Una cosa es quedarse resentidos y enojados por la derrota, pero algo muy distinto es que cerca de un millón de ciudadanos de Estados Unidos, de 20 estados de la Unión, hayan suscrito y enviado al presidente Barak Obama documentos pidiendo la secesión. Salirse de la Unión Federal, aduciendo durísimas acusaciones en contra del gobierno.
Por su parte, un grupo de dirigentes políticos oficialistas, se apresuraron también a enviar una carta en que, aunque con poquitas firmas, solicitaban al gobierno que todos los que quieran la secesión, sean de inmediato privados de la ciudadanía estadounidense y deportados a alguna otra parte. A México o al Congo o algo así.
Por supuesto, tanto los secesionistas como los oficialistas sabían muy bien que sólo se trataba de declaraciones simbólicas. Pero son símbolos de realidades muy concretas. Las acusaciones de los secesionistas contra el gobierno apuntan básicamente a que el Ejecutivo está violando sistemáticamente la Constitución y los derechos civiles de los ciudadanos, amenazando con instaurar un régimen dictatorial.
Entre las cosas en que hay consenso para los investigadores, se cuenta el hecho de que ese grupo, pese a reunir a los individuos más poderosos y ricos del planeta, no puede ser catalogado como derechista. Por el contrario, se estima que durante sucesivos períodos históricos han favorecido medidas de carácter socializante, a la vez que han manejado con extrema habilidad el período neoliberal de los últimos 35 años.
Entre las iniciativas de Washington para el control de los propios ciudadanos estadounidenses, se cuentan, por ejemplo, la creación de clínicas psiquiátricas especializadas en devolverle la normalidad mental a personas, sobre todo ex combatientes de Irak y Afganistán, que presentan síntomas de desequilibrio. Entre esos síntomas de menciona: Uno, Formarse ideas distintas de los conceptos sanos y normales que le plantean sus superiores. Dos, mostrarse poco dispuesto a obedecer las órdenes que se le dan. Tres, ser porfiados y defender tozudamente su opiniones y puntos de vista personales. Cuatro, poca o ninguna disposición a hacer lo mismo que hacen los demás. Cinco, contestar de manera brusca o descortés, cuando se les señalan sus fallas.
Así, pues, vemos que hay una oposición beligerante que está creciendo y parece dispuesta a defender con muchísima fuerza sus libertades que, según sus denuncias, están siendo amagadas por un gobierno federal con aspiraciones dictatoriales, y que aparece orquestado a tono con un proceso equivalente que se está dando en Europa.
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