas papas fritas. “Es muy probable que sus padres, en la ciudad, se alimentaran de basura, así que no debe haber tenido la mejor nutrición mientras crecía”.

Margot forjó una relación muy fuerte con Andrea en poco tiempo. Mientras ella no estaba, miraba incesantemente desde la terraza en espera de que apareciera, tiempo en que permanecía al cuidado de Huachimingo.

Huachimingo el gato, junto a Margot la gaviota
Andrea Sepúlveda

Pero este domingo, algo le dijo a Andrea que Margot ya estaba lista para partir. Dándole el espacio que necesitaba, la observó por la ventana mientras la gaviota oteaba los alrededores, asegurándose de que ahora sí, todo estuviera preparado. Volvió la cabeza hacia atrás por última vez -quizá para agradecer esta segunda oportunidad- y luego extendió sus alas para lanzarse a la inmensidad de la vida.

Andrea la siguió hasta que se perdió en el horizonte, sobre los árboles.

¿Te dio pena que se fuera?

“Sí… pero era lo que esperaba”.

Esta es la historia de una gaviota y la mujer (con su gato) que le enseñaron a volar.

Historia de una gaviota y de la mujer de Concepción (con su gato) que le enseñaron a volar
Margot | Andrea Sepúlveda