Es claro que los problemas limítrofes pendientes constituyen una pesada sombra sobre la relación bilateral. No obstante que las posiciones de las partes son divergentes, también es cierto que a ambos lados del límite la mayoría de los ciudadanos está de acuerdo en que una relación sin problemas limítrofes aseguraría un vínculo de mutuo beneficio a largo plazo.

Conocido el resultado de la primera vuelta presidencial, el presidente Javier Milei contactó a José Antonio Kast en un acto que puede leerse como de amistad y confianza.

Se trata de mucho más que una anécdota.

Estamos en presencia de dos líderes pragmáticos, que entienden que Argentina y Chile son países con capacidades para dejar de ser “promesas de países desarrollados”. Ambas naciones pueden avanzar hacia un nuevo estatus, que asegure a sus pueblos estabilidad y mejores condiciones de vida (especialmente para sus jóvenes).

Mucho más allá de la “historia compartida”, ambos lideres parecen comprender que, en lo estrictamente “material”, a Argentina y a Chile les conviene potenciar sinergias para una cooperación de muto beneficio en sectores críticos para el desarrollo socio-económico de cada uno.

Si en la década de los 90 esto era “evidente” ¿Qué sucedió en las últimas décadas?

El problema del peronismo irredentista

Desde que en 2003 el peronista de Néstor Kirchner asumió el poder, el activo de la “historia compartida” no pasó de ser un mero refrán. La empatía fue reemplazada por una hostilidad argentina disfrazada bajo las formalidades protocolares. Tal actitud fue continuada durante los gobiernos de Cristina Fernández (2007-2015) y, aunque algo morigerada, durante el gobierno de Alberto Fernández (2019-2023).

El disgusto peronista con Chile tiene sus raíces recientes en el resentimiento que, entre sus grupos nacionalistas, sobrevive por la supuesta “ayuda chilena” al Reino Unido, que habría resultado decisiva para la derrota argentina en la Guerra de las Falkland/Malvinas.

Esto no es así.

La responsabilidad de esa derrota recae, única y exclusivamente, en los mandos militares de la dictadura argentina de 1982.

Pese a ello, por conveniencia política, el nacionalismo peronista (especialmente aquel de la Patagonia y la Tierra del Fuego), convirtió a Chile en el “chivo expiatorio” de dicha derrota. “Los Kirchner” nacieron y progresaron en la política local, provincial y nacional con un “discurso duro” que explica, por ejemplo, por qué durante sus años al mando de Río Gallegos y de la Provincia de Santa Cruz, Kirchner nunca participó de las reuniones de integración que desde 1990 mejoraron la convivencia y facilitaron el tráfico de mercancías y personas.

“Chile enemigo externo” ha sido un comodín electoral empleado por la izquierda peronista, que ha perjudicado por igual a ambos países.

Parecería que el presidente Milei y su gobierno entienden que el irredentismo respecto de Chile no solo es un problema, sino que una traba estructural que impide una relación fluida para, lo antes posible, asegurar la salida de la exportación argentina hacia los mercados del Asia-Pacífico.

Se estima que a la fecha no menos del 25% de las exportaciones y el 30% de las importaciones argentinas se transan con mercados del Pacífico, especialmente con China, Vietnam, Malasia e Indonesia. La “ruta lógica” hacia o desde esos mercados es vía puertos chilenos: los puertos del norte para la producción minera y las manufacturas; el estrecho de Magallanes para la gigantesca producción agrícola del hinterland del Río de la Plata. Así de simple.

Sincerar la relación bilateral

Para que esto ocurra es -sin embargo- necesario sincerar la relación bilateral.

Este es un requisito sine qua non, pues si en 1984 el Tratado de Paz y Amistad fue suscrito en el ánimo de poner fin a la historia de desavenencias fronterizas, en 1991 ambos países reconocieron que quedaban pendientes 24 puntos de delimitación. De esos, 22 fueron resueltos vía la negociación directa (establecida en el TPA), mientras que otros dos, aquellos de “Laguna del Desierto” y el de Campo de Hielo Patagónico Sur, necesitaron de tratamiento separado.

