El desengaño de la Primavera Árabe, el fracaso del nacionalismo árabe laico, la frustración por la cuestión palestina y una crisis de valores en Occidente fomentaron la radicalización religiosa y su influencia en la geopolítica mundial.

Tras décadas de dictaduras, Oriente Medio, cuna de las tres religiones monoteístas, volvió a vivir trastornos asombrosos en 2014, pero los resultados de la Primavera Árabe siguen siendo escasos.

Sumándose a las enormes frustraciones nacidas del estancamiento de la cuestión palestina, del desarrollo económico anémico y de la corrupción endémica, las esperanzas frustradas del nacionalismo árabe favorecieron en la región el increíble ascenso de un proyecto islamista que afirma ser capaz de ofrecer otra vía.

El verdadero cambio fue la invasión estadounidense de Irak en 2003. “Exacerbó la línea de fractura confesional (entre chiitas y sunitas), colocó a Irán como actor importante en el mundo árabe y suscitó un fuerte sentimiento de vulnerabilidad entre los sunitas en el Levante”, opina Raphael Lefevre, investigador en el Carnegie Middle East Center.

“El auge del Estado Islámico, del Frente al Nosra y de otros grupos extremistas sunitas sólo puede entenderse a la luz de esta vulnerabilidad”, dijo citando el peso militar del chiita Hezbolá en Líbano y en Siria; la represión de una revuelta ampliamente sunita en Siria por parte de un régimen dominado por los alauitas; y la conducta discriminatoria en Irak del poder chiita.

La ascensión fulgurante del islamismo se vio favorecida por el fracaso del nacionalismo árabe, que quería trascender las religiones pero se encarnó en regímenes laicos autoritarios. El fracaso de las guerras contra Israel así como una situación económica desastrosa pudieron con esta ideología.

“Luego, los acuerdos (de paz) de Oslo en 1993 (firmados entre la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) e Israel) causaron una conmoción porque ya no se podía luchar por la causa palestina. Ya no había causa, lo que explica esta atracción por el islamismo”, explica Nayla Tabbara, profesora de Ciencias de las Religiones en la Universidad San José de Beirut.

Huida de los cristianos de Oriente

La radicalización islámica tuvo consecuencias desastrosas en la presencia doblemente milenaria de los cristianos de Oriente, sobre todo después de que el grupo Estado Islámico se apoderara de la ciudad de Mosul, donde moraban desde la Antigüedad.

“Existe un gran miedo y una gran incomprensión de los cristianos en Líbano y los países vecinos. Esto les empuja a la huida”, asegura Tabbara, quien preside también una plataforma de diálogo interreligioso, Adyan, en Líbano.

Según el experto francés Fabrice Balanche, al menos unos 700.000 u 800.000 cristianos se han marchado de Egipto, Siria e Irak desde 2011.

La religión, que siempre fue una importante fuerza sociocultural en Oriente Medio, ganó terreno, además, en Israel y entre los palestinos.

“Hay indudablemente una radicalización y un endurecimiento, pero son de alguna manera menos religiosos que nacionalistas”, asegura a la AFP el historiador israelí Zeev Sternhell.

“La religión está al servicio de un nacionalismo duro y colonizador a ultranza; hoy tiene un carácter fanático desconocido en el pasado. Religión y nacionalismo van a la par”, precisa.

En cuanto a la causa palestina, Tabbara señala que “el islam político la recuperó insistiendo en el sentimiento de injusticia generalizada no sólo por parte de Israel sino también de la comunidad internacional .

Necesidad de lo sagrado

Pero la gran novedad es la fuerza de atracción que representa el Estado Islámico en Occidente. Según un estudio reciente, cerca de 15.000 combatientes extranjeros se unieron a este grupo en Siria, entre ellos 20% de occidentales.

“Porque estos jóvenes encuentran lo que nuestras sociedades ya no ofrecen, el estremecimiento ligado al combate por una causa que les hace creer que tienen un poder sin límites, un poder divino”, explica a la AFP el antropólogo y psicólogo Scott Atran, director de investigación en el CNRS francés y profesor asociado de la Universidad de Michigan. “Es glorioso y arriesgado. El sentimiento de poder cambiar el mundo es muy atractivo”.

“Hay que dar sentido a nuestra vida, necesitamos lo sagrado. Como esto ya no existe en Occidente, lo vamos a buscar allá donde es muy aparente. Hay también una búsqueda de comunidad y de fraternidad. Este sentimiento es el que empuja a los jóvenes a entrar en estos movimientos”, precisa Nayla Tabbara.