El presidente electo de Brasil, Jair Bolsonaro, asumirá el 1º de enero el cargo con la promesa de dar un giro resuelto a la derecha en el mayor país de América Latina, gobernado en las últimas tres décadas por políticos de centroizquierda o centroderecha.

Su contundente victoria electoral y una popularidad de 75% le aseguran un incuestionable vigor para iniciar su mandato de cuatro años, pero los desafíos que le esperan son enormes, tanto por las crisis que vive el país como por su programa de ruptura en temas económicos, políticos y sociales.

Difíciles reformas económicas

Brasil es una potencia exportadora de materias primas, pero aún está saliendo de una recesión histórica que revirtió muchos de los logros del estelar período de bonanza disfrutado una década atrás.

Bolsonaro designó al liberal Paulo Guedes como su súperministro de economía, para impulsar reformas que disminuyan la creciente deuda brasileña, principalmente a través de privatizaciones y reformas fiscales e incentivando la inversión extranjera.

Uno de los desafíos centrales será modificar el régimen de jubilaciones, una reforma constitucional que requiere de mayorías cualificadas en el Congreso.

El ultraconservador Partido Social Liberal (PSL) de Bolsonaro es la segunda bancada de la Cámara de Diputados, pero cuenta con poco más del 10% de los escaños en un Congreso pulverizado.

En compensación, Bolsonaro cuenta para gobernar, al menos en la línea de largada, con el apoyo de los lobbies del agronegocio, las iglesias evangélicas y el de la seguridad.

La consultora Eurasia Group subraya que Bolsonaro podría obtener de ese modo el respaldo a reformas clave, a condición de actuar rápido. Pero incluso en ese escenario, “se espera mucho drama en el Congreso”.

“Bolsonaro tendrá dificultades para implementar su agenda fiscal”, opina Mayra Rodríguez Valladares, una consultora y especialista en política latinoamericana de MRV Asociates.

Rodríguez agrega que una fuerte caída este mes en los precios del petróleo – producto que Brasil exporta- sumada a una desaceleración en China, su principal socio comercial, generó dificultades para la economía de Brasil. Metas a largo plazo, como infraestructura y capacitación laboral, son ampliamente ignoradas, subrayó.

ARCHIVO | Agence France-Presse
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Una diplomacia alineada con Trump

El canciller Ernesto Araújo deberá explicar al mundo las nuevas orientaciones diplomáticas de Brasil, ampliamente inspiradas en las del presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

Bolsonaro ha anunciado ya que retirará a su país del Pacto global de Migración de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y evalúa hacer lo mismo con el Acuerdo de París sobre el cambio climático, en consonancia con Trump. En la misma línea, asomó la posibilidad de mudar la embajada de Brasil en Israel de Tel Aviv a Jerusalén.

Adicionalmente se ha mostrado hostil con la inversión china en Brasil, pese a que China es el principal socio comercial del gigante latinoamericano; y ha dicho que hará todo lo que esté en su poder “dentro de la democracia” para presionar a los gobiernos de izquierda de Cuba y Venezuela.

¿Se arriesga a tensiones con Venezuela jugando duro? “Ni Bolsonaro, ni su equipo tienen experiencia en política exterior y si esto deriva en un incidente internacional podría terminal muy mal”, dice Ryan Lloyd, experto en relaciones internacionales actualmente en la Universidad de Sao Paulo.

ARCHIVO | Agence France-Persse
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Tensiones internas

Las dos principales promesas de Bolsonaro son bajar los índices de criminalidad en Brasil y acabar con la corrupción.

El excapitán del Ejército quiere flexibilizar las leyes para que “gente de bien” pueda poseer armas. Sus críticos temen que esto agrave la situación del país donde el año pasado hubo casi 64.000 homicidios. Los cuerpos policiales, responsables de unas 5.000 muertes al año, muchas de ellas en situaciones más que dudosas, podrían gozar de mayor impunidad.

La lucha contra la corrupción, encarnada desde 2014 por la Operación “Lava Jato” (Lavadero de autos), ha puesto tras las rejas a decenas de políticos y empresarios, algo hasta entonces inusual en la escena brasileña. Capitalizando la buena imagen de la operación, Bolsonaro nombró ministro de Justicia a Sérgio Moro, el juez que encabezó esas investigaciones.



Pero la corrupción en Brasil tiene raíces profundas, y esto está comenzando a evidenciarse en el propio círculo privado y partidista de Bolsonaro.
Con personas cercanas bajo la mira por sospecha de participar en actividades ilícitas, su popularidad podría venirse abajo.

Otro desafío incluye la protección ambiental, en especial de la Amazonía. La identificación de Bolsonaro con los intereses del agronegocio y de la minería puede anunciar conflictos en el área.

Lloyd vaticina “tiempos peligrosos” para Brasil en manos de un político nostálgico de la dictadura militar (1964-1985).

“Bolsonaro no habla como un demócrata y en su círculo privado se llegó a hablar de la posibilidad de cerrar el Legislativo y la Corte Suprema”, dice.

“Podríamos estar a las puertas de la erosión del juego democrático, quizás un (Hugo) Chávez de derecha. Si esto sale espectacularmente mal, será el caos”, advierte.