La política tiene mucho de tradiciones táctico-discursivas: Medion de Larisa, Joseph Goebbels, la técnica de los fenicios, la falacia del espantapájaros, entre otras. Michel Foucault ya lo decía, el lenguaje tiene un poder impresionante y la semiótica tiene mucha relevancia en la discusión política. Esto no es grato para quienes privilegiamos el trasfondo de las ideas por sobre las tácticas discursivas.

En la discusión sobre el estatus de la autonomía del Banco Central de Chile (BCCh) en la nueva Constitución del país, se han observado muchas de estas trampas discursivas, como, por ejemplo: “es un dogma neoliberal” y/o “es uno de los más conservadores del mundo”. Estas son dos de las falacias que intentan asociar el BCCh a los magros resultados de otras instituciones públicas o bien asociarlo al statu quo. Cabe preguntarse, entonces:

¿Es neoliberal el concepto de autonomía de los bancos centrales?

Se han ocupado todo tipo de aseveraciones para expandir este mito, desde que el Consenso de Washington los propició hasta que sus orígenes provienen de la escuela austríaca o de la Universidad de Chicago de los 1970s. También, se han esgrimido aseveraciones que mezclan la política fiscal con la política monetaria, con objetivos que los bancos centrales no han perseguido en ningún momento y lugar del mundo.

Vamos a los hechos. El primer banco central autónomo de la historia se creó en 1957 en Alemania (el Bundesbank), bajo la administración de Konrad Adenauer, es decir, bajo el mandato del mismísimo padre del modelo de economía social de mercado alemán—antes de la existencia del neoliberalismo. Fue una idea intuitiva, previa a la elaboración de las bases teóricas de los años 1970s, que le entregaron respaldo teórico y luego empírico a la idea. Durante décadas, el Bundesbank fue el único Banco Central autónomo en el mundo. Recién a finales de los 1980s la exitosa idea se expandió por casi todos los países que típicamente denominamos ejemplares. Por lo tanto, comenzando con su origen, difícilmente es un engendro neoliberal.

Respecto a las confusiones entre política fiscal y política monetaria, la autonomía de los bancos centrales nada tiene que ver con el tipo de modelo económico prevaleciente o el cual se quiere implementar. Tienen mucho más que ver con la desconcentración del poder y la generación de un correcto contrapeso de las instituciones públicas en sociedades modernas. En ese sentido, la autonomía del Banco Central nada dice respecto a las tasas impositivas y la recaudación del fisco, y sus decisiones de gasto; éstas son decisiones independientes. La autonomía del Banco Central no es, por tanto, en ningún caso, un impedimento de implementación y financiamiento de políticas sociales desde la política fiscal (podríamos decir “pastelero a tus pasteles”).

Un Banco Central autónomo puede ser implementado en un modelo económico socialdemócrata o bien en uno liberal. Lo único que le impone al sistema es la responsabilidad con las futuras generaciones mediante la independencia del ciclo electoral. En este sentido, puede haber gobiernos neoliberales profundamente populistas, por ejemplo, el de Donald Trump, quien solicitó continuamente recortes de tasas de interés, y gobiernos socialdemócratas profundamente responsables conviviendo con un mismo Banco Central autónomo.

¿Es un dogma?

Un dogma por definición es una verdad revelada que supone cierto acto de fe. La autonomía de los bancos centrales es simplemente el modelo más adecuado, de acuerdo a todos los antecedentes empíricos y teóricos que se tienen, para un correcto desempeño de la política monetaria de un país—después de muchos años de evidencia empírica en todo tipo de regímenes políticos. Por tanto, un modelo de gobernanza autónomo para el Banco Central no es un dogma, lejos de ser un acto de fe, es el resultado del análisis empírico observado a nivel mundial.

¿Es tan conservador el BCCh como se dice?

El BCCh ha tenido en las últimas dos décadas un esquema de meta inflacionaria esperada de 3% en un plazo de dos años, mientras que la del Banco Central Europeo, el Banco de la Reserva de Australia, entre otros, han fijado su meta en un 2%. Es decir, el BCCh tiene una meta adecuada para la realidad del país, con más espacio para considerar la dinámica de variables como el empleo y la actividad económica para acomodar la inflación, en relación a los bancos centrales de países que podríamos denominar ejemplares.

El 2020, durante la crisis originada por la pandemia del Covid-19, el BCCh proveyó de liquidez de emergencia hasta un 13% del PIB, mientras que promedio mundial alcanzó un bajo 2,05% del PIB por parte de las autoridades monetarias.%. Es decir, operó una lógica bastante keynesiana para enfrentar la crisis.

Respecto a otro tema, que se ha señalado reiteradamente como de interés para los mandatos de los bancos centrales, el cambio climático, el Banco de Inglaterra (Bank of England) recién en marzo 2021 se convirtió en el primer Banco Central del mundo en incluir elementos de cambio climático en su regulación. Pero ¿qué implica esto en la práctica? En los hechos esto es ser miembro activo de la Network for Greening the Financial System—del cual el BCCh también es socio activo—y analizar el impacto del cambio climático en el mercado financiero, labor que también desempeñará el BCCh con su reciente ingreso al Comité de Capital Natural creado por el Ministerio del Medio Ambiente. En los hechos, el BCCh no difiere de los bancos más vanguardistas del mundo, por muy avanzadas que sean las economías en las que se encuentran.

¿Es tan conservador del BCCh? Los hechos muestran lo contrario.

Entonces, las excéntricas aseveraciones que se han tomado las portadas esta semana, o aquellos que responsabilizan al BCCh de los incumplimientos de la CORFO o del BancoEstado, parecen estar más en la vereda de construir un espantapájaros contra el cual pelear, validarse y justificarse ante la sociedad, en vez de construir realidades que se aboquen a solucionar los verdaderos problemas que llevaron al país a la crisis social. Nadie dice que la autonomía no se puede discutir, que esté vetado hacerlo ni que deba seguir todo tal cual. Nadie dice que el BCCh deba permanecer exactamente como está hoy. Pero, por favor, no debatamos el futuro de nuestras instituciones con trampas discursivas. Hay elementos que aún deben seguir modernizándose: la incorporación de la mujer en la institución es fundamental, el cambio climático está recién en fases exploratorias y debe ser profundizado, pero no improvisado. Se debe replantear el BCCh hacia el futuro desde una perspectiva moderna, no desde modelos de los años 1950-60s. Se debe tener conciencia clara de las fortalezas del modelo actual, para proponer mejoras y no retrocesos. Fomentar modelos de autonomía en los Bancos Centrales es, ante todo, promover elementos desconcentradores de poder que, a quienes se les dificulta vivir de otra manera, les aterra. La palabra “ortodoxos”, con la que suelen atacar a quienes defendemos modelos de autonomía, parece ser más un ataque al uso de métricas y modelos de racionalidad que otra cosa.

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