El presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, entregará el sábado el mando a su heredera política Dilma Rousseff, aclamado por sus conciudadanos, que le brindan un 87% de popularidad, y gozando de la admiración internacional.
“Si un día alguien me pregunta, ‘Oye, Lula, ¿Por qué tu gobierno tuvo éxito?’ Yo le diré: porque hicimos lo obvio’. Lo obvio es la única cosa que un gobernante tiene que hacer; inventar es para científicos”, afirmó el carismático mandatario de 65 años en un discurso reciente en Rio de Janeiro.
En ocho años al frente de la octava economía mundial, el ex sindicalista de izquierda disipó el terror que le tenían los ricos y deja una herencia de elevado crecimiento económico y una población satisfecha con los beneficios conquistados.
“El pueblo me ha dado la oportunidad de demostrar que un tornero mecánico puede hacer por este país lo que la élite política no consiguió”, proclamó Lula ante una eufórica multitud cuando ganó las elecciones en 2002.
En sus dos mandatos, 29 millones de personas salieron de la pobreza y accedieron a una clase media que consume e impulsa la economía, y que ya es la mitad de los 190 millones de habitantes de este país. Sin embargo, a pesar de los avances, Brasil sigue registrando una brecha gigante entre ricos y pobres.
“Lula hizo una primera transferencia de riqueza para la sociedad que generó un tremendo mercado interno y mejoró un poco las diferencias sociales, pero dejó grandes deudas en educación, infraestructura, seguridad pública, corrupción y grandes reformas en el carísimo sistema de pensiones e impuestos”, resumió a la AFP Alexander Bush, autor del libro “Brasil, país del presente”.
Entre las tareas pendientes de Lula en el plano social destacan el saneamiento básico, del que carece un 50% de los brasileños, y el analfabetismo, que ronda el 10% de la población.
Nada en los humildes orígenes de Lula -un emigrante nacido en el paupérrimo nordeste brasileño, en una familia de ocho hermanos abandonada por el padre, y que fue lustrabotas y vendedor ambulante- auguraba el destino del líder que deja el poder como uno de los presidentes más populares del mundo.
Defensor de los países en desarrollo, Lula ha sido uno de los principales impulsores de una gobernanza internacional que da creciente protagonismo a las grandes naciones emergentes.
Sus críticos le echan en cara su acercamiento a Irán, mientras mantuvo prudencial distancia con Estados Unidos, a cuyo presidente Barack Obama, le achaca no haber cambiado la relación con América Latina.
“Siempre hubo una relación de imperio con los países pobres, y esa relación tenía que cambiar”, dijo Lula el lunes a periodistas.
El presidente coronó su popularidad conquistando las sedes del Mundial de fútbol 2014 y las Olimpíadas 2016.
Domador de adversidades, Lula utilizó su enorme popularidad para hacer elegir a su sucesora, Dilma Rousseff, una eficiente aunque discreta gestora de 63 años, guerrillera en la juventud, absolutamente comprometida con la continuidad del gobierno Lula.
Interrogado sobre si volverá a ser candidato más adelante, Lula respondió tajante hace tan solo una semana: “Uno nunca puede decir que no” básicamente porque “soy un político nato”. Aunque el lunes pasado precisó que si Rousseff busca la reelección en 2014, será “su candidata”.
Lula, que marcó las últimas tres décadas de la historia de Brasil, seguirá sin duda sorprendiendo a sus conciudadanos.
“Desde mi primera entrevista con Lula en 1992 percibí que era cine puro, dramaturgia de primera”, ilustra la autora de la biografía en la que se basó la película “Lula, el hijo de Brasil”, Denise Paraná.
Tras formarse como tornero mecánico, en los 70 Lula se convirtió en el líder sindical que dirigió huelgas obreras que desafiaron a la dictadura y organizó la Central Unica de Trabajadores (CUT). En esos años, perdió el meñique de su mano izquierda en la fábrica, y dramáticamente fallecieron su mujer y su primer hijo en el parto.
Su llegada al poder fue tan trabajosa y tenaz como su vida.
Al frente del Partido de los Trabajadores (PT), fundado por él, perdió tres elecciones presidenciales antes de triunfar en 2002.