Estuve tres años en Inglaterra: estudié un Magíster, hice grandes amigas, encontré mi gran amor… y luego, volví.

No era mi voluntad de volver, sino el momento de hacerlo: hija y yo teníamos que ver a la familia y los amigos, devolver al país la Beca Chile y en términos de inmigración ya habíamos agotado todas las fichas. Pero, eso no lo hizo más fácil.

Volver viene del latín ‘volveré’ que significa “dar vueltas”. Dicen que los malos siempre vuelven al lugar del crimen, pero no necesariamente para hacer el mismo camino. ¿Cómo re-integrarse a una vida que ya no te ajusta? Yo no soy la misma, crecí académica y personalmente, entonces no queda otra que armarse una nueva vida, ¿no?

Me dediqué el primer mes a abrazar y ser abrazada, regalonear y mirar a los ojos a la familia y l@s amig@s (tengo pendientes gravísimos, lo sé, acá mis disculpas públicas). Fue la mejor etapa y también la más extraña. A veces sentía que el tiempo no se había detenido. Si no fuera por varios ojos bellos de 2 años caminando por ahí, nada había cambiado. Pero, todo había cambiado. El problema de perder la continuidad con l@s amig@s es que no hubo tiempo para acostumbrarse a las evoluciones, dejando a dos personas cambiadas que sólo pueden mantener la amistad si existe un cariño verdadero. Creo que no he perdido ningun@, espero.

El segundo mes ya empecé a hacer los primeros pitutos porque claro, muy en el extranjero ha vivido una, pero eso no te hace millonaria, sino todo lo contrario. Por suerte, ya había empezado a colaborar en algunas cosas desde allá y al llegar, varios amigos me contactaron para aportar con algo sus proyectos (agradecimientos públicos a tod@s). Y como estaba resuelto lo práctico, tuve momento de dedicarme a lo más importante: a decidir qué quería de esta “nueva vida”. Y me embarqué en dos proyectos que creo pueden dar resultados interesantes (que dan para al menos un par de historia más).

Han pasado ya casi 3 meses completos y estoy bastante más instalada en una ciudad donde hay personas que creen que son mejores porque se saltan dos personas en la fila del pan; el reciclaje es mezclado; un tipo en bicicleta vio a mi hija caminando con una bota inmovilizadora y lo primero que hizo fue devolverse a robarle el celular; y siento que debo disfrazarme para ir a trabajar porque a cara lavada, jeans y zapatillas no me escuchan. Pero no importa, porque es un país donde la gente se abraza todos los días, donde la marraqueta está fresca, las paltas maduras y los amigos se demoran 2 minutos en armar un asado.

Allá nada era perfecto tampoco, vivir de inmigrante en UK es duro, las leyes para sacarte del país son cada vez más duras, los trabajos más escasos y nada te exime de un comentario racista, que por escaso, no menos doloroso. Pero está el otro lado de una gente maravillosamente respetuosa en verdad por lo que eres sin importar tu apariencia, que en vez de apretarte en el metro hacen lo imposible por no empujar, y si lo hace, te piden disculpas.

Soy afortunada y siento que hay espacios para mi desarrollo en ambos países. Pero, por ahora, dicen que es sano enfocarse acá y ahora. Sin embargo, debo confesar que de cuando en vez, cierro los ojos y me pierdo en las calles británicas… en especial cuando escucho su voz chileno-londinense diciendo que no importa el tiempo ni la distancia, vamos a estar juntos otra vez.

Claudia Farah S.
Periodista, escritora amateur, madre polisilábica de una adolescente, crítica de realidades y creyente fanática de que se puede cambiar el mundo. Vivió en Inglaterra después de hacer el Magister en Filosofía, Política y Economía en la Universidad de York. Actualmente, se encuentra en Chile.