Este 10 de junio acaba de morir en prisión uno de los terroristas más extraños y misteriosos de la historia, el Dr. Theodore Kaczynski, alias “Unabomber”. Este matemático brillante llegó a ser Profesor Asistente de la prestigiosa Universidad de California, Berkeley. Súbitamente, en 1971 renunció a todo y se fue a vivir a una choza sin agua ni electricidad en medio de la nada. Desde allí, durante 17 años envió bombas por correo a universidades y aerolíneas, matando a tres personas e hiriendo y mutilando a otras 23. ¿El objetivo de este asesino? Cambiar el curso de la historia y detener el desarrollo tecnológico de la humanidad.

El FBI realizó el operativo más extenso y costoso de su historia para encontrarlo, pero Unabomber era tan inteligente que la cacería fracasó por completo. Finalmente, en 1995 ofreció detener sus crímenes si los periódicos más destacados de los Estados Unidos publicaban un manifiesto explicando sus motivaciones. Así se hizo, y en este manifiesto su cuñada y su hermano reconocieron su estilo lingüístico. Gracias a esto el Dr. Kaczynski fue aprehendido en 1996. Sus abogados trataron de defenderlo alegando locura, pero él trató de despedirlos, insistió en que estaba perfectamente lúcido, y se reconoció culpable. En consecuencia, fue condenado a ocho cadenas perpetuas sin libertad condicional.

¿Estaba loco el Dr. Kaczynski? Quizás sí; se conjetura que experimentos psicológicos en los que participó como voluntario lo afectaron. Sin embargo, lo curioso es que su manifiesto La sociedad industrial y su futuro es un ensayo inteligente y muy bien escrito. Trata sobre ciencia y tecnología, y el pasado y futuro de las sociedades humanas. Muy resumidamente, el tratado empieza con una crítica demoledora pero acertada de algunas características del izquierdismo y el progresismo. Luego argumenta que la tecnología al facilitar nuestra supervivencia también es fuente de nuestra infelicidad, y que la sociedad tecnológica requiere de la pérdida de nuestra libertad y autonomía para su funcionamiento. Finalmente propone que la libertad y realización auténticas pueden ser encontradas únicamente a través de una revolución que destruya en forma permanente nuestra civilización tecnológica, obligando a la humanidad a volver a una vida primitiva, sin industria, sin tecnología, y en contacto con la naturaleza. En el mismo ensayo justifica sus crímenes como la única forma de atraer la atención hacia sus ideas.

Condeno en forma categórica el terrorismo como publicidad a cualquier causa, sea la que sea, y los crímenes del Unabomber son de una inmoralidad evidente. Sin embargo, es inevitable preguntarse si pese a todo sus ideas podrían ser correctas. Al leer el manifiesto, éste puede parecer convincente. ¿Debemos dejar la ciencia, la tecnología, y la industria para volver a una vida primitiva en contacto con la naturaleza? ¿Será esa la única salida que tiene la humanidad?

La respuesta es un inapelable no. Pese a su inteligencia, el Dr. Kaczynski estaba equivocado. Si bien sobresimplifica problemas muy complejos, sus argumentos parecen razonables y hasta comparto algunos de sus puntos en cierta medida. Sin embargo, en un razonamiento lógico todos y cada uno de los eslabones de la cadena deben ser sólidos. Cuando un eslabón se quiebra, toda la cadena se corta, y las conclusiones a las que se llega ya no tienen por qué ser válidas.

Ya vimos que abandonar la ciencia, la tecnología, y la industria es una pésima idea. Hacer esto implicaría, sólo debido a la incapacidad del sistema ecológico para fijar suficiente nitrógeno, la muerte por inanición de la mitad de la población mundial.

Si usted alguna vez usó antibióticos o estuvo hospitalizado, es muy probable que en un mundo sin ciencia ni tecnología ya hubiera muerto. Ese es mi caso personal, fui un bebé demasiado grande para mi madre y nací prematuro. Sobreviví los primeros meses de vida sólo gracias a la ciencia. Este es un punto doloroso pero importante: sin ciencia, los más vulnerables, y sobre todo los niños, sufren y mueren en masa. Una estimación conservadora es que abandonar la tecnología y la industria, y quedar sólo a merced de la naturaleza, implicaría matar de hambre y enfermedad más del 90% de los ocho mil millones de humanos que habitamos la Tierra. Muy probablemente, usted y su familia también estarían entre los asesinados en la “utopía” del Unabomber.

El primer error del Dr. Kaczynski (entre otros varios) es precisamente subestimar la importancia de la ciencia y la tecnología para nuestra supervivencia, junto con subestimar también lo hostil de la naturaleza. Él, al igual que muchos de nosotros, fue víctima de la falacia de apelación a lo natural: la creencia errónea de que todo lo “natural” es bueno, y que lo artificial e industrial es malo. La realidad es distinta y más compleja. La naturaleza no es una madre generosa que nos cuidó amorosamente entre mariposas y flores en un paraíso que perdimos al dejar de vivir en armonía con ella. Nuestra vida fue una lucha constante por las necesidades más básicas, y estaba llena de sufrimiento, dolor, y muerte. El universo no tiene un sentido del bien y el mal, y nuestra existencia le es completamente indiferente.

