En un mundo que se divide, Chile puede ser un puente.

La rivalidad entre Estados Unidos y China, junto al debilitamiento de la OMC, están redibujando el mapa del comercio global. Los flujos de bienes e inversiones se concentran cada vez más entre países alineados, formando bloques que fragmentan la economía mundial.

Según la OMC, las barreras al comercio global pasaron de un 3,1% en 2016 a un 11,8% en 2024. A su vez, el FMI reporta que, entre 2022 y 2023, el comercio y la inversión entre bloques opuestos cayeron, mientras crecieron entre aliados.

En medio de esta fragmentación, un grupo de países ha sabido navegar con inteligencia, captando oportunidades entre los bloques rivales. Son los “países conductores”, como México, Vietnam, Polonia, Marruecos e Indonesia, que entre 2017 y 2020 aumentaron sus exportaciones a Estados Unidos y, al mismo tiempo, sus importaciones desde China.

Estos países se distinguen por su apertura comercial y su capacidad de tender puentes en un mundo dividido. Por ejemplo, la inversión china en Marruecos se triplicó desde 2017, mientras que Polonia, pese a su cercanía con Washington, ha recibido fuertes capitales chinos en sectores como baterías. Estos actores no solo facilitan el comercio, sino que garantizan un grado de interconexión global en tiempos de incertidumbre.

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Chile y su potencial estratégico

Chile tiene todo para asumir un rol similar, pero debe hacerlo con claridad de propósito. Nuestra economía es una de las más abiertas del mundo, respaldada por una red de tratados comerciales que nos conecta con los principales mercados.

Históricamente, hemos cultivado una neutralidad relativa en las tensiones geopolíticas, lo que nos posiciona como un socio confiable tanto para Estados Unidos como para China. En el Cono Sur, la competencia por atraer inversiones estratégicas está redefiniendo el equilibrio regional. Países vecinos, con una acción externa más cuidadosa, encaminan sus políticas exteriores a consolidarlos como polos de poder centrales, un lugar que Chile edificó con décadas de trabajo, políticas de Estado, una agenda enfocada y alejada de algunas modas del tiempo actual.

Nuestras fortalezas son claras. Chile es un hub logístico para el cobre y litio, no solo propios, sino de Bolivia y el noroeste argentino. Nuestros puertos conectan importantes mercados con estos minerales críticos, cuya demanda crece con la transición energética. Controlamos pasos interoceánicos y tenemos un acceso privilegiado a la Antártida, clave en la geopolítica futura. Nuestro mar, rico en recursos pesqueros, es un activo en un mundo que envejece y demanda proteínas saludables.

Pero ser un “país conductor” no es solo una oportunidad; también implica riesgos. Ampliar nuestra red de vínculos comerciales y de inversión puede fortalecer nuestra resiliencia, reduciendo dependencias unilaterales y asegurando acceso a mercados en escenarios adversos. Sin embargo, también nos expone a la posibilidad de ser utilizados como canales para eludir sanciones o restricciones impuestas por grandes potencias.

Para evitarlo, necesitamos políticas públicas que equilibren la apertura con prudencia. Esto implica consolidar acuerdos bilaterales y regionales que refuercen nuestro rol de plataforma confiable, sin caer en alineamientos automáticos con ningún bloque.

Visión de Estado y acción estratégica en el comercio global

El ejemplo de países como Vietnam y México nos muestra el camino. Han sabido posicionarse como eslabones imprescindibles en un contexto de guerras comerciales.
Más cerca, Perú avanza con una acción externa inteligente, captando oportunidades sin comprometer su neutralidad.

Chile tiene ventajas aún mayores: estabilidad institucional, cohesión social interna, credibilidad internacional, recursos estratégicos y una posición geográfica única. Pero estas ventajas no se traducen automáticamente en influencia. Requieren una visión de Estado que priorice la inversión en sectores clave, como la infraestructura portuaria y sus cadenas logísticas, y que focalice esfuerzos en un mapa de oportunidades estratégicas.

En un mundo que se divide, Chile puede ser un puente. Pero ser puente exige firmeza, prospectiva y claridad. No podemos ser meros espectadores en un escenario donde la fragmentación geoeconómica redefine el poder global.

Si actuamos con inteligencia, fortaleciendo nuestra red de tratados, cuidando los equilibrios diplomáticos y proyectando nuestras ventajas con visión de futuro, no solo mitigaremos los riesgos de este nuevo orden, sino que posicionaremos a Chile como un actor relevante en esta reconfiguración del mundo. La oportunidad está frente a nosotros; el desafío es aprovecharla con audacia y consistencia.