Publicado por: Felipe Santibañez

Staff / Agence France-Presse

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Chile llegaba bien parado al último partido del grupo A del Mundial de 1974. El empate ante Alemania Oriental había puesto el ánimo al tope y las esquirlas dejadas por el ‘misil teledirigido¿ de Paul Breitner en el debut habían cicatrizado. No sólo había confianza en derrotar a Australia, recién estrenada en la máxima cita planetaria, sino que se pensaba en un trámite sencillo y un marcador abultado.

La selección había llegado a territorio teutón después del surrealista gol de Francisco Valdés ante un rival, la URSS, que no se presentó en el Nacional como protesta a la dictadura. La colorida alegría por la clasificación se tiñó de un amargo tono grisáceo.

En Europa, el equipo estuvo custodiado todo el tiempo por la policía y se expuso al mínimo su contacto con el exterior. Se temía un atentado contra el que para muchos era el equipo de los militares.

Pero fútbol es fútbol pensaban al interior del plantel. Para el trascendental duelo, Chile recuperaba a Carlos Caszely, el primer futbolista expulsado en la historia de los mundiales. La gran duda para Luis Álamos, el arquitecto del Ballet Azul y del Colo Colo ’73, estaba en la mitad de la cancha. En la previa se hablaba de que el equipo había lucido mejor sin la presencia de Francisco “Chamaco” Valdés. Carlos Reinoso, solo en la creación, le había dado más velocidad al equipo y había evitado la lateralización excesiva del juego ofensivo. Sin embargo, en lo que la prensa deportiva de la época calificó como una obstinación, Álamos mantuvo al colocolino en el tándem creativo con el jugador del América de México.

Las casi vacías gradas del Olímpico de Berlín, rociadas por una suave pero incesante lluvia, fueron el escenario del encuentro. Chile salió de rojo y blanco, en la cara de los jugadores se dibujaba la magnificencia de los grandes eventos. Había que abstraerse del contexto, en juego estaba el paso a octavos de final. Horas más tardes jugaban las dos mitades de Alemania y se tenía que meter presión con una victoria contundente.

Pero los primeros minutos fueron de sorpresa. Australia no era el equipo de ingenuos amateurs que parecía. Su brío fue un golpe que adormeció a un Chile inerte. Incluso Jimmy Rooney y Attila Abonyi pudieron batir Leopoldo Vallejos.

Chile-Australia en 1974 | Youtube
Chile-Australia en 1974 | Youtube

Sobre el cuarto de hora, Chile salió del letargo. La técnica de Reynoso y, sobre todo, la voluntad de Elías Figueroa, quien a la larga asomaría en el once ideal del torneo, permitieron a la “Roja” internarse en campo adversario.

Empezaron las llegadas al arco de Jack Reilly. Reynoso apareció a bocajarro para liquidar un centro que venía desde la derecha. A su cabezazo le falto dirección y el arquero alcanzó a repeler. En el rebote, el jugador del América quiso llevarse la pelota con la mano, pero el árbitro estaba en muy buena posición para ponerle freno a la avivada.

Minutos más tarde, Leonardo Véliz le dobló las manos a Reilly con un violento disparo. El “Pollo” pensaba que se estrenaba como goleador mundialista hasta que un defensa australiano emergió cerca de la raya para despejar la pelota.

Los goles perdidos sembraron dudas en las cabezas chilenas. Con un ritmo de juego lento, y lleno de errores, acabó el primer tiempo.

Australia reinició la acción y no se demoró ni diez segundos en perder la pelota. Cuando Chile empezaba a armar su ataque se escuchó una pifiadera. La cámara de la transmisión oficial dejó a los jugadores de lado por un momento y enfocó a un grupo de exiliados que asaltó el campo con una bandera chilena gigante en repudio a la dictadura.

No era el primer disturbio que ocurría. Horas antes de que iniciara el primer partido, ante Alemania Federal, una bomba explotó en el consulado de Chile en Berlín Occidental y afuera del estadio se vio a varias personas con carteles que llevaban la cara del cantautor Víctor Jara.

Estuvieron menos de un minuto sobre el grabado. Todo siguió igual. Para peor, la cancha ya se había llenado de charcos y los de Álamos no daban dos pases seguidos. Chile estaba tupido, sin ideas ni finura para abrir la cuenta.

“Apenas comenzado el segundo tiempo, una intensa cortina de agua empapa a los jugadores y dificulta en grado máximo las acciones ofensivas chilenas, que fracasan una y otra vez ante el desespero de sus jugadores, que ven cómo se les está cerrando por momentos la única puerta abierta que les quedaba para poder aspirar aún a la clasificación”, escribió el corresponsal del diario catalán el Mundo Deportivo.

Los oceánicos tuvieron la oportunidad de dar la estocada definitiva. A los ’56, Abonyi quedó solo frente a Vallejos y se lo sacó de encima. Elías Figueroa, in extremis, impidió el que hubiese sido el primer gol en un mundial para los “socceroos”.

La desesperación chilena chocaba con la ilusión australiana. Los últimos minutos se pelearon más de lo que se jugaron. Curran tuvo que salir en camilla. Y Richards, que intentó vengar a su compañero, fue expulsado por el iraní Jafar Namdar.

Caszely, al que le pegaron a destajo, pudo haberse redimido del arrebato que significó su expulsión en el debut. El ariete la embocó. Sin embargo, el gol fue anulado. El partido terminó con abrazos de los muchachos de amarillo y cabezas gachas de los de rojo.

“La forma en que jugó Chile en los 45 minutos iniciales fue la antítesis de un cuadro que requería urgentemente vencer por goleada. Moviéndose lentamente, calculando el ritmo de sus desplazamientos, midiendo sus esfuerzos como si hubiese temor a la marcha inexorable del reloj”, publicó El Mercurio.

“Así es el fútbol. Se nos dio todo en nuestra contra. El equipo no estuvo en el nivel de las anteriores presentaciones, aunque actuó con decoro, dado el terreno de juego”, explicó el técnico Álamos.

Chile terminó su viaje con poco en sus manos: una derrota, dos empates y un gol a favor. La que en esos momentos fue llamada la mejor generación de la historia no pudo siquiera vencer a un equipo de buen espíritu, pero huérfano de virtudes técnicas. Hubo desazón en el país, pero no para un grupo de exiliados. Para ellos ingresar al campo de juego y exhibir al Mundo su reclamo ya había sido un triunfo.

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