Estamos en el año 2011 después de Cristo y el mundo del juego está invadido de consolas, smartphones y otras tabletas. ¿Totalmente? ¡No! En Chicago, un puñado de fanáticos del flipper aún se resiste al invasor.

La empresa Stern Pinball se encuentra en Melrose Park, en la periferia de Chicago. Es la última en el mundo que sigue construyendo flippers. Es que aquí, este juego se transmite de padre a hijo.

El director de la empresa, Gary Stern, de 58 años, forma parte de una generación que rascaba sus bolsillos en busca de alguna moneda para jugar un partido de flipper.

Stern recuerda cuando llegaron al mercado los primeros videojuegos, con el Pac-Man a la cabeza, que ensombrecieron a los flippers aunque no lograron echarlos de las salas de juego.

El golpe de gracia, o casi, llegó más tarde con las consolas de salón, los ordenadores y luego los videojuegos en soportes móviles como teléfonos o tabletas.

De a poco, uno tras otro, los fabricantes de flippers fueron cerrando sus negocios y las ventas pasaron de 100.000 máquinas anuales en los años de 1990 a 6.000 actualmente.

Sin embargo, la crisis en este sector aún no ha afectado a la empresa Stern Pinball, que obtiene 30 millones de dólares en ingresos por ventas.

“Hacemos buenos juegos”, dijo Stern, y aseguró que no le teme a la competencia de los videojuegos.

“En el flipper la bola es salvaje. Podemos jugar al flipper en el ordenador, en simulaciones, pero no es real: el movimiento de la bola está programado”, aseguró.

Los juegos no son nada sin los jugadores. Joshua Henderson, alias “Pinball Wizard” (“Mago del flipper”) es parte de las nuevas generaciones fanáticas de este juego y a los 14 años ganó el quinto lugar en un campeonato mundial.

Con los 10.000 dólares que obtuvo en el campeonato organizado por el “PAPA” -una organización de jugadores- el mes pasado en Pensilvania, Henderson se compró un flipper “Spider-Man” y guardó dinero para pagar sus estudios.

Como muchos chicos de su edad, a Henderson le gustan los videojuegos, pero para él el flipper tiene además un lado carnal.

“Uno de los mejores trucos es que podemos usar nuestra propia fuerza física para controlar la bola. Somos los amos a bordo”, explicó el chico. “También hay un poco más de estrategia que en los videojuegos. Es menos lineal, cada bola es diferente”, añadió.

Seguramente la cantidad de jugadores de domingo es menor que hace 20 años, pero las filas de los principiantes iluminados no dejan de crecer y toman al flipper como un deporte de competición.

“Esto jamás fue tan importante como ahora”, aseguró Josh Sharpe, presidente de la International Flipper Pinball Association, que cuenta con 10.000 jugadores profesionales.

A este nivel no se deja nada al azar. “Los que no saben jugar tienen miedo de perder la bola”, destacó Sharpe, mientras que los jugadores “pro” desarrollan estrategias a medio camino entre el golf y el ajedrez. “Cuando juego al flipper analizo el escenario de juego para identificar las zonas a las que voy a ir”.

Algunos predicen el resurgir del flipper. Pero la complejidad de las máquinas desalienta a los industriales. En Stern Pinball, por ejemplo, se necesita una treintena de horas para montar las 3.500 piezas necesarias a una máquina. Fabricar un modelo nuevo cuesta 750.000 dólares.

Para seguir existiendo, la empresa se apoya en los éxitos de las taquillas de cine y propone en sus flippers escenarios de “Avatar” o “Tron: Legacy”.

“El flipper es como el cine, decía mi padre”, dijo Stern. “Se precisa una historia, acción, un punto final, imágenes ligeras, buena música, una buena promoción, un elenco exitoso. Es lo mismo”, concluyó.