En Chile, hablar de Sala Cuna Universal es hablar de la historia sin fin. Aunque garantizar el acceso al cuidado de niños y niñas se ha instalado en la agenda pública, las tasas de natalidad son preocupantes, y parece claro que el diseño actual resulta exiguo, no hay una solución evidente y no avanzamos en el tema.

Una ley que no resuelve y que castiga la maternidad

La normativa vigente pone la responsabilidad en el empleador y exige que las empresas con 20 o más trabajadoras proporcionen acceso a sala cuna. Esto ya deja fuera a una gran cantidad de familias, especialmente en sectores marcados por la informalidad y la precariedad laboral. Pero tampoco hay que ser muy sagaz para darse cuenta de que es una obligación fácilmente evadible porque ¿qué pasa si un empleador contrata únicamente hombres o mantiene a las mujeres bajo contratos temporales? ¿Qué pasa si contrata 19 mujeres?

Entonces, la ley no resuelve el problema y encima, no colabora en absoluto a la empleabilidad femenina. Por otro lado, no parece lógico que el costo esté exclusivamente en los empleadores, y más precisamente, en algunos de ellos.

Seamos honestos, así como están las cosas, la maternidad continúa siendo un factor de penalización laboral. La corresponsabilidad parental se ha ido instalando en el discurso, pero sigue siendo más un lindo sueño que una realidad.

Cifras que hablan por sí solas

Y es cosa de mirar cifras: en 2023, 189 padres usaron el permiso parental, algo así como un 0,2% del total. Este es un problema cultural y estructural. En primer lugar, es una transferencia de hasta seis semanas del permiso de la madre, que tiene que querer transferirlas. Y hay que ser valiente para hacerlo, porque con qué ojos miramos socialmente a una madre que decide renunciar a seis semanas de su postnatal y dejar a su hija o hijo con su papá para volver a trabajar antes. Censura segura.

En segundo lugar, más allá de haber escuchado comentarios del tipo “no me digas que Juanito se va a tomar postnatal”, muchos hombres realmente temen que ejercer este derecho afecte su empleabilidad, y no cuentan con el respaldo institucional ni social necesario para hacerlo.

Esta realidad también golpea con fuerza a las estudiantes de la educación técnico profesional. En estos casos, la maternidad se convierte no solo en un desafío, sino en una causa frecuente de deserción. Y en lo concerniente a las jefas de hogar, las afectadas pueden ser también hijas mayores u otras familiares (siempre mujeres) que posponen su formación por el cuidado.

Como instituciones formadoras, buscamos entregarles flexibilidad, orientación y asistencia, en su calidad de estudiantes, pero no podemos ni debemos hacernos cargo del cuidado de niños y niñas, porque es una cuestión que va más allá de la competencia de los establecimientos de educación superior.

Sala cuna universal: una política necesaria y transformadora

El cuidado infantil no es una responsabilidad exclusiva de las mujeres. Tampoco es responsabilidad exclusiva de los empleadores y menos aún de los empleadores de 20 mujeres o más. Necesitamos avanzar paulatinamente hacia un sistema accesible para todas y todos, sin importar el tipo de contrato o si se está en etapa de estudios. El beneficio no puede estar destinado solo a las madres, porque eso solo encarece la contratación de mujeres, que son quienes asumen la tarea y los costos de la maternidad.

El acceso a sala cuna es una política necesaria y profundamente transformadora. Pero debe poder financiarse. Para tener una dimensión muy gruesa de los recursos requeridos, si se considera cobertura universal para niños y niñas menores de dos años, con una población objetivo de 250.000 niños, y un arancel de 250.000 pesos mensuales, el costo anual sería de aproximadamente $750 mil millones de pesos. Según datos públicos, el gasto en gratuidad en educación superior para 2024 se estima en alrededor de $2.000 millones de pesos.

No hay soluciones fáciles en políticas públicas. No existe “el doble de pensión con la misma plata”, ni “gas a mitad de precio”, ni “no más tarifa de invierno” y eso lo aprendimos (espero).

Por eso, hay que pensar muy bien cuál es la forma de abordar esta necesidad, y cómo y de dónde financiar los costos que esto significa. Tampoco es correr a endosárselo a los empleadores. Y decidir cuáles son nuestras prioridades porque como, dice un pariente, lamentablemente la sábana es siempre del mismo largo, y para taparse la cabeza, hay que destaparse los pies.