Si algo dejó de manifiesto la tragedia de los incendios del pasado febrero es que muchos de los afectados -particularmente de los sectores rurales- pertenecen a la tercera edad. Muchos de ellos han perdido bastante, si es que no lo han perdido todo. Además, gran parte de ellos se encuentran completamente solos.

Son madres, padres, abuelos y tíos que han trabajado toda una vida para levantar un techo en el cual criar y educar a hijos propios y putativos, que a estas alturas -ya convertidos en hombres y mujeres con estudios superiores- han emigrado a las ciudades en busca de mejores oportunidades laborales y económicas, dejando como consecuencia “un nido vacío”, incluso en momentos arduos y agotadores como los que estamos viviendo.

Durante las visitas a los afectados por los incendios, nos hemos encontrado una y otra vez con situaciones desgarradoras. Adultos mayores, muchas veces abandonados, que están solos, una soledad tal que incluso a uno que como sacerdote está acostumbrado a acompañar a gente que sufre, le parte el corazón.

Algunos que, pese a tener un muy buen pasar económico, viven una soledad tremenda todo el año y otros que, a sus 70 u 80 años, ni siquiera cuentan con las herramientas mínimas para levantarse tras la tragedia. Como ejemplo de ellos, dos ancianos -una con capacidad reducida- que dos meses después de ocurridos los incendios no eran considerados por el sistema, ya que aún no tenían la ficha FIBE. Es una experiencia que hiela la sangre y frente a la cual no podemos quedar indiferentes.

Según estadísticas del INE entregadas en 2019, se espera que la población de adultos mayores en el país llegue al 18,99% del total de la población, unos 4 millones aproximadamente. Mientras que, en lugares como Santa Juana, esa cifra ascendería al 20% de sus habitantes. En la actualidad, se calcula que en la comuna hay aproximadamente tres mil hombres y mujeres que superan los 60-65 años, la mayoría, asentados en sectores rurales, mientras que otros se encuentran en alguno de los centros de adultez.

Hago una invitación a repensar ¿de qué manera contribuimos como sociedad a la reconstrucción de la tragedia incendiaria con nuestros adultos mayores? No sólo físicamente, llevando materiales, levantando muros y techos, más bien, acudiendo a consolar y acompañar el alma de quienes, en la fragilidad de la última etapa de la vida, han perdido su vivienda, su sustento, el esfuerzo de tantos años y la cercanía inmediata de aquellos a quienes aman.

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