La especie humana estuvo al borde de la extinción; sobrevivimos apenas en un planeta tremendamente hostil en donde todo está listo para matarte. Pero somos tenaces, incansables y curiosos; nos sobrepusimos al maltrato y vencimos. Pasamos de ser una banda de primates hambrientos deambulando por el planeta a una civilización tecnológica global. La clave para ello fue que hace unos pocos siglos descubrimos ciencia y con ella empezamos a comprender las reglas del juego de la naturaleza. Eso nos dio un poder enorme. Cuando comprendes las reglas que sigue el universo, con ingenio puedes ordenar trozos de él para que hagan exactamente lo que nosotros deseamos que hagan. Desde un arco y flecha hasta un celular, toda la tecnología son trozos de universo que al seguir ciegamente sus reglas, nos obedecen. Esto transforma a la ciencia en magia que funciona. Gracias a ella, en cuatro siglos avanzamos más que en cuarenta milenios, y poco a poco transformamos este planeta hostil en nuestro hogar. Ahora somos víctimas de nuestro éxito: hemos llegado a ser ocho mil millones de humanos viviendo con la mejor calidad de vida de la historia, en la época más próspera y pacífica que se haya visto jamás.

Nada es gratis en el universo, y esta prosperidad tiene un costo enorme: la situación de un mundo al borde de la catástrofe ecológica se vuelve particularmente compleja y difícil de resolver por el enorme número de personas involucradas. Por ejemplo, a veces se suele sobresimplificar problemas como el cambio climático afirmando que es sólo consecuencia del capitalismo y la concentración de riqueza en pocas manos. Y sí, obviamente en un mundo con recursos limitados la desigualdad extrema empeora las cosas. Sin embargo, las soluciones simplistas no sirven.

Supongamos que decidiéramos vivir sólo de lo que la naturaleza puede producir en forma sostenible y lo repartimos en partes iguales. El resultado de este ejercicio mental es que cada uno ¡recibe menos del sueldo mínimo actual! Peor, aún no hemos construido ni un hospital, ni una escuela, ni tapado ni un solo hoyo de las calles. Si tomamos en cuenta que entre todos vamos a tener que solventar esos costos, encontramos que con suerte si nos queda menos de la mitad del sueldo mínimo actual para cada uno. Con una mano en el corazón, ¿estaría usted dispuesto a sobrevivir con menos de la mitad del sueldo mínimo con tal de conseguir la sostenibilidad ecológica? ¿Estarían sus vecinos dispuestos a hacerlo?

Por supuesto, lo anterior es sólo una estimación gruesa, y reducir nuestro impacto ecológico es siempre una buena idea. Pero la Tierra es una máquina termodinámica, y las mejoras en eficiencia están muy acotadas. Por eso, el ejercicio mental que acabamos de hacer ilustra parte de la complejidad del problema. No basta con decir “vivamos todos en paz y armonía de manera sostenible”. Nos guste o no, nos hemos convertido en una fuerza geológica formidable que cambiará el planeta por completo. El primer paso es aceptar ese hecho como adultos y la responsabilidad que eso conlleva. Por este motivo los geólogos están proponiendo llamar a esta época el Antropoceno, la nueva era de la humanidad.

Viéndolo desde este punto de vista, como una civilización adulta y responsable que no puede retroceder a una supuesta “utopía pachamámica”, diseñar un futuro próspero hacia el cual avanzar se ve difícil y lleno de interrogantes (algunas de ellas planteadas por Unabomber). Por ejemplo, ¿cómo crear una civilización tecnológica al servicio de la humanidad, y no una en donde somos sólo un engranaje más de un sistema que nos hace sentir vacíos? ¿Qué haremos con las emanaciones de gases de efecto invernadero y el cambio climático? ¿Cómo alimentaremos a la humanidad sin acabar con la biodiversidad? ¿Cómo obtendremos la energía para mantener nuestra civilización funcionando? ¿Cómo conseguiremos todo esto sin crear tensiones sociales que generen guerras o regímenes totalitarios?

Para algunas tenemos sólo respuestas parciales; para otras, respuestas sorprendentes. Lo bueno es que podemos ser razonablemente optimistas: tenemos ciencia, la herramienta para comprender las reglas del juego del universo y hacer real lo que parece imposible. Por supuesto, la discusión es compleja y debe ser filosófica, social, y política además de científica. La ciencia nos dice cómo funciona el universo y predice hasta cierto punto las consecuencias de nuestras decisiones, pero no nos dice qué decidir.

Al Dr. Kaczynski le sobraba inteligencia; el problema es que era un cobarde. Cobardemente envió bombas por correo para asesinar y herir a inocentes mientras se escondía como una rata en un cerro. Y sí, con su inteligencia identificó algunos de los problemas importantes que enfrenta una civilización tecnológica. Pero temeroso pensó que la única solución era retroceder hacia la supuesta seguridad de un pasado conocido, en lugar de avanzar hacia un futuro incierto que debemos forjar con valentía.

La humanidad no es malvada ni una plaga del planeta. Lo que sucede es que estamos dejando la infancia de nuestra especie, y nos adentramos en las complejidades de la adolescencia. En la pubertad de nuestra sociedad, algunos como Unabomber sienten tanto miedo que tratan de retroceder a la supuesta seguridad infantil del primitivismo, como un Peter Pan con miedo a crecer.

Desde la antigüedad sabemos que en estas situaciones es mejor la valentía que el temor. De hecho, los desafíos que enfrentamos nos recuerdan un antiguo poeta romano, Virgilio. En su relato La Eneida cuenta la epopeya mítica de los sobrevivientes de un desastre, la guerra de Troya, y de cómo lucharon valientemente para construir con éxito un futuro mejor para ellos y sus descendientes. La clave está en su relato y sigue siendo válida dos mil años después: Audentis Fortuna iuvat, la fortuna favorece a los audaces.

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