La industria salmonera ha tenido una importante evolución post-crisis del virus ISAv, siendo actualmente una industria consolidada. El salmón es el segundo producto de exportación después de la fruta, sin considerar al cobre. Ciertamente, la salmonicultura aprendió demasiado después de la crisis del virus ISAv pasando de una actividad autorregulada a una productiva normada y regulada, con estrictos estándares de calidad y un incremento en los mercados que cada vez son más demandantes.

El aporte de la industria no solo se traduce en el impacto económico que significa la exportación de salmones para el país. Para las regiones que tienen salmonicultura tiene un impacto social que debería difundirse mucho más de lo que se hace. Actualmente, los empleos directos e indirectos que proporciona esta industria supera las 70 mil personas, teniendo un impacto transversal en la empleabilidad de hombres (70%) y mujeres (30%) de la zona austral del país.

Además, en las localidades que se ubican los centros de cultivos, existe una directa relación con las empresas salmoniculturas con iniciativas comunitarias y el pago de las patentes acuícolas en las mismas comunas. De hecho, comúnmente se muestra que no hay impacto de la salmonicultura en los territorios en que se desarrolla, pero recientes encuestas (e.g., Cadem) demuestran que, para territorios como la región de Magallanes, la percepción del 60% de los encuestados es positiva para esta industria, muy por el contrario de lo que se podría pensar.

Es importante considerar que, a pesar de la existencia de regulaciones y normativas, así como las exigencias internacionales que tiene la industria salmonera, aún existen numerosos desafíos o problemas que no se han resuelto en estas dos décadas. Esto no quiere decir que no se realizaran los esfuerzos, sino que la forma cómo se cultivan los salmones en Chile dificulta que los cambios sean rápidos.

Por nombrar desafíos, comienzo mencionando la imagen que tiene la salmonicultura en una parte importante de la población: que contamina y que los salmones tienen antibióticos. Por tanto, se requiere de acciones que disminuyan realmente el uso de éstos en la producción de peces y que sea evidente año a año. Respecto al impacto en el medioambiente debemos aprender que no es más amigo del medio ambiente quien limpia más playas sino quien las ensucia menos.

Otro desafío importante es la situación de las concesiones acuícolas y la necesidad de reorganizar la localización de los centros de cultivos. Finalmente, se puede reconocer una discusión sobre cómo se producen los salmones en Chile y si requerimos de poner un freno a este crecimiento anual que tiene la salmonicultura, considerando que el ambiente no es infinito. Esta situación obliga a realizar investigación de calidad y comenzar a dimensionar las autorizaciones de siembra de peces como un todo y no de manera individual, ya que el impacto es en el mismo medio ambiente.

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