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Resumen generado con una herramienta de Inteligencia Artificial desarrollada por BioBioChile y revisado por el autor de este artículo.

Sebastián Bravo, a sus 13 años, tuvo que elegir entre computación y danza folklórica en el English College de Talagante. Tras optar por esta última por recomendación de una amiga, descubrió su talento para el baile. Tras participar en un encuentro nacional de danza, su vida cambió al quedar fascinado por el ballet.

Con solo 13 años, y sin saber que la decisión que iba a tomar iba a definir su vida adulta, Sebastián Bravo, tuvo que resolver que curso electivo iba a tomar en el English College de Talagante.

“Al principio de 2008, nos dijeron que teníamos que elegir un electivo, entre computación o danza folklórica”, cuenta Bravo en conversación con BioBioChile.

Como hace un año había ingresado al colegio, Sebastián prefirió optar primero por el curso de computación. “Me dije, pucha, si empiezo a mostrar mis verdaderos colores, creo que se va a tornar un poquito gris el ambiente”, describe a BBCL.

Sin embargo, al sentirse fuera de lugar en el electivo de computación, Bravo decidió cambiar de opinión y elegir el baile folclórico. En aquel tiempo, tras la recomendación de una amiga, puso su atención en el taller. “Una amiga me dijo ‘oye, métete al folklore, cámbiate de electivo, la profe te enseña bailar cueca y chao, te rellena de sietes por todo el año"”, recuerda que le dijo.

Así que gracias a la profesora Marta Osorio, quien estaba a cargo del taller, pudo pulir su habilidad para bailar. “La profe empezó a cachar que yo tenía oído musical y más facilidad para aprender las coreografías”, revela Bravo.

De hecho, Sebastián, que siempre tenía ganas de aprender, empezó a destacar por sus movimientos. Y al cabo de algunos meses, en octubre de 2008, la comuna de Talagante organizó un encuentro nacional de danza, lo que cambió su vida.

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Tras las bambalinas, Bravo coincidió con un grupo de bailarinas que parecían “estatuas”. Intrigado por el encuentro, Sebastián argumenta que en ese mismo instante quedó fascinado por el ballet, puesto que ellas eran parte de la Escuela de Ballet del Teatro Municipal de Santiago.

Las mujeres que lo impresionaron, vestían de blanco e inspiraban una atmósfera de elegancia, estaban alistándose para presentar “Las Sílfides”, un ballet interpretado en un solo acto y que cuenta con música de Frédéric Chopin.

Transcurrido unos minutos, después de la actuación del grupo de su colegio, Sebastián fue llamado por el entonces director de la Escuela de Ballet del Teatro Municipal de Santiago, Patricio Gutiérrez, quien quería extenderle una invitación para participar del semillero de artistas que funciona desde 1960.

“Yo no tenía idea, onda, yo era un cabro de Talagante de 13 años, no tenía idea que era el Teatro Municipal de Santiago, para ser honesto”, remarca el bailarín a BioBioChile.

“Lo primero que yo había visto de ballet es lo que había visto hace 10 minutos”, explica Bravo con un tono de perplejidad. “Yo al principio no me lo creí para nada”, admite.

Creer en el sueño imposible

Con la esperanza de ser un bailarín profesional, Sebastián Bravo y Marta Osorio se quedaban perfeccionando algunos pasos básicos de ballet. “La profesora se estaba quedando hora extra sin que nadie se lo pidiera ni se lo pagaran. Y me estaba enseñando lo que no sabía, para empujarme y tener una base”, explica el bailarín chileno.

Con cinco meses de preparación, la profesora y el alumno viajaron a Santiago para la audición en la Escuela de Ballet. Al llegar, primero se equivocaron de audición, pues llegaron a la fila donde iban a audicionar los futuros integrantes de la orquesta.

Aunque los problemas continuaron, puesto que habían olvidado comprar las zapatillas de ballet, así que tuvieron que partir a la tienda de Sara Nieto, la directora de ballet uruguaya. “La secretaria nos dice,’oye, pero aquí al frente de la municipalidad, hay una tienda de la Sara Nieto. Vayan para allá y compren"”.

Sin ir más lejos partieron, pero al ingresar a la audición, Sebastián vio que sus otros compañeros le llevaban una ventaja considerable. “Cada cabro chico tenía como 15, 16 años, y yo tenía 13, onda ellos tenían las piernas en la oreja, onda levantada, se elongaban y se desarmaban. En cambio, mi máximo orgullo era que me podía tocar la punta de los pies”, afirma a BBCL.

Pese a sentirse inseguro y ver que se “autosaboteaba”, Bravo empezó a tranquilizarse en el transcurso de la audición. “Me acuerdo mucho que entré con muy mala disposición, onda, para qué me hacen humillarme aquí, si hay un millón de cabros buenos y poco más quieren reírse del cabrito de campo. Al final, la audición fue reconfortante, me sentí superbien”, recuerda con emoción.