Mientras el primero fue sometido a un arbitraje de resultado conocido, en 1998 el segundo fue elevado a la condición de “Tratado” que, enseguida, condujo a una nueva disputa limítrofe que sigue sin resolverse.

Luego, en 2009, el mismo año en que la expresidenta Bachelet suscribió con Cristina Fernández el “Tratado de Maipú”, el gobierno de esta última presentó ante el organismo técnico-científico correspondiente el reclamo de plataforma continental más allá de las 200 millas ahora bien conocido en Chile. “Entre otras cosas”, ese “reclamo de soberanía” incluyó la proyección sobre miles de kilómetros cuadrados submarinos que, unilateralmente, extendieron el límite pactado con el TPA de 1984.

El objeto evidente de tal decisión fue la de “resucitar” el llamado “principio bioceánico” que, en la cartografía argentina, literalmente bloquea la proyección geográfica y jurídica chilena hacia y desde la Antártica.

En 2021 nuestro país actualizó la proyección de su plataforma continental de las islas del cabo de Hornos y Diego Ramírez, haciendo patente la superposición sobre la pretensión argentina: estamos en presencia de un “nuevo diferendo austral”, incluso más complicado (en aspectos a considerar) que aquel por la soberanía de “las islas al sur del canal Beagle”.

El TPA en entredicho

Visto lo anterior, en septiembre de 2023 el gobierno de Alberto Fernández reconoció dicha disputa estableciendo que, luego que el dialogo directo entre Cancilleres previsto en el TPA no diera resultados, su país pasaba a invocar el “Sistema de Conciliación” previsto en el Anexo 1 de dicho instrumento. Enseguida designó como su representante a un jurista también candidato a Juez de la Corte Internacional de Justicia.

Después el gobierno chileno designó como su representante a la abogada Carolina Valdivia, pero su prematuro sensible fallecimiento parece haber dificultado la continuidad del procedimiento. No conocemos que el actual gobierno haya designado al (o la) reemplazante de la señora Valdivia.

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Transcurridos más de dos años de invocado el “Procedimiento de Conciliación”, no se conoce de ningún resultado. No se sabe si las partes lograron designar al tercer miembro de la “Comisión de Conciliación” y, si eso hubiese ocurrido, si dicho organismo sesionó (y dónde).

Es más: no sabemos si, en el caso que la “Comisión de Conciliación” hubiese sesionado, si ésta llegó, o no, a un acuerdo.

Asimismo, si la “Comisión de Conciliación” hubiese sesionado sin llegar a un acuerdo satisfactorio, tampoco sabemos si alguna de las partes decidió, o no, elevar el problema al “Procedimiento Arbitral” previsto en el mismo TPA.

La oportunidad

Es claro que los problemas limítrofes pendientes constituyen una pesada sombra sobre la relación bilateral. No obstante que las posiciones de las partes son divergentes, también es cierto que a ambos lados del límite la mayoría de los ciudadanos está de acuerdo en que una relación sin problemas limítrofes aseguraría un vínculo de mutuo beneficio a largo plazo.

Visto lo anterior, la eventual llegada al gobierno de José Antonio Kast y la coalición que lo apoya podría entenderse como una oportunidad para, ojalá “a cuerdas separadas” (para no afectar la “agenda diaria”), enforcarnos con valentía y buena fe en la solución de los problemas limítrofes pendientes.

El escenario geopolítico global de inicios del siglo XXI recuerda, con su inherente inestabilidad e intereses frontalmente enfrentados, a aquel anterior al estallido de la Primera Guerra Mundial. Por lo mismo, países periféricos como Chile y Argentina no deberían, citando a un funcionario del actual gobierno, “meter inestabilidad al sistema”, especialmente en una región como la austral y antártica, en la que siguen convergiendo los apetitos de muchas potencias.

Mirado así el desafío, a partir de marzo próximo podríamos disponer de una “ventana de oportunidad” para terminar de definir el límite bilateral, para concentrarnos en cuestiones de fondo y mediano y largo plazo, y evitar, de una vez por todas, seguir expuestos a crisis coyunturales que nos perjudican y exponen por igual.