¿Puede defenderse el Estado de derecho cuando quienes lo crearon lo desprecian? La erosión del derecho internacional revela más que un desequilibrio geopolítico: señala una crisis moral y un punto de inflexión histórico en la manera en que se entienden la legitimidad, el poder y la verdad. Entre el cinismo estratégico y el caos abierto, ¿qué queda de la legitimidad colectiva en los asuntos internacionales?

El desmoronamiento del orden legal

El derecho internacional surgió para regular intereses en competencia. El paso de un mundo bipolar a un sistema unipolar dominado por Estados Unidos trastocó ese orden legal, desencadenando una crisis genuina, como demuestran los conflictos recientes.

La seguridad colectiva y los mecanismos de cooperación internacional son las primeras víctimas, debilitadas por la invención de principios como el “derecho a intervenir” o la “guerra preventiva”, inexistentes en tratados claros. Mientras tanto, instituciones como la ONU, el FMI o el OIEA pierden credibilidad.

Se invocan riesgos controvertidos, incluso cuando aún existen vías de negociación y diálogo diplomático. Esta estrategia parece saltarse los marcos legales existentes.

Defender la ley no es defender regímenes

Defender el derecho internacional no significa respaldar un régimen particular, sino proteger la ley misma —la ley que nos protege a todos y que exige legitimidad de parte de sus creadores.

Si se ignora, ¿cómo puede Estados Unidos proclamar que defiende la legitimidad frente a otras potencias, cuando claramente entramos en una nueva era ideológica y operacional de conflictos? ¿Cómo evitar que China, Rusia o Corea del Norte recurran a ataques “preventivos” si ya existe el precedente? ¿Cómo defender una ley cuyos creadores pisotean sus fundamentos?

El Consejo de Seguridad acusa al presidente Trump de haber destruido lo que quedaba del derecho internacional de manera unilateral. China condena las violaciones. El sur global percibe un cinismo insoportable. Israel aplaude. Algunas voces europeas se alinean en silencio. Pero, ¿qué viene ahora? El desenlace es incierto —quizás incluso caótico.

La ley se disuelve también en la vida cotidiana

Hablar de derecho internacional también implica abordar la inmigración, los derechos fundamentales, la justicia compartida y el equilibrio. Mientras algunos refugiados reciben protección, otros mueren en el mar en medio de una indiferencia casi total. Frente a esas realidades, el “cinismo” parece tristemente adecuado. Nos hemos acostumbrado a lo absurdo, la duración y brutalidad de los conflictos lo prueban.

La realidad es clara: entramos en la era del poder bruto. Somos testigos de un poder que se desliga abiertamente de las normas, justificado por una causa —por noble que sea. Esta tentación contemporánea de la omnipotencia no muestra modernidad real. Detrás de comunicados apurados en redes sociales, resurge una brutalidad primitiva. El diálogo parece muerto; la ley y los derechos ya no se respetan.

Trump actuó solo, eludiendo al Congreso de Estados Unidos, infringiendo las leyes de su propio país. Israel ataca en la sombra, sin declarar la guerra, arruinando negociaciones laboriosas. Se lanzan ataques, se acepta la destrucción —y luego se justifica con afirmaciones vagas e imposibles de verificar. Pero ¿hasta dónde llegará esta locura? ¿No entienden que golpear, atrapar y usar la fuerza bruta también arriesga quedar atrapado? Esta ley es tan antigua como la guerra misma.

En una muestra más del desconcierto global, Netanyahu ha postulado a Trump para el Nobel de la Paz, en un gesto que combina adulación y cálculo político. La nominación, lejos de ser un hecho aislado, refleja el vaciamiento de sentido de los reconocimientos internacionales en tiempos de crisis normativa.

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El poder sin límites y la diplomacia a la deriva

El peligro es inminente. Esta fuerza desinhibida seduce, al crear la ilusión de acción, un espejismo tan atractivo como vacío. La diplomacia, en cambio, no se juega ante las cámaras ni en redes sociales. Requiere tiempo, paciencia y concentración. Los bombardeos pueden tener impacto visual inmediato, pero es superficial.

En el sur global, los BRICS se fortalecen cada día. Las antiguas periferias ahora dictan sus propias reglas. Occidente pierde lentamente no solo poder, sino también autoridad moral.

Lo que enfrentamos no es una fase ni una crisis pasajera ni una guerra breve, como algunos sugieren. Es un trastorno profundo de reglas y prácticas, cuyas consecuencias exigirán nueva legitimidad tarde o temprano. La creciente desconfianza internacional y la alarmante incapacidad para construir consensos agravan el panorama —justo cuando más lo necesitamos: en clima, comercio, justicia e inteligencia. Hoy, ninguna información es completamente confiable; todo puede ser una trampa. No es exagerado decir que el espacio global compartido mismo está en riesgo.

En la raíz está un hombre sin límites al mando de la mayor potencia del mundo, actuando por capricho como si el planeta le perteneciera. Juega al Lejano Oeste en un mundo regido por acuerdos frágiles. Pero Trump es solo un síntoma de una visión del mundo que se extiende peligrosamente del norte al sur global, amenazando cualquier equilibrio deseado.

El “pseudo-acuerdo” anunciado en vísperas de una cumbre de la OTAN —donde Europa intenta desesperadamente calmar a EE. UU. hasta el punto de rebajarse a sus caprichos- encarna perfectamente nuestro desequilibrio diplomático actual: diplomacia en venta, al precio de diamantes negros y halagos vacíos. Es el retrato de un mundo que podría venirse abajo en treinta minutos, con todas las alarmas encendidas, y donde cualquier intento de construir un futuro común parece comprometido.

Conclusión: Tal vez lo peor aún nos espera

La situación es delicada. Este acuerdo para poner fin a la guerra de doce días entre Irán, Israel y Estados Unidos, parece improvisado y carece de fundamentos sólidos. Sin embargo, las consecuencias de los ataques son reales y la dimensión de esta crisis podría repercutir tanto en el norte como en el sur global. Por ahora, no sabemos nada con certeza.

La información es fragmentaria, manipulada y deliberadamente sesgada. La verdad se esconde entre líneas y relatos, y nadie la posee por complet.

Pero una cosa está clara: se avecinan días más oscuros.