¿En qué se parecen Pedro de Valdivia, Mon Laferte y las medialunas de rodeo?

Sí, suena como el inicio de un chiste, pero su relación poco tiene de gracioso.

A mediados de noviembre de 2019, en pleno estallido social y para el primer aniversario del homicidio de Camilo Catrillanca, una turba de manifestantes asolaron la Plaza Independencia de Concepción y finalmente tuvieron éxito en una acción que llevaban varias jornadas tratando de concretar: derribar de su base la estatua de Pedro de Valdivia.

Quienes estuvimos ahí sólo pudimos contemplar con impotencia como parte del patrimonio de la ciudad era arrastrado entre vítores como trofeo hasta los pies de la estatua de Lautaro. Mención aparte merece la ironía de que, en medio de aquel paroxismo destructivo disfrazado de redención histórica, desapareció el chemamûll (tótem sagrado) instalado sólo unos días antes por una verdadera comunidad mapuche… justamente en recuerdo de Camilo Catrillanca.

Derriban estatua de Pedro de Valdivia en Concepción
Sebastián Brogca | Agencia Uno

Si el conquistador español merece o no ser reconocido en la ciudad que fundó; si fue uno de los padres de nuestra nación o un opresor despiadado (o ambos), es algo que como pueblo, y sobre todo como penquistas, deberíamos debatir. Por desgracia, aquel 14 de noviembre, una turba se arrogó ese derecho.

Desde luego, la fortuna de la estatua de una persona que murió hace más de 460 años es algo que no podría importarnos menos en las actuales circunstancias y para muchos simplemente se “hizo justicia”, pero la forma en que fue abatida sentó un precedente peligroso. Alguien sabio me dijo, “si nos parece correcto que un grupo venga y derribe la estatua de Pedro de Valdivia, significa que mañana un líder de extrema derecha (elija su favorito) puede reunir a 200 ó 300 sujetos por Facebook y derribar la estatua de Allende de La Moneda, sólo porque a ellos les molesta”.

No tardó mucho en hacerse realidad… aunque no con Allende.

“Sabía que esto iba a pasar”…

La semana pasada, Mon Laferte causó polémica al develar el primero de una serie de murales que tiene proyectado realizar en fachadas de casas de Valparaíso. Mientras sus fanáticos la aplaudían, la Seremi de Cultura rechazó la intervención y la amenazó con multas, dado que la ciudad, al ser declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, no puede ser intervenida unilateralmente.

Ahora, aunque Mon Laferte no es precisamente una artista que me cause simpatía (lo que seguro le quita el sueño) debido a que sus declaraciones durante el estallido social sólo contribuyeron a inflamar aún más los ánimos, la polémica con el gobierno me pareció innecesaria. Sin embargo, alguien decidió otra vez “hacer justicia” por su cuenta y vandalizó el mural, lanzándole pintura negra en dos ocasiones.

Mural de Mon Laferte Vandalizado
Santiago Morales | Agencia Uno

No es la primera vez que una obra relacionada a Mon Laferte es destruida por quienes no le tienen mucha estima. En septiembre del año pasado, un mural dedicado a ella en Santiago centro fue borrado con pintura blanca, apenas días después de que dos sujetos fueran sorprendidos destruyendo a martillazos un mosaico en recuerdo del premiado escritor, Pedro Lemebel.

Como ven, no es un asunto de izquierdas o derechas. “Si no me gusta, lo destruyo”, parece ser la peligrosa tónica instalada en nuestro país, donde ya no hay espacio para el debate democrático en torno a qué o quienes merecen o no ser honrados en nuestra sociedad, e incluso para tolerar lo que no es de nuestro agrado pero sí es importante para otros.

Ni siquiera los muertos están a salvo, como demostraron los igualmente cobardes atentados contra el monumento al asesinado senador Jaime Guzmán (cuya ideología no comparto en absoluto) en Santiago, o el memorial a los detenidos desaparecidos y ejecutados por la Dictadura en Valparaíso.

En ambos casos, lo que más importa es el nuevo dolor causado a sus familiares ante dichas profanaciones.

“Mira como arde en fuego tu tradición”…

Sin embargo, el estallido social nos llevó a olvidar que esta tendencia comenzó a manifestarse justo un mes antes, en septiembre, cuando al menos 3 medialunas -en Curacaví, Paredones y La Ligua- fueron incendiadas por grupos animalistas que repudian el rodeo.

En años anteriores ya se habían manifestado e incluso interrumpido actividades en protesta por el maltrato animal pero al parecer, cansados de esperar cambios, algunos grupos decidieron que era hora de acabar -literalmente- con el rodeo.

Queman medialuna de Paredones
CHV Noticias

Lo curioso para mí es que, como defensor de los derechos de los animales, estoy totalmente de acuerdo en que el rodeo es una “tradición” que debe eliminarse. Tal como los ingleses aceptaron que su centenaria caza del zorro era una actividad tan elitista como cruel e innecesaria y determinaron abolirla, Chile debería entender que una costumbre igual de elitista, cruel e innecesaria, que acaba con novillos tumbados, golpeados y ensangrentados, no puede ser parte de una celebración nacional.

Pero si queremos que el rodeo se acabe, debe ocurrir mediante la concientización, algo que ya estaba ocurriendo si atendemos a la última encuesta Cadem de 2019, donde apenas un 26% de los chilenos se sentía identificado con esta “tradición”. No mediante el temor.

No es un triunfo para los derechos de los animales que el rodeo deje de celebrarse porque alguien tenga miedo de sufrir un atentado, como bien dijo el presidente de la Fundación Gestión Ética para la Dignidad Animal, Juan Carlos Oróstica, quien por entonces advirtió que actos de este tipo enlodan la imagen de los animalistas, siendo vistos como “vándalos o terroristas”.

Porque si vamos a atentar con violencia contra lo que despreciamos, lo que no nos gusta o lo que nos parece injusto, en palabras de Isaac Asimov, sólo estamos reconociendo nuestra incompetencia para lidiar con los desafíos de una sociedad democrática, e incluso, nuestra propia incapacidad de convivir junto a quienes no piensan o actúan como nosotros.

Próceres derribados; artistas vandalizados; construcciones incendiadas… ¿qué sigue en la lógica de complacer nuestra propia visión del mundo e imponerla a los demás?