Días atrás, el senador demócratacristiano Iván Flores comentó que los resultados de las elecciones del domingo no generaron ningún precedente para comicios futuros, argumentando que las razones de estos resultados estaban vinculadas a un desencanto y una molestia con el proceso constituyente anterior. En cierta forma, fueron unas elecciones que se articularon en pos de un voto de castigo, tanto al gobierno como a la Convención.

Sin embargo, este razonamiento no permite explicar las bajas cifras obtenidas por la DC en estos comicios, cuyo descenso electoral -aunque con altibajos- proviene de las elecciones parlamentarias de 1997. Tras casi un decenio de gobernanza, la DC en particular, y la Concertación en general, tendieron a un progresivo y paulatino desgaste, materializado en la reducción de la cantidad de votos obtenidos y en el crecimiento de la oposición; específicamente de una UDI liderada por Joaquín Lavín y el lavinismo.

Entre muchos otros factores, este auge se podría hallar en el desgaste político que generó la figura de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, quien provenía del mundo empresarial y cuyo ascenso se debió al apellido con el que cargaba, sin tener el carisma necesario para gobernar un país que se encontraba en plena Transición y que requería de un presidencialismo que favoreciera su clausura.

En efecto, este descenso electoral sí se podía entender como una especie de castigo a una DC que no sólo decepcionó en términos sociales, jurídicos y políticos, sino que también tendió a la mera administración del modelo neoliberal instaurado en la dictadura. La alegría que nunca llegó se alzó como un descontento expresado en las urnas que dinamitó en el hecho de que, desde entonces, ningún demócratacristiano ha podido volver a sentarse en el sillón presidencial.

Sin embargo, eso no conllevó a que se distanciaran del poder político, ya que, desde las sombras ministeriales y parlamentarias, han logrado influir e incluso ser determinante en la configuración de los consensos políticos que han articulado la posdictadura chilena.

Esto se evidencia en el Acuerdo por la Paz del 15 de noviembre, en el que se inscribió la firma del entonces timonel del partido, Fuad Chahín. Pese a los veinte años en que la DC no presidió el país, sí fue una fuerza integrante del acuerdo que institucionalizó la Revuelta y que (re)encauzó las demandas sociales dentro del marco político.

Por ello, es plausible afirmar que la DC también formó parte del proceso constituyente anterior que tanto desencantó a la ciudadanía, cuya molestia explicaría las amargas cifras obtenidas. Por ende, es menester que el sector también plantee una autocrítica al respecto y no se reste culpas de este fracaso electoral.

Esa paciencia sobrehumana que Carlos Huneeus atribuía al electorado demócratacristiano ha comenzado a desvanecerse, y esta vez, parece que es en serio. Si bien es probable que esta pregunta se haya visto en medios de los 90’s, del 2001, del 2005, del 2010, etc., no deja de ser interesante: ¿será este el verdadero fin de la DC o volverá a triunfar el gatopardismo demócratacristiano?

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