El fin de semana que recién pasó, con mi hermana y mi mamá nos escapamos a Rosa Agustina, un spa y hotel all inclusive muy bacán que hay en Olmué. Fuera de todo lo chori que es y lo merecido que lo teníamos las tres, el fin de semana hubo mucha gente y pocas personas en el agua. ¿Por qué? Ni idea.

El asunto es que en un momento, luego de salir de la piscina (lugar del que obviamente no había cómo sacarme), fui a buscar un helado en puro traje de baño y chalitas, cuando una señora se me acerca de la nada y sin ni siquiera decir hola lanza una pregunta que me dejó un poco mal… “¿Y por qué no estás usando pareo?”…

“Porque estaba nadando y sólo vine por un helado… y no traje pareo” -le respondí-, volviendo a mirar la heladera (algo que era mucho más importante). Pero la señora -no conforme con su primera inquietud-, me lanzó otra pregunta aún más atroz que la anterior.

“¿Y a ti no te molesta ser gorda?”…

Ya ok, ahí le puse atención. La miré un poco atónita, no porque me haya sentido ofendida -no tendría por qué-, pero miles de cosas pasaron por mi cabeza.

El cuento de la gordura para mí sigue siendo un tema, pese a que me hago la valiente y la top y me saco el mayor partido que puedo. No uso fajas, hago deporte, como rico y me restrinjo poco, pero me alimento de forma sana. Vivo feliz en realidad, aunque no niego que a veces igual me gustaría no tener guata (ojo, no ser flaca-flaca), pero en general el ser gorda nunca ha sido un impedimento para nada en mi vida. Y las curvas la llevan, así de simple.

He tenido pololos, fui a la universidad, tengo amigos, carreteo bastante, un trabajo que me encanta, he logrado mis metas y nunca el hecho de ser gorda ha sido una traba para todo lo que he conseguido en el tiempo (cosa que para algunos gordos sí es un impedimento).

Tampoco estoy orgullosa de tener un evidente sobrepeso, cosa que tampoco está bien. No toda mi vida he sido gorda (eso pasó después de un accidente, larga historia), y me deprimo muchas veces cuando me recuerdan lo “bonita” que me veía cuando tenía 15.

En fin. Pensé todo eso en una milésima de segundo y quizás más cosas. Pero en definitiva la pregunta de la señora me desconcertó. Imagínense se lo hubiera dicho a alguien que de verdad se hubiese ofendido o tenido pena por ser gordo.

“No, no me molesta ser gorda. ¿A ti te molesta que lo sea?”. Ahí la tipa no sabía dónde meterse.

“…Porque a ti parecen molestarte muchas cosas de ti misma, empezando por tu cuerpo… sino, no tendrías el pareo puesto desde el cuello a los pies”, continué. La señora muy ofendida me miró y me siguió hablando. “Nunca había visto a una gorda a la que no le interesara taparse la guata”.

Da para pensar mucho. Qué onda la seguridad de esa mujer (que por cierto era regia), por qué le interesa cómo me visto o qué uso, qué le importa si uso bikini pesando 150 mil kilos. Dónde han quedado las libertades de cada una de usar lo que se nos dé la gana y por qué, POR QUÉ siguen existiendo esos cánones de belleza autoimpuestos por la sociedad, que de repente hacen que una se cuestione si en realidad es bonita o no.

La mejor respuesta me la dio mi mamá cuando le conté (que es mucho más gordi y andaba en las mismas que yo buscando un jugo). “Esa tipa está mal no sólo de la cabeza, sino que del corazón. Simplemente no puede quererse”. Mi mamá es seca.

Y tenía razón. Esta soy yo con la pinta que andaba trayendo ese día (pero la foto es del verano pasado, ahora subí un poco de peso). Sí, soy gorda, me gusta nadar y también pasearme en traje de baño. Al que le guste, bien y al que no… Quiérase usted primero y acéptese. Ah, y sea feliz con lo que es.

Nosoyfashionista.com

Nosoyfashionista.com

Camila Navarrete es periodista de BioBioChile y fundadora del blog No soy Fashionista.