Nominado a cuatro premios de la Academia norteamericana, el filme dirigido por el realizador italiano Luca Guadagnino, pero de coproducción estadounidense, compite por la codiciada estatuilla a la mejor película del año. En efecto, se trata de un título que podríamos definir como “completo”: cámara, guión, actuaciones protagónicas, ambientaciones, referencias a distintas obras artísticas, y una exquisita banda sonora, configuran la factura de una pieza audiovisual de primera categoría.

Por Enrique Morales Lastra

“¿Por qué no acabar de una vez?, se dijo por fin; ¿por qué esta obstinación en luchar contra el destino que me abruma? Es inútil hacer los planes de conducta más razonables en apariencia: mi vida no es más que una serie de dolores y de sensaciones amargas. El año presente no es mejor que el otro: ¿a qué esta obstinación en vivir? ¿Acaso me falta valentía? ¿Qué es la muerte?, se dijo abriendo la caja de sus pistolas y contemplándolas. Bien poca cosa en verdad; hay que estar loco para no matarse”.

Stendhal, en ‘Armancia’.

Llámame por tu nombre (Call Me by Your Name, 2017) es un largometraje que recupera una cierta noción narrativa básica, y a veces muy olvidada dentro de la cinematografía actual: el hecho de contar, de relatar una buena historia, de tópicos plausibles, desde principio a fin, con sus conflictos, meandros y giros dramáticos absolutamente expuestos y colocados sincera y correctamente, bajo la observancia de las audiencias.

Obra confesamente stendhaliana, son dos las piezas literarias que se citan en el correr diegético de la cinta (el verano boreal de 1983, en un lugar del norte de Italia): la novela Armancia (1827), del escritor francés, en un primer plano dirigido hacia las manos de Oliver (Armie Hammer) y el conjunto de la poesía de Antonia Pozzi, la Emily Dickinson penínsular, cuando el protagonista Elio (interpretado por el actor Timothée Chalamet) le regala a Marzia (la insuperable Esther Garrel) un volumen con las creaciones de la autora. El sol resplandece tibiamente en un callejón oscuro de esa pequeña ciudad anónima de la Lombardía, en un escenario ideal para ese romance juvenil que se revela sobre los jardines de la noche, y en la desnudez de una buhardilla solariega, con la música de esa década sonorizando los besos ávidos e inexpertos (o forzados) de los tersos amantes.

"Llámame por tu nombre"
“Llámame por tu nombre”.

La identidad cultural judía de los estelares (la familia de Elio y del profesor visitante, Oliver), en tanto, remarcan la pertenencia de este filme y de su guión (escrito por James Ivory) con la producción artística del novelista italiano Giorgio Bassani, específicamente de su ciclo de Ferrara, y con el largometraje que hiciera acerca de su texto El jardín de los Finzi-Contini, su compatriota, el célebre cineasta Vittorio de Sica, en 1970. La velación y la discreción en torno al origen genético, son otras de las claves de Llámame por tu nombre, donde al ocultamiento de la condición sexual, se le superpone, asimismo, el temor de ser señalado como miembro de una minoría demográfica perseguida y antiguamente denostada (la hebrea).

Influencias de Bernardo Bertolucci, y del guionista, Ivory, ¿cómo olvidar su Maurice (de 1987)?, conducen a esa cámara (la de Luca Guadagnino) a tratar la luz como un elemento visual preponderante al momento de retratar los distintos encuentros que se suceden entre los componentes del elenco: los de Elio con Olivier, y los del primero con Marzia, y donde los planos fotográficos, que buscan recortar las partes íntimas y sugerentes de los cuerpos –en un instante amoroso de fogosidad-, se esfuerzan por insistir en la presunción del erotismo: una pista, un esbozo cinematográfico de lo que realmente sucedió, qué pasó, dentro de la integridad de esas humanidades en contacto con pasiones desconocidas y superiores para sus mismos deseos e intenciones. No escasea ni mengua el conflicto en esta pieza: al contrario, las disputas son internas, sutiles, profundas, emocionantes, vitales y francamente cotidianas y dramáticas.

"Llámame por tu nombre"
“Llámame por tu nombre”

Pianista y compulsivo lector (siempre con un libro en la mano), el joven Elio descubre en ese verano de gracia (el europeo de 1983), la autenticidad de sus impulsos y de sus satisfacciones mortales. Así, las secuencias de Llámame por tu nombre ingresan a esa privacidad propia de un diletante: las tardes se suceden transcribiendo letras de música, o bien mediante la lectura de una novela de turno, los baños ociosos en un estanque, con agua que baja, que se escurre desde los Alpes, allá arriba, y las idas y venidas en bicicleta desde la villa propiedad de sus padres, hacia la pequeña ciudad cercana, y donde en las casas del campo todavía pueden encontrarse fotografías colgadas en las altas paredes del Duce, de Benito Mussolini. Indistintamente los actores hablan en inglés, italiano o francés, también en alemán, para denotar la cultura cosmopolita de esa antigua burguesía venida a menos, pero todavía algo influyente y poderosa, culta y presuntuosamente académica.

Incluso podría decirse que este título corresponde a una especie de La vida de Adèle (2013) –ese crédito icónico de esta década, filmada por el tunecino Abdellatif Kechiche– en versión homo erótica, claro está: la pasión entre dos seres del mismo género, el tema del amor no correspondido, el dolor sufriente de ver cómo el alma gemela se nos escapa debido a las exigencias del tiempo y del entorno, por entre los dedos y de los brazos, el acento de las voces. Los olores, el tacto de las cosas, la evocación, la plasticidad del recuerdo, los factores estéticos del silencio y del movimiento, la promesa hecha al viento y a las lágrimas de ser más fuertes que la desgracia, y el consuelo de que por lo menos, la memoria es persistente, mientras aquello sea suficiente.

Llámame por tu nombre compite por cuatro estatuillas de la Academia: a mejor actor protagónico (Timothée Chalamet), para el Oscar a mejor guión adaptado (el libretista y cineasta James Ivory, quien se basó en una novela del narrador egipcio André Aciman), en el galardón de mejor película del año, y por mejor canción escrita para películas (el compositor Sufjan Stevens, por su bella pista Mystery of Love): tiene posibilidades en la totalidad de esas categorías.