Desde un comienzo, e incluso semanas antes del estreno, la coyuntura fue más que adversa para “La mirada encendiada” (Tatiana Gaviola, 2021), la recién estrenada película chilena inspirada en el fatídico Caso Quemados; por lejos, uno de los episodios de represión más oscuros y crueles de los cometidos por la dictadura militar de Augusto Pinochet.

La historia es sabida: Carmen Gloria Quintana y el fotógrafo Rodrigo Rojas de Negri son detenidos en Estación Central alrededor de una barricada por una patrulla en julio de 1986 (el “año decisivo”), y luego rociados con bencina e incendiados vivos a vista y paciencia de la tropa. Al rato, los cubren con mantas, los trasladan en un vehículo de combate y los arrojan a una zanja de regadío a kilómetros del lugar, en Quilicura. Cuatro días después Rojas fallece producto de las quemaduras, y Quintana se convierte en rostro internacional de los crímenes del régimen.

Esa hecho -deplorable, traumático, quebrantante- es el motor de este filme que debutó el fin de semana pasado vía streaming en dos funciones, y que ahora estará disponible en VOD hasta el 30 de abril. Su camino, sin embargo, no fue para nada fácil: desde que comenzó su promoción, la madre de Rojas de Negri se manifestó en contra de la película y denunció la nula autorización para la misma.

“Cómo pueden aprobar una película que siendo ficción se hizo sin respetar a la madre y al hermano. La historia nos pertenece a Pablo y a mí, y esa historia nos ignoró desde su concepción… Uds. dirán pero es ficción, sí, lo es, pero hasta la ficción tiene que tener base de respeto”, comentó Verónica de Negri en redes sociales.

Desde entonces, un halo de maldición cubrió a “La mirada incendiada”. A pesar de la estridencia del caso y de un reparto con nombres de peso en el cine chileno (Catalina Saavedra y María Izquierdo, entre otras), esta apenas captó la atención de la audiencia local, en parte porque dicha aura marginal y no oficial también permea la pantalla.

La historia entremezcla hechos reales y elementos ficticios con el fin de dar forma al hilo argumental: la recreación de los días previos al ataque a Rodrigo y Carmen Gloria desde la voz en off de esta última, quien a su vez reflexiona en la omnisciencia sobre el devenir de Chile y del fotógrafo.

Cedida

No son pocas las veces en que dichas intervenciones adoptan un tono meramente efectista, propenso a la lógica del eslogan y el cliché. En el montaje en sí, se replica parte de ese estilo: en algunos pasajes vemos a Rodrigo explicarle a sus primas cómo funciona la combustión de una estufa a parafina, y en otras, intercambiar opiniones con una suerte de figura paterna y opuesta (Gonzalo Robles): un fotógrafo más bien a favor del régimen que termina dándole trabajo en su estudio de retratos para carnet.

Durante largos pasajes las escenas visuales y argumentales del filme resultan más bien básicas alrededor de un caso real cuya documentación es casi magnética y desgarradoramente desafiante y fascinante.

Algunos ejemplos: el flirteo (parte central de ese mundo ficcionado) entre la tía de Rodrigo y el fotógrafo tradicionalista y el paso de Rojas de Negri por las oficinas de la revista APSI (donde su relación con Álvaro Hoppe ni siquiera es tema). O la inclusión meramente utilitaria del personaje de María Izquierdo, una dirigenta vecinal carismática y decidida que se desdibuja en la arriesgada apuesta de Gaviola.

Presente como narradora durante todo el largometraje, Carmen Gloria irrumpe recién en el último tramo y casi como un personaje secundario, mientras el desenlace avanza tan vertiginoso que no coincide con la brutalidad de los hechos descritos.

Es extraña y amarga la sensación que deja “La mirada incendiada”, una producción que pese a todos sus reparos argumentales y hasta técnicos (sobre todo las rudimentarias escenas de protesta) no escapa al efecto emotivo de su motor principal: ese inhumano ataque a dos jóvenes en el grisáceo Santiago de los ochenta.

¿Merecía este caso una mejor película? ¿Debía contar imprescindiblemente con la autorización de Verónica de Negri? ¿Hubiese sido otro el resultado de haber ocurrido lo contrario? Son preguntas que quedan abiertas después de 102 minutos de una película tan amarga como visceral, capaz de causar lágrimas a pesar de sí misma.