Su nombre es coreado por manifestantes de todo el mundo, su rostro está en frescos en todo Estados Unidos: desde su muerte, George Floyd ha encarnado, más que ningún otro, a las víctimas de la violencia policial y el racismo en Estados Unidos.

“Papá cambió el mundo”, con estas palabras su hija de seis años, Gianna Floyd, resumió la paradoja de un final trágico, que desató un ajuste de cuentas moral con los supremacistas blancos más allá de las fronteras estadounidenses.

El 25 de mayo de 2020, en Minneapolis, este afroestadounidense de 46 años falleció asfixiado bajo la rodilla del policía blanco Derek Chauvin, quien fue hallado culpable de asesinato en segundo y tercer grado y homicidio involuntario luego de un juicio de tres semanas que acaba de finalizar en la misma ciudad de Minnesota, en el norte de los Estados Unidos.

Corpulento, de más de 1,90 metros de estatura, Floyd era visto por sus familiares como alguien en favor de la paz, el deporte y el amor de Dios a pesar de sus problemas con la ley y de sus adicciones.

Su madre, por quien lloró cuando se estaba muriendo, se mudó a Houston poco después de que él naciera en 1973 en Carolina del Norte. Creció en Third Ward, un vecindario pobre y predominantemente negro en el centro de Houston.

“No teníamos mucho, pero siempre nos teníamos el uno al otro”, contó su prima Shareeduh Tate.

En la Escuela Secundaria Jake Yates, oficiaba de hermano mayor de muchos de los chicos de la zona. “Nos enseñaba a ser hombres”, contó su hermano menor, Philonise Floyd.

Brillaba en el football americano y el baloncesto, deporte que elegiría en la universidad. “En la cancha era un monstruo, pero en la vida, cuando hablaba con la gente, era un gigante gentil”, según Philonise.

Durante el juicio, Courtney Ross, su pareja durante tres años hasta su muerte, relató entre lágrimas cómo la había seducido con “su voz profunda y ronca”.

También confió el lado oscuro de su relación: sus adicciones. “Es una historia clásica de personas que se vuelven dependientes de los opiáceos porque sufren de dolor crónico. En mi caso, en el cuello y en el de él, en la espalda”, dijo.

Durante todo el juicio, la familia Floyd se mostró muy unida. Todos los días durante el proceso, un familiar estuvo presente en la sala del tribunal.

Cárcel y Dios

Floyd no completó sus estudios universitarios y terminó regresando a Houston para mantener a su familia. En la década de 1990, se lanzó al circuito de hip-hop de Houston bajo el nombre de “Big Floyd”, donde disfrutó de cierto éxito.

Pero no escapó de la violencia que entonces asolaba Houston. Tuvo varias condenas por robo, tráfico y consumo de drogas, que lo llevaron a prisión a fines de la década de 2000.

Después de cuatro años preso, se volcó a Dios por un carismático pastor de una iglesia que se instaló en su barrio.

Al no encontrar un trabajo estable, Floyd se fue a Minnesota en 2014, para “cambiar de escenario” según su hermano, y para ayudar económicamente a la madre de Gianna, su tercera hija que acaba de nacer.

Trabajó entonces para el Ejército de Salvación como camionero, luego se convirtió en guardia de seguridad en un bar antes de perder su trabajo cuando Minnesota cerró sus restaurantes para combatir la pandemia del coronavirus.

“Tengo mis defectos y mis debilidades, y no soy mejor que nadie”, admitió George Floyd en una publicación de 2017 en Instagram, pidiendo el fin de la violencia con armas de fuego.

“No puedo respirar”

El 25 de mayo de 2020 compró un paquete de cigarrillos en una tienda de Minneapolis. El cajero sospechó que le había dado un billete de 20 dólares falso y llamó a la policía.

Floyd, que había consumido fentanilo, un poderoso opiáceo, se resistió al arresto. No fue violento, pero rápidamente, se encontró esposado, tumbado en el suelo y con la rodilla derecha de Chauvin en su cuello.

Durante más de nueve minutos rogó “No puedo respirar”, luego su cuerpo dejó de temblar. El policía siguió presionando su cuello hasta que llegó una ambulancia. Demasiado tarde.

La escena, filmada por transeúntes, despertó una oleada mundial de indignación. En todas partes, los manifestantes tomaron las calles, corearon su nombre y exigieron justicia, para él y para todos los afroestadounidenses cuyos tormentos pasó a encarnar.

Floyd fue enterrado en junio en Houston, junto a su madre Larcenia, quien murió en 2018 y cuyo apodo “Cissy” él se había tatuado en el pecho.

En el barrio de su infancia, dos frescos le rinden homenaje. En uno, frente al complejo de viviendas de ladrillos rojos donde creció, se ve a “Big Floyd” con alas de ángel y un halo en la cabeza.