Chile cerró en 2024 con 76 niños, niñas y adolescentes víctimas de homicidio consumado, de acuerdo al último reporte del Ministerio Público. No se trata de una cifra aislada. Nuevamente, y pese a la marginal disminución de la tasa de homicidio general, la victimización de niños aumenta progresivamente.

Los últimos tres años la tasa de crecimiento llega a más de un 40%. Vidas tempranamente arrebatadas en medio de balaceras, en barrios anestesiados al sonido de las armas.

La niñez expuesta a la primera línea de la violencia criminal

La proporción de niños víctimas creció respecto al año anterior, pasando de un 5,3% a un 6,3% del total nacional de homicidios. Detrás de la variación hay una señal evidente: Nuestros niños están pagando el costo de la delincuencia y del crimen organizado. Crímenes que ocurren en la vía pública con armas de fuego como el principal medio de agresión. Las organizaciones criminales dejan ver su rastro de manera más impune cada año. Eso implica que, más allá de la violencia doméstica o interpersonal —ya de por sí grave—, los niños están quedando atrapados en tierra de nadie, sin protección, donde antes vivían seguros, en sus familias, en la escuela, en el Barrio.

El control del narcotráfico, antecedido por un profundo deterioro del tejido social y la escasa presencia del Estado en ciertos barrios, va consolidando una exclusión cada vez más profunda que permite su dominio sin contrapeso. Se transforman en “la Mano” que seduce a niños desde temprana edad, iniciándolos en trayectorias delictivas cada vez más graves y violentas. Muchos de ellos terminan cayendo en la línea de fuego, participando en portonazos o encerronas.

Una agenda temprana de Prevención Social

No podemos seguir pasivos frente a estas estadísticas tan graves, mucho menos aún celebrar los leves descensos en las cifras generales, cuando vemos que los grupos más vulnerables enfrentan una realidad totalmente distinta y profundamente dramática.

Es hora de actuar urgente, recuperando los territorios donde las bandas delictivas y el crimen organizado han arrebatado la tranquilidad y las posibilidades de crecer seguros a cientos de miles de niños en nuestro país. Donde la multicancha se transformó en polígono de tiro, donde las plazas no son sino centros de venta al menudeo de droga, donde los colegios cierran sus puertas para que pasen las carrozas en un funeral narco.

No podemos tolerar que la niñez viva -y muera- bajo fuego cruzado. Debemos levantar una Agenda Temprana de Prevención Social que fortalezca los espacios protectores de la niñez en la familia, en la escuela y en la comunidad, con programas preventivos basados en la evidencia, que ataquen los factores de riesgo a la base de la violencia y las vulneraciones que viven los niños. Debemos llegar antes y dejar de llegar tarde, cuando los niños solo se hacen visibles en una estadística de defunción.

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