“En un momento se para una maestra, y me empieza a levantar las piernas, me examinaron las caderas, la columna, después me hicieron una prueba de oído, el pianista se puso a tocar algo, y yo tuve que seguir el ritmo. Todo bien, estaban supercontentos y yo estaba superbien hasta que llega la pregunta: ¿qué opina tu familia de esto? Y ahí me fui a la crema. Porque si bien con mi familia, con mi mamá estaba todo bien, el miedo más grande que tenía era con mi viejo, que era un suboficial de la Fuerza Aérea”.

De un momento a otro, Sebastián se quebró por el peso que significaba audicionar sin que su padre supiera de lo que estaba haciendo. “Y les dije que me gustaba mucho, me gustaba mucho lo que estaba haciendo, que era bacán, ir avanzando en los límites que uno mismo se va poniendo, los límites físicos que yo sentía. Para mí esa era mi mayor motivación”, recuerda Bravo.

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A la semana, después que dio la audición, Bravo se enteró por una llamada telefónica de su madre, que había quedado dentro. “En mi mente siempre pensaba que no iba a quedar, entonces decidí que no le tengo que contar a nadie que yo fui a audicionar. Pensé que no iba a quedar, entonces nadie va a saber que por mi cabeza se me pasó en un minuto que quería bailar ballet, pero ahora había quedado”.

Sin embargo, a los seis meses ya estaba preparando su debut como integrante en el ballet de Don Quijote de la Mancha. Esto le sirvió bastante para empezar a tener sus primeros ingresos, aunque primero su padre debía firmar un poder notarial que le autorizara recibir una remuneración como bailarín.

“¿Te están pagando?”, le preguntó su progenitor, después de este hecho, él guardo silencio durante los siguientes meses. “Esto coincidió de que Canal 13 estaba haciendo un programa que se llamaba En primera persona, que se trataba de que un famoso vivía la realidad de un chileno. Y tocó que Sergio Lagos fue a grabar al municipal. Hasta que me seleccionaron a mí y ahí fue cuando Sergio Lagos y con toda la parafernalia fueron a mi casa. Y llevaron a mi papá al municipal a ver la función de estreno”.

“Ver todo un teatro parado aplaudiendo lo que estaba haciendo tu cabro chico, tu hijo, como que le ayudó caleta y le ayudó a darse cuenta de que no era ponerse una faldita, no era ponerse un tutu y dar vueltas, sino que era un deporte de alto rendimiento”, explica Bravo.

Entre 2009 y 2014, Sebastián asistió a clases y participó en varias presentaciones mientras fue parte de la Escuela de Ballet del Teatro Municipal de Santiago, hasta que lo “echaron”, según cuenta.

El mismo director, que le “pidió” audicionar unos años atrás, le dijo que no reunía las condiciones para ser un bailarín profesional.

“Sebastián no tiene la técnica que es necesaria para hacer un bailarín, no tiene el cuerpo, la musculatura ni el porte”, le dijo Gutiérrez. “Para mí fue un golpe superfuerte y tener que decirle a mi familia que peleé tanto por esto y ahora me están diciendo, tienes que irte. Siento que estuve en un hoyo durante largos meses. Me costó harto salir de ahí, pero no quise bajar los brazos”.

Una nueva oportunidad

Sebastián Bravo barajó estudiar Pedagogía en Lenguaje y Comunicación, hasta se había matriculado en un preuniversitario, pero justo en ese tiempo la compañía del Teatro Nescafé de las Artes de Sara Nieto estaba haciendo audiciones para buscar bailarines. En ese instante, Bravo no lo pensó dos veces y envío su postulación. “Me acuerdo de que Sara respondió, y comentó ‘no me interesan los títulos, no me interesan los diplomas, quiero verlos a todos en clases, quiero ver qué son capaces de hacer"”.

Entonces Bravo hizo la audición junto a otros colegas, con la célebre coreógrafa dando las instrucciones de la clase introductoria. Así pues, al poco tiempo lo confirmaron como parte del elenco de bailarines de Sara Nieto.

Sobre su maestra, el bailarín recuerda con emoción que ella vio que tenía “ganas de no apagarse”, por lo que en cada clase demostró su intención de seguir perfeccionándose en el ballet.

No obstante, como el trabajo de bailarín profesional es por temporadas, debía asegurarse un futuro. Así que decidió ingresar a la Universidad Uniacc, que ofrecía una carrera con enfoque en danza espectáculo. Llevaba un año en la casa de estudios, hasta que un día, lo llama por celular Sara Nieto, para ofrecerle un puesto en su próximo proyecto artístico basado en “La Cenicienta”.

Contra todo pronóstico, Sebastián volvió al ballet en el rol de hermanastro del personaje principal, una actualización que hizo Nieto sobre el clásico cuento infantil, lo que implicaba “bailar en puntas”, un repertorio que usualmente realizan las bailarinas.

De la mano de Nieto, Bravo preparó meticulosamente el papel durante varios meses. “Llegamos al escenario y fue la mejor producción en la que he estado, onda, literal. Fue la primera vez que yo tenía un papel solista y el aplauso del público hasta el día de hoy me acuerdo”, indica con emoción.

