Esto recién empieza. Viene una segunda vuelta sangrienta en redes: la victoria no será del que tuitee más rápido, sino del que administre mejor el ecosistema.

En Chile la guerra sucia ya tiene horario prime y soundtrack de notificación. El reportaje de Chilevisión destapó una máquina de lodo digital que golpea parejo: Evelyn Matthei por un lado, Jeannette Jara por el otro. Entre los alias, dos estrellas del inframundo: “Neuroc” y “Patito Verde”. Este último quedó vinculado al entonces directivo de Canal 13, Patricio Góngora. Si bien negó y acuso una “fuente anónima” cuando no lo era, su estación televisiva entendió el riesgo y lo despidió en minutos. El comunicado deja claro la razón al apelar a la independencia informativa.

Pese a que no hay ninguna evidencia que vincule al Sr. Patito Verde con Kast, el comando de Jara y la vocera se apresuraron en pasar esa cuenta, acorde con la estrategia vietnamita del desgaste. Esta consiste en ir lentamente dañando a Kast y así en segunda vuelta, que sería un equivalente a la ofensiva del Tet, entra débil y sangrante. Evelyn Matthei fue mucho más prudente en su reacción.

Volvamos a los patitos. Góngora no inventó la rueda: las cuentas truchas son deporte nacional de élites y famosos. Autoridades, parlamentarios y líderes que se muerden la lengua a cara descubierta sueltan la “convicción sincera” bajo alias. A veces la criatura supera al creador: recuerde ese economista con alter ego que, a punta de garabatos, predicaba liberalismo mientras en su oficio real lucía medallas de socialdemócrata.

El patrón calza: operadores que actúan por su cuenta, quizá coordinando con troles de carne y hueso que pululan por la red. Este habría sido el camino de Góngora, que al parecer actuó por su propia iniciativa, y como mucho habrá coordinado a otros trolls reales que pululan en la red.

Por eso La Moneda patina cuando apunta a Kast con el dedo moral. Hay ecosistemas digitales afines al Gobierno que operan a la luz del aro: agencias contratistas, influencers en la órbita de la SECOM o de partidos oficialistas, funcionarios de teclado rápido y un coro de comentaristas que mezclan épica y agravio atacando a la derecha y a los blanditos.

En algo coinciden la izquierda y la derecha: el blanco preferido son mujeres en el espacio público. Estudios estiman que cerca de 7 de cada 10 ataques de odio les caen a ellas. El algoritmo celebra: más emoción, más alcance, más caja.

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La pregunta que importa: ¿esto mueve la aguja electoral o solo sube el volumen? Evgeny Morozov ya pinchó el globo en The Net Delusion: las redes no democratizan por sí mismas; también blindan autócratas, lubrican propaganda y aplastan matices. Harari, en Nexus, remata: las plataformas premian conflicto sobre consenso; manufacturan atención con miedo y rabia. Traduzca: no informan, reclutan.

¿Impacto electoral? Tres vías. Uno, desmovilización: el acoso saca del debate a los moderados, que son justamente quienes deciden segundas vueltas. Dos, agenda setting: la conversación se come la campaña; el tema del día es “quién troleó a quién”, no pensiones ni seguridad. Tres, asimetrías: redes con más oficio (o más presupuesto) golpean más y mejor; si la derecha radical incendia, la centroizquierda responde con “mesura indignada”, y viceversa. En ciclos cortos, esa economía de la furia mueve sus votos marginales.

Esto recién empieza. Viene una segunda vuelta sangrienta en redes: la victoria no será del que tuitee más rápido, sino del que administre mejor el ecosistema. Será el triunfo de quien logre tomar la pauta antes de que te la fijen, contener y producir desinformación en minutos (no en horas) y cercar a los indecisos.

El comando de Jara, al culpar a Kast por un Patito enmascarado que disparó para desahogarse, mostró que también peleará en ese barro. Y el Gobierno, que había cabeceado, volvió al tiroteo. Porque en este mercado, como dijo Harari, los algoritmos no creen en verdades, ni en derechas o izquierdas: creen en su atención.