La exestrella de Nickelodeon lanzó el libro "Me alegro de que mi madre haya muerto", donde no solo contó la crudeza de cómo vivió su etapa como estrella juvenil, sino que también los múltiples maltratos que sufrió por parte de su madre.

Luego de que durante años los fanáticos de Jennette McCurdy se preguntaran por qué no había vuelto a la televisión tras Sam & Cat, la joven actriz estadounidense quiso dar su verdad a través de un libro donde no solo denunció las prácticas de “El Creador”, sino que transparentó los años de abusos y violencia que sufrió por parte de su madre.

El libro, titulado Me alegro de que mi madre haya muerto y que ya está disponible a la venta en Chile, narra cómo McCurdy no solo nunca quiso ser actriz, sino que odiaba actuar y desenvolverse frente a las cámaras.

Sin embargo, había un motivo que la impulsaba no solo a desear tener más y más papeles: el amor por su madre, quien, al no poder ser actriz, comenzó a desarrollar su sueño en su hija menor.

Pero el hecho de actuar en contra de su voluntad y ser el sostén de la familia no fueron los únicos motivos por los que McCurdy acabó “alegrándose” de la partida de su madre, ya que en el libro revela diferentes momentos donde sufrió los abusos por parte de su progenitora.

Es por eso que BioBioChile destacó algunas de las confesiones más impactantes que McCurdy contó sobre su infancia viviendo bajo el ala de su madre.

El “orgullo” por una enfermedad traumática

McCurdy cuenta que su madre, Debra, fue diagnosticada con cáncer cuando ella tenía dos años. Aun con la muerte respirándole en el cuello, Debra quiso grabar todo el proceso de su enfermedad, incluyendo crudos momentos en donde ella, en los huesos, recibe quimioterapia y más.

Sin embargo, lo tétrico no fue solo el querer tener todos esos momentos guardados, sino que, luego de que lograra vencer el cáncer, optó por una tradición familiar con sus hijos: ver los videos en los que estaba al borde de la muerte.

“Vamos a ver este momento para agradecer que mamá ya está bien”, comentaba cada vez que iba a reproducir en la televisión. Debra también estaba atenta a que sus hijos vieran las cintas y, en caso de que no quisieran mirar la pantalla, llegaría un castigo asegurado.

Un hogar acumulado

La casa de infancia de Jennette no fue, a fin de cuentas, una dulce casa llena de recuerdos. De acuerdo a la descripción de McCurdy, a sus seis años, acostumbraba a dormir en sacos de dormir en el suelo con sus hermanos, debido a los múltiples objetos que su madre acumulaba.

Pero la casa no estaba solo repleta porque Debra simplemente no botara nada sino que, además de sus padres y sus tres hermanos, también sus abuelos maternos vivían en la casa.

Específicamente, sus abuelos vivían en un sillón en la sala de estar y, asegura, las ratas eran solo algo del paisaje.

El baño, un momento de horror

De acuerdo a McCurdy, su madre no le permitía tener privacidad en el baño, ni para hacer sus necesidades ni para darse un baño.

En sus memorias, McCurdy recuerda de cómo a los ocho años, su mamá insistía en limpiarla tras hacer sus necesidades, pese a las insistencias de la niña.

Asimismo, a sus 15 años, su madre seguía obligándola a bañarla frente a sus hermanos, de 16, sin importar lo incómoda que Jennette estuviera.

McCurdy también recuerda que en esos mismos baños que compartía con sus hermanos, su madre les hacía “exámenes”, donde tocaba a sus hijos para asegurarse de que no tuvieran “bultos” en el busto y sus partes íntimas.

El miedo por crecer.

“Si empiezo a crecer, mamá no me querrá tanto”, esa es una frase que se repite contínuamente en el libro, retratando como Jennette temía que su cuerpo se desarrollara.

Fue tanto su miedo que acudió a su madre para preguntar cómo dejar de crecer ni tener busto. ¿La solución de su madre? Introducirla al mundo de la anorexia.

Debra inculcó a una Jennette de 11 años a hacer en su vida diaria un recuento de las calorías que consumía a diario. Así, su madre le ordenó comer mil calorías diarias y Jennette, con tal de ver feliz a su madre, decidía comer la mitad de ello.

A sus 12 años, McCurdy seguía siendo talla 7, hecho que la enorgullecía porque, así, su madre sería feliz. Sin embargo, todo empeoró a los 16, cuando McCurdy tuvo su primera menstruación.

El horror por “finalmente ser mujer” la llevó a dejar de comer.

Una carrera frustrada

Debra siempre quiso ser actriz. Eso es lo que siempre le contaba a su hija, así como siempre le mencionaba con rencor que sus padres nunca le permitieron tratar de probar suerte en las tablas.

Es por eso que decidió inculcar aquel amor por la profesión a su hija todos los días. Jennette nunca quiso ser actriz y muestra, en cada recuerdo, la ansiedad y estrés que le provocaba cada ensayo y cada prueba.

Sin embargo, solo quería ver a su madre feliz, por lo que se sometía a aprender el guion a la perfección, ponerse frente a una cámara y actuar.

Mientras su madre celebraba por los papeles que Jennette obtenía, ella celebraba porque su madre no estaría enojada ese día.