En ese sentido, durante los años siguientes estuvo “pituteando” hasta que se abrió la posibilidad de emigrar junto a su esposo a Canadá en 2023. “Al final del día se acaba la temporada, se cierra el telón y yo me tengo que ir a trabajar en un supermercado de reponedor. Me tengo que ir a trabajar en un mall”, sostiene Sebastián, por lo que decidió intentar emprender el viaje.

Además, hasta sus últimos días en Chile estuvo colaborando con Nieto, quien defendió la calidad de su trabajo. “Ella me decía que se creen, que estamos en Rusia, acaso se esperan encontrar un chico de dos metros”, recuerda Bravo, sobre el ánimo que le infundía la eminencia uruguaya.

Con la esperanza intacta y una maleta llena de sueños, Sebastián empezó una nueva vida en Canadá.

Canadá: la nueva tierra de esperanza

A tres semanas de partir a Canadá, Sebastián se enteró que Les Grands Ballets Canadiens de Montréal preparaba las funciones de “El Cascanueces”, un clásico del ballet mundial. Así que aprovechando que iba a trasladarse a esas tierras, no dudo en postular nuevamente como bailarín. Al igual como lo hizo en Chile con el ballet liderado por Sara Nieto. De todas maneras, postuló pero no recibió una respuesta.

Así las cosas, Sebastián probó y quedó inmediatamente en el Ballet West, una compañía pequeña que le permitió insertarse en el medio artístico. No obstante, como los contrataban por temporadas, debía buscar un trabajo formal. Por lo mismo para tener ingresos fijos entró a trabajar como empaquetador a la multinacional Amazon.

Sebastián trabajó de noche, en largas jornadas de trabajo, hasta que desde Les Grands Ballets, abrieron ofertas de trabajo a costureros y cortadores. Tras varios años practicando ballet, Sebastián había aprendido el oficio de coser y reparar las mallas, calzas, poleras y enteritos que usualmente se ocupan, por lo que vio una oportunidad.

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Si bien en un principio estaba dispuesto a realizar todo lo posible para quedar, el nerviosismo y la situación de buscar un trabajo estable hicieron que su desempeño no fuera el mejor, reconoce Sebastián a la presente redacción.

No obstante, pese a la incertidumbre del comienzo, Bravo fue convocado por Les Grands Ballets. En la entrevista de ingreso, se atrevió a preguntar porque había quedado seleccionado. “Me acuerdo que le respondí a una chica que me empezó a hablar en francés si quería que cosiera en español o en inglés. Me dijo que si bien ellos estaban buscando a alguien que supiera hacer las cosas, necesitaban más que nadie a alguien que supiera, pero no supiera tanto. Pasaba que venía mucho chico a pedir trabajo, y hacían las cosas distintas como se hacen acá. Y los vestuarios se tienen que hacer con distintos tipos de resistencia, con distintos tipos de costuras porque son para bailarines”, afirma Bravo.

A propósito de que Sebastián soñaba con volver a bailar, un día Ivan Cavallari, quien actualmente dirige la dirección artística de Les Grands Ballets Canadiens de Montréal, vino a verlo al atelier (taller) para preguntarle si acaso había estado con Marcia Haydée, la histórica directora artística del Teatro Municipal de Santiago. En ese momento, Bravo contestó que sí.

Haydée que había sido incorporada al Ballet de Stuttgart como Primera Bailarina, convirtiéndose en la musa inspiradora de John Cranko que creó para ella el rol principal de Romeo y Julieta (1962) fue el factor decisivo que le permitió que Cavallari lo eligiera como bailarín.

Desde entonces, a través de una emotivo anuncio Sebastián es conocido como el primer costurero en ejercer también como bailarín. “Yo estaba cosiendo mi nombre en esos vestuarios y una semana después los estaba usando yo”, detalla Sebastián con emoción.

Ahora por su trabajo en el atelier, además de ser integrante del primer reparto de Les Grands Ballets, actualmente Sebastián y su esposo Nicolás, recibieron el permiso de trabajo para asentarse en Montreal. Incluso, a inicios de este año, el bailarín participó nuevamente en la presentación de “La Bella Durmiente” que aún mantiene la coreografía de Marcia Haydée. Fue justa esta versión del clásico, que realizó hace diez años, cuando bailó por última vez en el Teatro Municipal de Santiago. Una coincidencia que ocurrió gracias al ballet. “La clase que era para escaparme y tener sietes se transformó en el motivo de mi vida”.

En algunas ocasiones, Sebastián recuerda que a veces se siente como el personaje de la película Billy Elliot, “siento que la pelicula es un fiel reflejo de la realidad, por ejemplo, la escena cuando le preguntan que se siente bailar y él dice que no siente nada. A veces no sé como describirlo, no sé si es una tristeza o alegría pero se siente fantástico, el poder contar una historia a mil personas sin abrir la boca, es algo hermoso”, cierra el bailarín.

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